Juan Antonio Morgado
Domingo, 28 de septiembre 2014, 23:37
El fútbol tiene razones que la razón no comprende. El Málaga desacertado, inseguro y obtuso que ayer cayó derrotado frente a uno de los peores equipos de la Liga es el mismo que cuatro días antes impartió una lección de saber estar en un terreno de juego y que anuló por completo a un Barcelona que lo había ganado todo. ¿Qué explicación tiene ese cambio radical, esa mutación experimentada por un equipo que estaba ilusionando a sus aficionados como en pocos comienzos de temporada? El común de los mortales no la encontrará. Habrá que hilar muy fino para saberlo. Así no se juega.
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Seguro que Javi Gracia no tardará en ponerles a sus jugadores el vídeo de un partido nefasto. Sus futbolistas apenas se reconocerán en unas imágenes que les llegarán como distorsionadas. Más de uno, a poco que sea exigente consigo mismo el mínimo habitual, exclamará con interrogante: «¡Pero ese soy yo?» No está libre de esa obligada autocrítica el entrenador malaguista, Javi Gracia. Una vez analizado el partido por sus desafortunados protagonistas y por el técnico que los instruye, deberá engrosar la videoteca de la Escuela de Entrenadores para que los futuros técnicos sepan lo que no hay que hacer sobre un campo de fútbol, que está para eso precisamente, para jugar al balompié, no para practicar una suerte de deporte que no se pareció en nada a lo que se esperaba ver.
Siempre he sido de la opinión de que los que están mal o bien en un partido son los jugadores. Poco puede influir el entrenador en el acierto puntual de un futbolista en un remate errado que a la postre quizás podría haber sido el de la victoria. Pero lo que sí debe hacer un técnico es quitar lo antes posible a un jugador que no tiene su tarde. Este fue uno de los errores de Gracia frente al Espanyol. El preparador pamplonés, que en el descanso tomó la drástica decisión de hacer dos cambios, se olvidó de realizar también pronto el tercero, y eso que en el campo había un jugador que no tenía la suerte de cara. No era otro que Luis Alberto. Destacado en anteriores partidos, el delantero gaditano no dio una a derechas. Si el entrenador no quería agotar pronto los tres cambios por aquello de una posible lesión, el citado jugador tendría que haber sido sustituido en el descanso. No pasa nada. Una mala tarde la tiene cualquiera. Peor es mantener a un hombre en el campo en un aciago partido para todo el equipo.
El Málaga, que en los primeros compases del choque controló a un rival que se mostraba inseguro y que le dio el balón, fue diluyéndose fruto de su desacierto. Nadie daba una a derechas. Todas las suertes de un partido de fútbol se vieron denigradas por el mal hacer de los discípulos de Gracia. Uno de los lances decisivos, caso de los centros al área rival, se convirtieron en una lacra para el equipo visitante. Al final, los jugadores malaguistas pagaron con la derrota su nefasto pulular por el césped del campo getafense.
El equipo de La Rosaleda cerró la aciaga mañana con la pérdida del capitán Weligton para el próximo partido. En el punto de mira del colectivo arbitral desde que exprimiera los mofletes de Messi, el experto central pecó de pardillo con una expulsión absurda. Si él no lo sabía, alguien debería haber aleccionado al central brasileño para que frenara por un día ese ímpetu del que tanto provecho saca el equipo en otros momentos. Cuatro castigados en seis partidos es un lujo que no puede permitirse este equipo.
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