En la víspera del Málaga-Zaragoza de mañana (16.00 horas) resulta inevitable recordar que ese fue el último encuentro celebrado en La Rosaleda antes del confinamiento por la expansión de la pandemia. Desde entonces, casi once meses después, las gradas de los estadios de ... Primera y Segunda siguen vacías. Y lo que es peor, sin una previsión clara a corto plazo. De hecho, tanto el Málaga como el resto de clubes profesionales ya asumen un final de Liga sin público y en La Rosaleda ni siquiera se trabaja en un escenario que contemple la presencia de aficionados.
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El último encuentro liguero del Málaga como local coincidirá con el cierre del campeonato, el 30 de mayo ante el Castellón (siempre que no acceda a los 'play-off' de ascenso). Es decir, aún quedan por delante 114 días. Parece demasiado tiempo, dieciséis semanas, pero a día de hoy el escenario no es precisamente para mostrarse optimistas por más que el deseo de todos los clubes y de los dirigentes de LaLiga pase por recuperar parte de la normalidad con un grupo reducido de espectadores.
El pasado 15 de enero estaba prevista una reunión de la presidenta del Consejo Superior de Deportes (CSD), Irene Lozano, con los presidentes de LaLiga, Javier Tebas, y de la Asociación de Clubes de Baloncesto (ACB), Antonio Martín, para analizar el posible regreso de los aficionados a los escenarios de los encuentros. No obstante, la tercera ola por la expansión de la Covid-19 frenó en seco cualquier intento dado que debe existir la preceptiva autorización de los responsables en materia sanitaria. A ello hay que sumar la aparición de diferentes cepas que, según los primeros estudios, pueden elevar el nivel de contagios.
La ACB ya ha reaccionado ante la posibilidad de que se produzca el peor escenario posible y ha deslizado que solicitará al CSD una inyección de 10 a 12 millones para evitar la quiebra de los equipos que compiten. Se calcula que la ausencia de público supone la pérdida de un 20 por ciento de los ingresos, aunque este porcentaje puede ser más alto en los clubes más modestos.
Pero, ¿y el fútbol? Es un caso totalmente opuesto. Más allá de que los ingresos televisivos no tienen parangón con los que perciben los clubes de baloncesto, LaLiga fue clara en verano con todos sus afiliados: había que elaborar los presupuestos bajo la premisa de que no hubiera ingresos por abonos y taquillas. De este modo, la patronal pretendía forzar a los equipos de Primera y Segunda a evitar cualquier riesgo de déficit en caso de no contar con una partida tan importante.
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Esa cierta tranquilidad para los clubes profesionales de fútbol desde el punto de vista económico contrasta con la ilusión de todos ellos –y por supuesto de LaLiga– de que en los próximos tres meses y medio pueda articularse alguna fórmula para que los aficionados regresen a los estadios, aunque sea en un número limitado. Sin embargo, la tercera ola de la pandemia y también el frenazo vivido en el proceso de vacunación suponen a día de hoy dos obstáculos importantes que impiden hacer cualquier pronóstico.
Mientras tanto, dentro de la férrea burbuja a la que están sometidos los clubes para evitar aplazamientos de encuentros (sólo se ha producido uno, el Sabadell-Alcorcón), LaLiga ha extremado las precauciones por la aparición de la tercera ola. Por esa razón, desde la semana pasada se exige la mascarilla FFP2 a toda aquella persona que pueda acceder en estos momentos a los estadios de Primera y Segunda.
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