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Sergio Cortés
Viernes, 25 de marzo 2016, 08:09
Hendrik Johannes Cruyff siempre fue un divo en España. Nadie osa discutir sus innumerables méritos, pero en su trayectoria como futbolista dejó dos borrones, ambos en forma de expulsión y curiosamente frente al Málaga, en sus 139 partidos en Primera. Pero fue más por todo lo que originó su salida del campo que por la decisión arbitral en sí. En la segunda hasta provocó que un juzgado, el número 13 de Barcelona, decretara el secuestro preventivo de Don Balón por incluir portada con el holandés crucificado y con el título La semana de la Cruycifixión. La publicación tuvo que pedir perdón, aunque antes vio cómo dimitía su editor consejero, José María García, de profundas convicciones religiosas.
La primera expulsión de Cruyff en España como futbolista se produjo en La Rosaleda el 9 de febrero de 1975. En el minuto 35, después de que Castronovo lograra el 2-1, llegó el escándalo. El holandés, que portaba el brazalete de capitán, se dirigió al árbitro Orrantia para reclamarle que hablara con su linier, que había señalado fuera de juego. El colegiado navarro desatendió esa petición, porque, como explicó días después en Radio Juventud al inolvidable Antonio Jiménez-Pajarero, «no debo hacerlo, y menos a instancias de un jugador».
Sin influir en la jugada
El árbitro no apreció fuera de juego en la acción del 2-1 porque, ciñéndose al reglamento, Orozco y Migueli sí estaban cerca del meta Sadurní, pero ni influían en la jugada ni estorbaban al contrario. «Insistió en su actitud, manejó las manos...», había destacado nada más terminar el partido a un redactor de SUR, el entrañable Miguel Rosado. Durante casi siete minutos Cruyff se negó a abandonar el terreno de juego y, como recalcó Paco Cañete dos días más tarde, empujó al delegado de campo (Antonio Sánchez Bravo), lo agarró por el cuello y le dijo que se callara. El flaco, que había visto la tarjeta blanca (todavía no era amarilla), persistió en su actitud y fue expulsado. Mientras, el entrenador del Barcelona, su compatriota Rinus Michels, montó un número en la banda al llamar a sus jugadores y reunirse con ellos. Tuvieron que salir las fuerzas de orden público para desalojar al capitán azulgrana en un hecho sin precedentes y que, desde luego, ahora tendría una sanción ejemplar, no el partido de suspensión que decretó entonces el Comité de Competición. «Cara y... Cruyff», fue el titular elegido por el jefe de Deportes de SUR, Manuel Castillo, para la portada del martes 11 (entonces el primer día de la semana se publicaba Hoja del Lunes).
Pero casi dos años después, el 6 de febrero de 1977, Cruyff volvió a ser expulsado. Y no porque Esteban, que después fue fichado por el Barcelona y se convirtió en gran amigo del holandés, marcara el gol malaguista con la mano y en fuera de juego (algo sin discusión, como siempre ha reconocido el propio Boquerón). El capitán azulgrana dejó para la historia una frase, «Manolo, marca ya», que, como justificación de su expulsión, dijo haber pronunciado para dirigirse a su compañero Clares. «Con todas las letras se lo dije: Hijo de puta», reconoció el flaco década y media más tarde. El blanco de sus iras fue el árbitro, Melero, a raíz de que se produjeran consecutivamente un supuesto penalti de Laguna al propio Cruyff, protestas por unas posibles manos en el área malaguista y más polémica, si cabe, por un gol anulado, cómo no, a Cruyff.
El holandés esta vez se marchó sin necesidad de la fuerza pública, pero su forma de dejar el campo y aquella decisión arbitral encendieron la mecha entre los aficionados del Nou Camp (entonces se le conocía así, no Camp Nou). Pese a que la policía (los conocidos como grises) rodearon el campo, no pudieron frenar la invasión de seguidores azulgrana e incluso la agresión al árbitro. Posteriormente, algunos de estos exaltados hasta quemaron un coche de Televisión Española. A Cruyff le cayeron tres partidos. Fue el segundo de los borrones como jugador en España del inventor del fútbol moderno.
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