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El Málaga ha logrado con Sergio Pellicer los mismos triunfos (cuatro) en siete partidos que en los 22 bajo la dirección de Víctor Sánchez del Amo. Los datos son incuestionables, pero más aún las sensaciones. La metamorfosis del equipo desde el relevo en el banquillo es demasiado elocuente. Aunque continúa con la etiqueta de 'interino', el castellonense se ha afianzado con creces en el cargo y ha rescatado la mejor versión de un grupo que ofrecía demasiadas dudas no hace tanto. En la transformación han sido fundamentales cuestiones relativas al juego (en el aspecto táctico o en el rendimiento de determinados futbolistas), pero no pueden quedar en el tintero otras que guardan relación con el sacrificio, la cohesión, la ambición, el buen ambiente e incluso la impermeabilidad a los factores extradeportivos.
Porque Pellicer fue muy claro desde el primer día: había que centrarse en lo meramente futbolístico. Lo hizo en su primera comparecencia ante la prensa y, previamente, ante los jugadores. Nada de cuestiones extradeportivas, nada de victimismo, nada de hablar de más o menos fichas profesionales... Ese mensaje ha calado en el vestuario, que también ha pasado a tener una filosofía clara las últimas semanas en una temporada complicada. Quedó atrás aquella fase en la que abundaban las muestras de apoyo al recién llegado director general, Richard Shaheen...
La fractura en el grupo entre Víctor y los jugadores era más importante de lo que parecía, en particular las dos últimas semanas del madrileño y su cuerpo técnico. No es que este aspecto influyera en el rendimiento de los futbolistas, porque de hecho Pellicer también había tenido desencuentros con algunos de ellos en su etapa anterior. Pero el castellonense ha sabido adaptarse a un grupo que estaba unido y, dentro de la exigencia propia de un entrenador, ha logrado tener una afinidad total con ellos.
Frente al afán de Víctor por la posesión –que a la vista de los resultados no tenía consecuencias positivas en los resultados–, Pellicer fue directo en el mensaje a los jugadores desde su llegada: líneas juntas, orden defensivo, mantener la pelota lejos de la zona de Munir y, más allá de aspectos tácticos, competitividad e intensidad. Y en un grupo en el que el compromiso es incuestionable (dadas las circunstancias del club hasta ahora) esas dos últimas virtudes han sido muy patentes en este periodo, especialmente contra el Cádiz en el Carranza y el domingo frente al Racing. Ha inculcado que el éxito del colectivo sólo se produce si todas y cada una de las individualidades están a la altura. Es obvio que el equipo da una sensación de estar muy trabajado, pero sin la actitud que muestran los futbolistas desde el primer al último minuto no llegarían los resultados favorables.
El crecimiento de determinados jugadores es suficientemente llamativo. Pellicer ha apostado sí o sí, con todas las de la ley, por Juanpi, al que convenció de que volvería a ser imprescindible en el equipo. El titánico esfuerzo del venezolano el domingo para recuperar la pelota cada vez que se producía una pérdida (incluso de otros compañeros) fue suficientemente llamativo y convirtió los pitos de otras tardes en aplausos. Igual que sucedió con Hicham, al que el técnico conoce perfectamente desde que coincidieron en el primer equipo juvenil y al que le ha reiterado semana tras semana que tiene potencial suficiente para ayudar mucho más en la contención. Pero también se suman otros nombres propios. Por necesidad (por la lesión y posterior recaída de Keidi), ha apostado en firme por Luis Muñoz, que ya jugó con él en la medular en la semifinal de la Copa de Campeones (entonces fue expulsado) y al que ha ido puliendo. Tampoco ha tenido dudas para dar continuidad las tres últimas jornadas a Ismael en perjuicio de Cifu pese a que el granadino estaba disponible. Son sólo ejemplos de un grupo formado por futbolistas que se entrenan, según él, «como animales» –así lo definió el sábado– y que, ahora sí, demuestran tener hambre.
Nada más llegar al cargo, Pellicer buscó la complicidad con los capitanes porque entendía que el equipo necesitaba liderazgo para salir a flote. Adrián, como ocurre con cada entrenador que llega, volvió a ser clave, pero sería injusto olvidar a Luis Hernández (en uno de sus mejores momentos en el Málaga), Juan Carlos (cuyo cambio ha sido evidente tras lo sucedido frente al Mirandés y al Elche), Lombán y Munir. Y también otros sin galones de capitán pero con experiencia para tirar del carro.
Aunque habían transcurrido pocos días, ya en el debut de Pellicer (frente a la Ponferradina) se vieron dos movimientos interesantes en sendos saques de esquina. El libreto de acciones ensayadas a balón parado es amplio y se insiste mucho en afinar la colocación de cada futbolista porque en el cuerpo técnico entienden que el equipo cuenta con buenos lanzadores y con un interesante potencial a balón parado. Por ejemplo, en el segundo gol contra el Racing (con saque de Juanpi y remate de Lombán, solo en el corazón del área) se pudo comprobar que previamente el segundo entrenador, Manolo Sánchez, insistía a gritos en la situación exacta de determinadas piezas.
¿Corre peligro el Málaga de que tanta euforia le pase factura? No lo parece a tenor de lo que expresan Pellicer y los jugadores en público y en privado. «Hay que seguir con las tres 'h': humildad, honestidad y honradez. Hay que tener los pies en el suelo», subrayó el técnico al término del partido. Ayer mismo recordó a algunos de sus pupilos que sin los dos últimos triunfos el equipo estaría al filo del descenso o incluso entre los cuatro peores. «La Segunda División no da tregua», es otro de sus mensajes que ha calado.
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