SR. GARCÍA
UN COMINO

Las cosas de comer

Sábado, 8 de febrero 2025, 01:00

Los de nuestra generación y latitud no nos preocupamos de los alimentos ni de su escasez. Cuando la nevera se vacía la podemos rellenar de modo sencillo y rápido, incluso ahora sin salir de nuestra casa, nada que ver con lo que les tocó vivir ... a nuestros abuelos. Tan solo en ocasiones extraordinarias, como la pandemia o alguna huelga, le prestamos atención, nos preocupamos un poco y las televisiones sacan a relucir las colas de gente haciendo acopio de viandas. Con la comida ocurre un poco como con la salud. Sólo somos conscientes de su relevancia cuando nos falta.

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En esta parte del mundo comemos por necesidad fisiológica o por placer, pero casi siempre sin pensar mucho en lo que hay detrás de lo que nos echamos gaznate abajo, en quién lo produce, de dónde viene, cuánto cuesta que esté al alcance de nuestra mano, qué sistema humano, productivo y logístico es necesario para que el frigorífico esté a rebosar.

Los del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación acaban de presentar la primera Estrategia Nacional de Alimentación, un documento que contiene decenas de medidas para poner los asuntos del comer y el beber en el sitio que merecen. Primero para que seamos conscientes de lo importante que es, no solo en términos de soberanía alimentaria, que ya sería suficiente, y después para poder reforzarlo y hacerlo más eficiente y sólido. Sería misión imposible analizar el contenido completo del texto en una columna como esta, pero no quiero dejar pasar la ocasión para romper unas cuantas lanzas en favor del sector agrícola, del ganadero, del de la pesca, el agroindustrial, el hostelero... el nuestro, vaya, y también, por qué no, de reconocer al ministerio el trabajo que ha hecho escuchando a unos y a otros para poner el foco en algo que es muy importante, nuestro sistema alimentario, y del que debemos sentirnos orgullosos porque produciendo viandas y vino somos uno de los mejores países del mundo.

Las cifras son apabullantes. Somos uno de los siete grandes exportadores del mundo, los cuartos de Europa, por un volumen de hasta 75.000 millones de euros anuales, con un total de 2.9 millones de empleos. La balanza comercial es absolutamente positiva en este ámbito. Somos la huerta de Europa. Vendemos al exterior 20.000 millones de euros más de los que nos gastamos en productos de otros países.

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Con todo, el sistema no deja de tener una gran fragilidad puesto que puede verse amenazado y desequilibrado por infinidad de problemas, empezando por el cambio climático -uno de los más graves- tensiones geopolíticas como Ucrania, las guerras comerciales como las que plantea Trump o la propia desinformación en torno a los alimentos, un ámbito muy afectado por las noticias falsas.

La alimentación es una enorme fuente de creación de riqueza, pero también un elemento determinante de la identidad cultural de un país, generador de bienestar social y fijador de población en las áreas rurales. Hay pocos sectores tan transversales y tan determinantes para un país. Si le añadimos su manifestación más cultural, la gastronomía, todavía se acrecienta más la relevancia, puesto que a través de ella se conecta con la otra gran actividad tractora del país: el turismo.

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La alimentación es otro de esos sectores cuya realidad deberíamos airear todos más por cuanto sus datos pueden -deberían- llegar a ser generadores de toneladas de orgullo-país. Para los amigos de los rankings podríamos decir que somos el mayor exportador del mundo en aceite de oliva, el segundo del vino y el tercer productor de carne de cerdo. Somos los propietarios de la mejor flota de pesca de Europa y el principal productor de acuicultura de la UE. La industria alimentaria es la primera del país en cifra de negocio y empleo. Y así podríamos seguir hasta agotar el espacio. Pero no todo el monte es orégano. Tenemos problemas serios. Dependemos de mercados exteriores para importar alimentos para animales, forrajes y piensos, tenemos altos costes de producción en las explotaciones en comparación con la competencia de países no comunitarios, menos exigentes en normativas de sanidad o medio ambiente. Nos falta conciencia innovadora y el escaso desarrollo de la digitalización dificultan los canales cortos de comercialización y el comercio electrónico.

Poco a poco también nos vamos deslizando hacia el camino erróneo con el cambio de hábitos alimenticios. Si las llamadas dietas mediterránea y la atlántica nos colocaron a la cabeza de los países más longevos del mundo, el abandono del consumo de pescado, legumbres y hortalizas, así como sedentarismo -y el cambio radical en el estilo de alimentación infantil-, nos está relegando a posiciones no solo ordinalmente indeseables, sino peligrosas en términos de salud.

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