Secciones
Servicios
Destacamos
Desde la sobremesa del domingo, cuando se consumó el triunfo del Amorebieta ante el Fuenlabrada, se ha instalado el miedo en el malaguismo. Pese a la interminable sucesión de deméritos del equipo durante más de cinco meses, nunca hasta ahora el aficionado se había verdaderamente ... atemorizado por un descenso a esa 'Segunda B de Rubiales' que, no nos engañemos, pondría en riesgo hasta la supervivencia del Málaga por muchos paños calientes que quiera poner el administrador judicial.
Estos días se suceden las cábalas y también los análisis sobre el calendario que espera a cada uno de los implicados, pero en condiciones normales, con la lógica en la mano, un dato se antoja irrefutable: si el equipo gana sus dos compromisos en casa, la permanencia estaría en el bote. Por eso es el momento de ser malaguista de verdad, de llenar La Rosaleda, de convertir el templo blanquiazul en una olla a presión.
Tal vez no se requiera alcanzar seis puntos –no más, porque el Amorebieta y la Real B tendrían que hacer un pleno y, por ejemplo, deben medirse al Almería mientras este se juega el ascenso directo–, pero tampoco es cuestión de confiarse, de dejarlo para el final, de dudar lo más mínimo sobre el equipo (aunque haya méritos de sobra para ello), de quedarse en casa. ¿Acaso no se sufre más delante del televisor que en la grada?
El aficionado malaguista ha (hemos) vivido momentos cruciales en los que no siempre ha salido cara. Los más jóvenes –de treinta años hacia abajo– quizá no estén tan acostumbrados porque han vivido la mejor etapa de la historia, con el origen en aquel doble ascenso desde Segunda B a Primera (protagonizado entre otros por el actual entrenador y su segundo, Guede y Bravo) y el culmen de la Champions, pasando por la presencia casi permanente en la élite y el estreno europeo en la UEFA vía Intertoto.
Pero esa no es toda la historia completa. Al Málaga se le bautizó como 'el ascensor' por sus vaivenes entre Primera y Segunda, fue hasta el cambio de siglo más cabeza de ratón que cola de león, estuvo más de una vez al borde de la desaparición (llegó a caer a Tercera a finales de los 50), sufrió descensos traumáticos, decepciones que llenaron el Guadalmedina de lágrimas (como 'la tarde del Betis), dos promociones consecutivas perdidas que lo llevaron a la disolución...
Por eso, porque los malaguistas tenemos infinidad de cicatrices –los más veteranos, acumuladas en todas las fases de su vida, desde la niñez hasta la vejez–, no se entiende que el equipo pueda quedarse huérfano en estos dos partidos (el primero, mañana) o que La Rosaleda no presente el ambiente de las grandes tardes, ese día en el que uno casi ni desayuna ni almuerza, llega dos horas antes a Martiricos y sólo piensa en volver a casa con la voz rota o directamente con una afonía inexplicable para aquel que carece de corazón blanquiazul.
Ya se encargarán Guede y Bravo de recordarles a los jugadores que una cena de Nochevieja en Torremolinos, incluso con empleados del club y familiares, sirvió para cimentar aquella gesta culminada ante el Terrassa, aquel periodo inolvidable de nuestras vidas. Pero luego, desde el minuto 1 al noventa y tantos, ya se encargarán los aficionados de recordarles que no están solos, que esta masa social es insuperable cuando toca apretar y que hace honor al himno cuando dice «la afición nunca se queda, con nosotros no hay quien pueda, el Málaga va a jugar». Es el momento de ser malaguista de verdad. Hay que llenar La Rosaleda mañana y dentro de dos semanas. Ahora más que nunca, vamos, Málaga.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.