Este miércoles se cumplirán ya 10 años del fallecimiento de José Carlos Pérez. «Ya nada será igual; esto va a cambiar», me advirtió aquella fría ... noche, ya de madrugada, Fernando Hierro a las puertas del tanatorio. Porque el veterano directivo malagueño era quien mantenía a raya las extravagancias de Abdullah Ghubn y presionaba hasta la saciedad para evitar impagos. ¡Y vaya si cambió la situación en el Málaga! Semanas más tarde el veleño ponía por delante su nombre y su prestigio para conseguir la licencia UEFA mientras hacía esperar al director de una sucursal bancaria hasta bien entrada la tarde para que se certificara un ingreso vital desde Catar. Después llegaron aquella esperpéntica rueda de prensa de Ghubn (previa a su huida), la 'espantá' de Al-Thani, el aterrizaje de un liquidador que no llegó a serlo (Shatat), el intento de vender el club al primero que pasaba por la puerta, el 'rescate' de Javier Tebas, las ventas de los principales activos a toda prisa, la 'conjura de Campoamor' liderada por Manuel Pellegrini para llegar a la fase de grupos y respaldada por Weligton, Maresca, Demichelis...
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De todo ello me acordé tras la rueda de prensa de Manolo Gaspar el jueves. «No me puedo comprar un Ferrari si no tengo para pagar la gasolina», recalcó sobre el desenlace del mercado de invierno. Me llamó la atención la alusión a esa marca de coches porque fue la misma que empleó Ghubn cuando quería fichar al argentino Ricky Álvarez («se le pone un Ferrari en la puerta y así se le convence», sugirió) y también el añorado José Carlos Pérez once días antes de aquel terrible ictus, durante un almuerzo que mantuvimos Antonio Góngora y yo con él, recién llegado de Catar. «La idea es no fichar más 'ferraris', sino tres o cuatro buenos jugadores de Primera», nos adelantó.
El mensaje de Manolo fue claro como el agua: renuncia a cualquier ambición durante el mercado invernal. Y así el Málaga continúa en su particular 'año de la marmota' (valga la expresión). Su crecimiento depende más de los juzgados que de los terrenos de juego, sólo que en los primeros los resultados son casi semestrales. Así es imposible avanzar y recuperar el estatus perdido. La encrucijada accionarial no tiene fin y el enmarañamiento por demasiados contenciosos implica el riesgo de perpetuarse en Segunda e incluso de flirtear con el descenso (sin olvidar que en un hipotético regreso a la élite estaría económicamente a años luz del resto). El hastío en Zaragoza aún no existe aquí, pero el peligro de que el aficionado se canse es latente. Y no se atisba solución.
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