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Presión, presión y más presión. Ese debió de ser el mensaje de Sergio Pellicer cuando desveló a los jugadores el plan de partido, basado en un 4-1-4-1. Y más allá de que todo se puso de cara en el minuto 3 con ... el remate de Joaquín, también acompañado de fortuna –la suerte siempre hay que buscarla–, el Rayo entró en colapso desde el pitido inicial. Sencillamente, no encontró la fórmula de hacer llegar la pelota a su dinámica línea de medios punta. Esta vez sí, el Málaga consiguió ir arriba en La Rosaleda en busca del rival con la eficacia deseada.
Porque con el papel de las alineaciones en la mano podría pensarse en una pareja de medios centro para contener, con Escassi y Luis Muñoz, pero en realidad este último actuó por delante, a la misma altura que el otro interior (Jozabed) y que los dos extremos (Joaquín y Rahmani). Durante la primera mitad esa presión en bloque alto asfixió al Rayo salvo en un breve periodo posterior al 1-0. Fueron minutos en los que el cuadro franjirrojo sí superó esa primera línea y puso en más aprietos a Escassi, el candado malaguista por delante de la cobertura. Primero fue un movimiento de Pozo en la media punta con centro de Antoñín que se paseó por delante de Dani Barrio, después, con un movimiento del ariete Guerrero con golpeo de tacón en busca de un desmarque de ruptura, y por último, un balón interior para Álvaro García, que tras recibir solo en el área mandó la pelota al palo derecho.
Pero el Málaga se rehizo pronto y de nuevo mantuvo ese bloque alto en la presión que desquició al Rayo. Robo y salida. Esa era la fórmula. Y además tratando de castigar la debilidad de Martín en velocidad. De ahí que se buscara continuamente a Luis Muñoz, interior izquierdo, para castigar al central derecho. La convicción del malagueño no pudo ser más elocuente superado el primer cuarto de hora, cuando se presentó ante Luca Zidane, que al menos se desquitó de su deficiente despeje de puños en la acción del primer gol blanquiazul.
Pero hubo más que presión en la brillante primera mitad del Málaga. En la faceta ofensiva hubo más movilidad que de costumbre, lo que facilitó más líneas de pase y, por consiguiente, más apariciones de Jozabed, que firmó su mejor actuación con el Málaga. Le faltó la guinda del gol en la segunda mitad en un remate desde la frontal. Tanto la ventaja en el marcador como la continuidad de la pelota en campo contrario desembocaron en una plena convicción de todos los jugadores. De hecho, el 2-0 fue un ejercicio de fe, en la subida y el centro de Ismael y en la volea de Luis Muñoz.
El Málaga disponía de una ventaja inusual, con el único precedente de La Romareda, pero tampoco se comportó como si jugara a domicilio. Al contrario, porque el equipo estaba muy crecido y siguió en esa línea de no replegarse, de buscar al contrario en su parcela y de acogotarlo. Llegar al descanso con la renta intacta era primordial y ese primer objetivo se cumplió.
El reto a la vuelta de los vestuarios era aguantar el previsible chaparrón del Rayo, porque además el técnico visitante, Andoni Iraola, mostró sus bazas en la recta final de la primera parte y dejó entrever más de una sustitución. Fue entonces el Málaga que sabe sufrir como visitante, durante cinco interminables minutos de asedio que sin embargo no inquietaron en exceso a Dani Barrio. El equipo se blindó, con un Escassi que redondeó su soberbia actuación, inconmensurable en colocación, liderazgo y rigor táctico.
Pellicer recurrió a Benkhemassa para mantener firme la línea de presión (Jozabed estaba extenuado) y eso acabó por neutralizar al Rayo por más variantes creativas y ofensivas que introdujo Iraola. La ocasión que no aprovechó Jozabed fue producto, cómo no, de la presión. En la recta final las mejores oportunidades fueron para el Málaga, envalentonado y vertical, frente a una defensa rayista asustada desde que Chavarría pareció Correcaminos. Al final el duelo pudo acabar en goleada blanquiazul, pero el triunfo se da por muy bueno. Fin al maleficio de La Rosaleda, del que hoy se habrían cumplido cuatro meses. Presión, presión y más presión. Cuando funciona, el Málaga no sufre...
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