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Sergio Cortés
Jueves, 8 de junio 2017, 22:51
Mientras los jugadores suelen estar desconectados durante las vacaciones a menos que su futuro esté en juego, los entrenadores apenas disfrutan de descanso real. Es habitual que sigan muy pendientes de la actualidad del equipo, de diferentes cuestiones, incluso de atender el teléfono más de ... la cuenta. Eso le sucede a Míchel, que vive una situación a la que no estuvieron tan acostumbrados Schuster, Gracia o Juande Ramos. El Málaga tiene tantos frentes abiertos (entradas, salidas y cesiones fuera o dentro) que el técnico blanquiazul está pegado al móvil casi desde que concluyó la Liga.
Si la pasada temporada estaba todo más o menos perfilado a finales de mayo y en las anteriores los responsables de la parcela deportiva llevaban el peso de la planificación junto al director general, Vicente Casado, en esta el panorama cambia. Internamente, en La Rosaleda, se calcula que el club (es decir, el director deportivo, Francesc Arnau) hará en torno a una veintena de movimientos este verano. Los fichajes de Juan Carlos (ya en propiedad) o Roberto son sólo los primeros de una lista demasiado extensa. Por eso, el excapitán malaguista y Míchel van de la mano, conscientes de que ahora toca hilar muy fino para que no se repitan situaciones de la campaña anterior.
Míchel se marchó de vacaciones, pero apenas estuvo una semana desconectado. Al menos del móvil, porque es un enfermo del fútbol y sigue todo lo que pasa en el mercado casi al minuto. Siempre hay un amigo que le manda un whatsapp para informarle de algún movimiento de un equipo. Esta vez el madrileño apenas va a poder disfrutar de descanso en Ibiza, donde además tiene un círculo de amistades muy amplio (entre ellos, varios excompañeros). Primero, porque su segundo hijo está a punto de casarse (lo hará mañana en La Manga), y después, porque tiene previsto volver a Málaga con suficiente antelación para tenerlo todo dispuesto. E igual que él las personas que lo acompañaron cuando aterrizó en La Rosaleda, Mandiá y Vallejo.
Arnau y Míchel hablan no menos de cuatro veces al día. La comunicación es constante, muy fluida, y cualquier novedad relacionada con cualquier operación (incluso los canteranos que acudirán a la pretemporada) es analizada por ambos. Hace trece días se citaron en Madrid, hablaron largo y tendido, almorzaron y después se desplazaron juntos a Segovia en el coche del técnico para ver al Malagueño.
El magnífico final de temporada también ha desembocado en que Míchel reciba un sinfín de llamadas de representantes e incluso de jugadores. El técnico las atiende todas, pero siempre las deriva al director deportivo. Igual que en el terreno de juego él considera que cada miembro del club tiene asignada su parcela y que en la dirección de la plantilla él debe ser el máximo responsable, lo último que busca es inmiscuirse en la labor de Arnau. «Llama a Arnau, él es el director deportivo», es la respuesta tipo que emplea el madrileño cuando le llaman agentes o futbolistas. Y por su parte Arnau se siente muy cómodo en esta relación porque ha asumido que Míchel no desea afán de protagonismo o de intervencionismo. Quizá por ello, porque ambos saben cuál es su rol en estos momentos, exista tanta fluidez y coincidan en casi el ciento por ciento de las decisiones. Y cuando esto sucede las posibilidades de éxito se disparan.
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