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A la tercera va la vencida. Tras dos entregas dedicadas a conocer las aventuras y desventuras del dorado girasol (cuándo llegó a Europa, cómo se difundió su cultivo o qué usos alimentarios tuvo originalmente), por fin ha llegado la hora del conocimiento verdaderamente práctico, ese ... que les permitirá a ustedes entender qué demonios pasa con el aceite de girasol. Durante las últimas semanas su precio se ha puesto por las nubes, equiparándose e incluso superando el de su otrora pariente rico el aceite de oliva. Además de costar un ojo de la cara el óleo girasolero se ha convertido en un bien tan escaso que la industria de la alimentación ha tenido que buscar a toda prisa sustitutos asequibles, cambiando el etiquetado e incluso los métodos de producción y repercutiendo todos esos nuevos gastos en el consumidor. Y todo por culpa de Putin.
Aunque sea un poco reduccionista culpar de todo a don Vladímir, en este caso está sobradamente justificado. Rusia y Ucrania eran hasta ahora los mayores productores mundiales de aceite de girasol y también los dos principales países proveedores de este producto en España, de manera que la invasión rusa y sus consecuencias -sanciones económicas, cese de las exportaciones, cierre de las comunicaciones terrestres, etc.- nos han recordado por las malas la gran dependencia que tenemos respecto al abastecimiento de este aceite. Hasta aquí todos entendemos el problema, pero lo que no nos están explicando es la razón de que Ucrania y Rusia cultiven tanto girasol. ¿Por qué diantres son esas dos naciones líderes desde hace décadas en la extracción de aceite vegetal, especialmente del de girasol? La respuesta, queridos lectores, está en la historia: aunque Rusia no fue el primer país en el que se extrajo aceite de las semillas del Helianthum annuus, sí que fue pionero en su producción a gran escala. De hecho, si se les ocurre a ustedes buscar información sobre los orígenes de esta industria encontrarán que su invención se atribuye a un ciudadano ruso de apellido Bokarev o Bokaryov. Me sabe un poco mal quitarle la primicia, pero en realidad lo que hizo Daniil Semyonovich Bokarev fue darse cuenta por sí mismo de algo que los científicos ya sabían desde hacía al menos un siglo: que de las semillas de girasol podía sacarse aceite.
En capítulos anteriores hemos contado aquí que los nativos americanos usaban las pipas peladas de esta planta para hacer pan o tortas y que los españoles del siglo XVI recomendaron el consumo de sus hojas en ensalada y de sus flores como si de alcachofas se trataran. En 1804 los botánicos madrileños Claudio y Esteban Boutelou decían en su 'Tratado de las flores' que las pipas del girasol se comían del mismo modo que los cañamones, como tentempié, y que además servían de excelente pienso para cebar pavos y gallinas. Esos eran los usos que tenía en España el tornasol, pero seguro que los doctos hermanos Boutelou sabían de sobra que en el extranjero se llevaba tiempo intentando aprovechar la característica oleaginosidad de sus semillas.
La dificultad estaba en que una pipa de girasol tenía entonces un contenido en grasa de en torno a un 25%, algo irrisorio si lo comparamos con el apabullante 60% de aceite del que presumen ahora algunas variedades. El proceso de extracción era muy laborioso y la cantidad de aceite obtenido simplemente no valía la pena a no ser que no se tuviera ninguna otra grasa a mano, claro. Eso es lo que ocurría en ciertas comunidades rurales de Norteamérica en las que comprar aceite de oliva importado resultaba demasiado caro o directamente imposible. Acostumbrados a sacar aceite de semillas como el lino, el cáñamo o el algodón, posiblemente pensaron que el girasol ofrecía similares posibilidades. Sea como fuere lo cierto es que en 1770 el boletín de la American Philosophical Society, una sociedad científica de Filadelfia presidida por Benjamin Franklin, publica dos textos sobre la flor del sol y su aceite. Según uno de ellos en Bethlehem, Pensilvania, una comunidad de la Hermandad de Moravia (iglesia evangélica checa establecida en EEUU) llevaba años usando este óleo para aliñar sus comidas.
Aquellos artículos fueron traducidos por numerosas revistas científicas de todo el mundo como por ejemplo, en 1779, el boletín de la Academia Imperial de Ciencias y Artes de Rusia. Parece improbable que Daniil Bokarev leyera publicaciones académicas. Seguramente ni siquiera sabía leer, ya que nació como siervo en un pequeño pueblo de la provincia de Tula. En 1805 fue castigado por cometer una infracción, separado de su familia y trasladado al asentamiento de Alexeyevka, cerca de la actual frontera con Ucrania.
Allí fue donde Bokarev ideó un rústico sistema para exprimir pipas de girasol y obtener así un aceite vegetal permitido por las estrictas reglas de la iglesia ortodoxa. Lo hizo por primera vez en 1829. Treinta años más tarde había en Alexeyevka 160 molinos de aceite, los pioneros de una industria que acabaría extendiéndose de un lado a otro del corredor del chernozem (tierra negra, en ruso), un tipo de suelo muy rico en hummus que se encuentra desde Ucrania hasta Siberia y que fue la cuna de todas las variedades modernas y extraoleaginosas de girasol.
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