Secciones
Servicios
Destacamos
Ya lo advirtió Sergio Pellicer nada más cerrarse la plantilla. «Esta temporada no podremos aspirar a ser de nuevo el equipo menos goleado. Tendremos que jugar a otra cosa por las características de los jugadores y habrá que exponer más». La aspiración del entrenador castellonense ... de que el Málaga fuera 'el Getafe de Segunda' apenas se ha cumplido en momentos puntuales en el primer cuatrimestre. De ahí que con excesiva frecuencia se repita una frase entre los aficionados. «Somos un coladero». A estas alturas cualquier rival que pisa La Rosaleda conoce de sobra los argumentos para sacar tajada (por pocos recursos que tenga) porque el conjunto blanquiazul ni brilla en la presión ni muestra solidez en la medular ni ofrece contundencia atrás.
No es casualidad que el Málaga deslumbre como visitante y naufrague como local. A domicilio juega con las líneas juntas, aun a costa de recurrir a un repliegue intensivo (con los once futbolistas en la parcela propia), y apenas deja resquicios. Casi ni hace falta recordar que sus carencias se producen en los flancos, al conceder centros laterales, porque por dentro echa bien el candado. Obviamente ese no es el libro de estilo para las citas en La Rosaleda. Los adversarios le dan la pelota y esperan pacientemente el error. Y este siempre se produce. ¿Por qué? Básicamente porque el Málaga pasa a ser un equipo distanciado y deslavazado –«muy 'largo', como se suele decir– y sufre con un simple envío en largo. Si se analiza la temporada, las pautas de los rivales se repiten sistemáticamente desde aquel triunfo contundente del Espanyol (0-3). Al contrario le resulta muy fácil forzar una falta lateral o un córner, cuando no poner en apuros a los centrales en situaciones de igualdad numérica.
Porque el Málaga encalla en casa por sus carencias ofensivas –sobre todo por las dificultades en el ataque posicional y por el intrascendente papel de los 'pivotes' en último pase o llegada–, pero sobre todo por su debilidad como bloque. Y basada en tres males: ni presión ni solidez ni contundencia. Si la primera línea no roba, el rival llega con facilidad a la segunda (la medular), y si esta no sostiene al equipo, la defensa queda expuesta.
Al comienzo de la temporada Pellicer recurría con más frecuencia a los tres centrales porque así acumulaba más hombres por dentro (cinco y hasta seis efectivos en la segunda línea) y protegía más a los centrales, ya que en lo relativo a estos ninguno de los cuatro de los que dispone destaca por su velocidad. Con la consolidación definitiva de Joaquín en el once, unida a la titularidad indiscutible de Rahmani, se pasó a jugar con cuatro atrás para perfilar un 4-4-2 o un 4-2-3-1. Sucede así precisamente desde que visitó a la Ponferradina en la 12.ª jornada, con la única excepción en los últimos diez partidos del compromiso en Almería.
La pareja de ataque, con diversos cambios por las ausencias de Chavarría o Caye Quintana y la titularidad de Cristian en los seis últimos partidos, no termina de aportar lo necesario en esa primera línea de presión. Al margen, claro está, de que Rahmani, Joaquin e incluso Jairo no brillan precisamente por la recuperación de la pelota. A partir de ahí el edificio táctico del Málaga se desmorona. Porque, pese a sus carencias más que conocidas, se echa en falta la presencia en la medular de Benkhemassa, que va al choque (muchas veces con todo, lo que le cuesta la amarilla). En este sentido Luis Muñoz y Ramón sufren más de la cuenta al no verse tan respaldados. Tampoco son poderosos en el juego aéreo, detalle este último que obliga a los centrales a salir habitualmente de su zona... y no siempre a tiempo. Los dos medios centro también han pasado a ser irrelevantes en el juego de ataque, hasta el punto de que las dos mejores acciones en la primera parte ante la Ponferradina nacieron en pases interiores... ¡de Juande y Lombán!
Sin presión ni solidez, el Málaga acusa atrás la falta de contundencia. Individualmente los centrales sí pueden ofrecer esta virtud (quizá no tanto Juande), pero en el plano colectivo la defensa deja bastante que desear. De un lado, porque los laterales no son tan eficaces –los extremos no siempre vigilan las subidas de su par–, y por otro, porque la compenetración ya queda en entredicho. No es una cuestión de que el rival llegue más o menos, sino de exhibir una inseguridad que hace crecer al adversario. Llámense Leganés, Cartagena o Ponferradina.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.