¡Vamos, Málaga! Sí se puede

Porque las cuentas son sencillas: si el Málaga no gana, la permanencia será casi una utopía. No desde un punto de vista numérico –aún quedarían 12 partidos y la desventaja estaría entre ocho y diez puntos–, pero sí anímico. ¿Cómo pensar en una reacción con el calendario inminente que se avecina (Las Palmas y Levante, los dos primeros, a la vuelta de la esquina) después de ser incapaz de batir a un rival directo? ¿Cómo soñar con ganar al menos siete partidos y además perder como máximo dos o tres? ¿Cómo aspirar a recuperar tantísimo terreno perdido después de ser incapaz de conseguir dos victorias consecutivas en más de dos tercios del campeonato? ¿Cómo sobreponerse a un varapalo casi definitivo?

La Rosaleda debe ser esta tarde esa caldera en partidos cruciales (y lo será, que los jugadores ni lo duden), pero también el equipo debe ser el reflejo de esa acuciante necesidad. Con arrojo, pero sin exceso de revoluciones. Desde el primer minuto con una intensidad abrumadora, pero sin equivocar la marcha que requiera el partido. Ejemplos sobran en la historia. Por citar los más cercanos, la actitud debe ser idéntica a aquella tarde frente al Terrassa cuando comenzó todo, el punto de partida a 25 años en el fútbol profesional. O a aquella noche contra el Oporto del atronador «Sí se puede» y las bufandas al viento. O a aquella jornada contra el Real Madrid cuando ni el empate garantizaba la continuidad en Primera (aunque a la postre sí bastó).

El Málaga debe ser aquel Málaga de plena convicción en La Rosaleda con el hoy entrenador rival. Dominador, explosivo, con iniciativa, sin temores. Es decir, como ese Racing que hoy se presenta bajo la batuta de José Alberto. Capaz de manejar los tiempos para atacar o para contener, para exponer con las líneas adelantadas o para optar, si se da el caso, por un repliegue intensivo. Pero, sobre todo, debe ser un equipo y debe contar con jugadores ávidos de eficacia, no de efectismo. Frente a los paupérrimos datos de tanto supuesto virtuoso que no ha dado la talla con la camiseta blanquiazul basta recordar el papel decisivo de los extremos titulares racinguistas desde la llegada del técnico asturiano: en nueve partidos, Mboula ha marcado seis goles e Íñigo Vicente cuenta con dos tantos y cuatro 'asistencias'. El fútbol no vive de pases horizontales, sino de la verticalidad. La segunda parte ante el Zaragoza, el recuerdo más cercano en Martiricos y la excepción a la regla en una campaña nefasta, es un inmejorable ejemplo. Ese es el camino a seguir. Que le pregunten a Rubén Castro.

El Racing llega en una dinámica de extraordinaria confianza porque cuenta con un estilo reconocible. Ese es el reto de Pellicer y su Málaga. Es innegable que existe más orden táctico y que en la estrategia se ha producido una notoria mejoría, pero para obtener triunfos es imprescindible generar ocasiones y marcar goles. La iniciativa en ataque brilla por su ausencia –salvo en pinceladas de Lago Junior o el ahora lateral izquierdo, Cristian– y en ese aspecto, por mucho que la afición empuje, se exige más ambición. Es la prioridad para mantener opciones de continuar en el fútbol profesional. A los futbolistas no les faltará aliento desde la grada. Porque esta tarde se escuchará un solo grito: «Sí se puede». Y un cántico: «Vamos, Málaga».