Desde 1938. Así reza en la placa que se ve justo al entrar a La Farola de Orellana. Apenas una barra y poco más. O ... mucho, según se mire. Especialmente, a partir de ahora. Porque el mítico rincón de tapeo de la calle Moreno Monroy crece. Prácticamente triplica su espacio al quedarse con el local de enfrente, que ocupara KGB tras cerrar hace unos meses. Desavenencias entre los socios y el cambio de hábitos de consumo llevaron a echar la persiana al bar de tapas gourmet.
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Hace apenas unos días volvía a la actividad, pero en otras manos. «No es que estuviera en nuestros planes, pero es verdad que necesitábamos espacio, y surgió esta oportunidad, llegamos a un acuerdo y nos lanzamos. En el fondo es una especie de extensión natural», resume Manuel Villena, al frente de La Farola de Orellana junto a Patricia Carralero. Ambos tomaron el testigo de la familia Orellana y hace once años cogieron las riendas del emblemático negocio añadiéndole al nombre 'La Farola', pero manteniendo su característico concepto de «picoteo divertido», como define Carralero.
Por supuesto, continuará. «Imposible prescindir de él, es algo ya tradicional en el Centro», advierte Villena, «simplemente ampliamos». De ahí que esa filosofía tampoco vaya a cambiar en el nuevo local. Con más espacio, pero con la misma carta, el mismo olor a tradición y el mismo ambiente dinámico en el que te puedes comer unas gambas o unos boquerones mientras se escucha de fondo a Rocío Jurado, Camilo Sexto o la 'chica yeyé' de Concha Velasco.
«Este es un sitio para venir a compartir buenos momentos, pasarlo bien y, por supuesto, comer y beber muy bien. Nunca hemos escatimado en producto, es lo primero, porque tenemos claro que lo mejor para el negocio es que el cliente se vaya contento, no hay que olvidar que ellos son los que pagan las nóminas», apunta Patricia Carralero.
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También responsables de La Trastienda, en la zona de La Malagueta, y a punto de abrir un nuevo negocio en El Palo, Patricia Carralero y Manuel Villena siempre han tenido muy claro que su prioridad es la calidad. De ahí que en cuanto abren las puertas ya empiece a poblarse. Sin distinción: «Es verdad que en el Centro hay cada vez más extranjeros, y muchos de nuestros clientes lo son, pero también nacionales y locales. Nosotros no trabajamos pensando en el turista, sino en ofrecer una buena carta y un buen servicio».
La ampliación les permitirá, además, empezar a incorporar propuestas más elaboradas, como arroces, al ganar cocina. Es una de las ventajas del nuevo local, junto al reservado, que se conserva de KGB. No en vano, se mantiene la misma estructura, a la que La Farola de Orellana ha puesto su toque con decoración vintage y hasta una reliquia de caja registradora.
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No faltan estrellas de la carta como las ligeritas de palometa y el pescaíto frito. Como se ha servido hasta ahora en la legendaria barra de enfrente. Esa que luce desde hace tres años el Solete que la Guía Repsol otorga a esos sitios emblemáticos «al alcance de cualquiera». Y, a partir de ahora, nunca mejor dicho porque ya será más fácil encontrar sitio. No tiene pérdida. Apenas tres pasos separan a uno del otro.
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