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En los planes de Charo Carmona no estaba la restauración, pero la vida la llevó por ese camino del que hoy sería incapaz de desviarse. Ahí es feliz. Sólo hay que verla en ese edificio del siglo XVII que lleva por nombre Arte de Cozina en el corazón de su Antequera natal. Allí se asentó junto a su marido con 40 años. Ocho después, se quedó sola al frente. No se amilanó. Tomó las riendas convencida. Confiaba a ciegas en aquel proyecto. A pesar de todos aquellos que dudaban de esa idea suya de levantar un «buen restaurante» sin cigalas ni chuletones, sino con platos de cuchara y, sobre todo, mucha tradición e investigación, rescatando la historia culinaria, las raíces, recetas casi perdidas. Ganó ella. Hoy, toda una institución.
Casi treinta años recuperando el patrimonio gastronómico andaluz avalan a esta «cabezona» pequeña gran mujer hecha a sí misma que no se equivocó al querer dedicar su vida a esto que le está «dando todo». Incluido el Sol de la Guía Repsol, que mantiene desde hace casi ocho años. Y eso que su idilio con la cocina se ha ido fraguando poco a poco. Fue su suegra la que le inculcó ese gusanillo que con el tiempo se ha convertido en su razón de ser. Hoy, junto a sus hijos Luis y Fran. No sólo en Arte de Cozina, también en Arte de Tapas. Sólo por la pelona de lomo y sus diferentes versiones de porra ya merece la pena la visita.
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