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Cuatro meses y dos días después se ha pasado de la ilusión a la resignación. Aquel último partido de pretemporada del Málaga, en el Nuevo ... Los Cármenes contra el Granada, ya hizo torcer el gesto a más de uno. El equipo se mostró frágil atrás, vulnerable en la medular e inconsistente en ataque, y sólo la entrada de Álex Gallar en la segunda parte supuso una mejora en el balance ofensivo. Pero aún estaba por hacer y se esperaba una evolución de la mano de Pablo Guede.
Después de un cuatrimestre nefasto, con tres victorias –a cual más apurada–, el calificativo tan manido de 'final' se queda muy corto para el derbi de esta noche en La Rosaleda (21.00 horas). Este encuentro y el casi inminente en Ibiza, el domingo, servirán para calibrar si el conjunto blanquiazul pasa del estado crítico a la respiración asistida; es decir, si mantiene opciones de permanencia... y siempre a expensas de una segunda vuelta inmaculada.
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Por más que el mensaje de entrenador y jugadores vaya en otra dirección, no está el Málaga para florituras. El único aspecto positivo pasa por un crecimiento en el espíritu de equipo. Es cierto que como colectivo mantuvo el tipo en Zaragoza pese a quedarse con uno menos desde el minuto 14, que luego resistió ante la Ponferradina para mantener su exigua renta, y que en la visita al Levante plantó cara a un firme aspirante al ascenso con un destacable sacrificio. Pero ese objetivo de no desentonar como bloque, que podría valer para los primeros dos meses de competición, ya no le basta al Málaga.
La agónica situación obliga al Málaga a ganar, a sumar de tres en tres, a convencerse de que el empate equivale a una derrota. Y en esa tesitura se encuentra el entrenador, Pepe Mel, que no termina de encontrar piezas para lo que desea en ataque y que al mismo tiempo quiere evitar que la defensa esté más desprotegida. Es la consecuencia de una deficiente planificación y de los contratiempos en forma de lesiones. Los laterales no suman ni atrás ni adelante, los extremos escasean y, para afrontar una semana casi definitiva con tres partidos cruciales, se le han caído los jóvenes que asomaban en las bandas, Haitam y Cristian, y el futbolista llamado a ser uno de los pilares en el eje de la cobertura, Juande.
Tampoco los futbolistas que debían ser diferenciales en la columna vertebral (porque para eso se les fichó) dan la talla. Burgos cada vez ofrece más dudas atrás, N'Diaye se parece en exceso al que flaqueaba en la segunda vuelta de la temporada de los 'play-off' y Rubén Castro ya comienza a ser cuestionado (más allá de que disfrute de pocas opciones de remate). La única noticia positiva tiene como protagonista al guardameta Rubén Yáñez, que obviamente está para evitar goles, no para marcarlos.
Desde luego, el panorama parece poco halagüeño ante un Granada que sí está llamado a acabar entre los mejores y que, al contrario que el Málaga –que no movió ficha pese al descalabro y esperó hasta la renuncia de Guede–, sí optó por el relevo en el banquillo en cuanto perdió pie ligeramente respecto a la zona de ascenso y siguió sin responder a domicilio (no marca fuera desde la primera jornada). El malaguismo se aferra al tópico de que un derbi es un derbi, aunque de la enorme rivalidad de antaño queda muy poco, por no decir nada. Entonces se decía aquello de viajar con las angustias y volver con la victoria (en alusión a las patronas de Granada y Málaga). Para el equipo blanquiazul hoy es el derbi de las angustias y debe ser el derbi de la victoria.
Pese al cambio de entrenador, el Granada se mantiene tan imprevisible como el Málaga previsible. Lleva tres partidos de la mano de Paco López, superó con claridad en casa al Albacete y al Alavés (en el primero se desmelenó en la segunda parte, y en el otro brilló antes del descanso) y nunca estuvo en el partido en su visita al Leganés. Le falta tener más hechuras de equipo –también competir como visitante–, pero le sobran individualidades. Justo a la inversa que el conjunto blanquiazul, lastrado por la falta de futbolistas capaces de desequilibrar un partido.
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