El Málaga prosigue con su desplome y parece no tocar fondo. Nueve derrotas en las catorce jornadas del primer tercio de Liga han anclado al equipo en la zona baja hasta el punto de que ni siquiera supone novedad verlo como 'farolillo rojo' en una ... situación agónica. Tan desesperante es la falta de recursos en el terreno de juego como la sensación de conformismo e indolencia en todas las partes implicadas. En la víspera de una nueva cita (mañana domingo a las 18.30 en La Rosaleda contra el Sporting) la pregunta es sencilla: ¿hasta cuándo va a durar esa actitud?
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Al borde del abismo, sin capacidad de reacción y lastrado por innumerables deficiencias, el Málaga no parece encontrar fin a esa espiral de derrotas y pésimas actuaciones. Nada queda de aquellas expectativas en verano, fomentadas por los propios jugadores, mientras la inacción de los dirigentes –unida a la enrevesada situación judicial– ha acabado por calar en el vestuario. Durante casi tres meses de competición se ha echado en falta muchísima más autocrítica, empezando por el máximo responsable de la entidad, el administrador judicial (José María Muñoz), cuya comparecencia pública semanas atrás fue el fiel reflejo de la inexperiencia en este tipo de encrucijadas deportivas.Pero, si cabe, resulta más inexplicable que después de cuatro derrotas en los cinco últimos partidos nadie se exprese con contundencia desde la cúpula de la entidad. Y ante este déficit, ¿cómo exigir entonces a entrenador y jugadores que ellos sí lo hagan?
Porque a estas alturas, después de ocho encuentros al frente del Málaga, el balance de Pepe Mel no puede ser más desolador: una sola victoria, tres empates y cuatro derrotas. El técnico madrileño tampoco se salva de la quema y a estas alturas no se sabe si son más desconcertantes sus decisiones o sus declaraciones. Entre las primeras tienen cabida tanto la elección de los futbolistas –dentro de que trata desesperadamente de buscar soluciones a la escasez de futbolistas de banda– como un escaso repertorio táctico cuando el partido se tuerce. Es más, aquellos primeros síntomas nada más tomar el relevo (tardío) de Pablo Guede tampoco han tenido la continuidad deseada.
Con todo, sí sorprenden las manifestaciones del técnico. Que en la situación actual del Málaga mostrara tanto conformismo en la víspera de la visita al Cartagena –«hay que puntuar, aunque sea de uno en uno»– después del «se me acaba el discurso» tras la derrota en casa contra el Eibar se antoja a todas luces ilógico. El panorama clasificatorio exige más contundencia en el mensaje a futbolistas que no son precisamente jóvenes o inexpertos y que hasta el momento han ofrecido un rendimiento nefasto. A estas alturas, andarse por las ramas no tiene explicación.
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Probablemente así se explique esa valoración el jueves por la noche respecto a que el equipo había hecho «un partido muy decente». La realidad es que después de una mejor puesta en escena –tampoco para tirar cohetes– la expulsión de Burgos hizo aflorar un miedo atroz por parte de sus futbolistas. Encerrados, sin la más mínima convicción a la hora de salir (incluso de manejar la pelota) y perdiendo tiempo cuando ni siquiera se había llegado al descenso. Y aunque la permanencia sigue a sólo cuatro puntos, conviene no perder de vista que varios equipos comienzan a estar ya a una distancia muy relevante.
A la inacción y el conformismo se suma también la nula energía de los jugadores. Ya no es sólo cuestión de falta de recursos en algunos casos (particularmente, en aquellos que sobrevivieron de la pasada temporada y a los que el supuesto cambio de objetivo ha arrollado), sino también de indolencia. Y al margen de que la planificación de Manolo Gaspar ha sido calamitosa (en la distribución de los futbolistas y en el perfil que convenía elegir) es inadmisible para el aficionado escucharlos continuamente pedir perdón por errores que, valga la redundancia, son imperdonables.
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El último fue Javi Jiménez, que salió a escena tras haber sido artífice directo del fiasco en Cartagena. El listón está muy bajo en todos los aspectos. Desde la gestión del club al rendimiento de los futbolistas. La mejor prueba de ello fue una de las reflexiones del lateral izquierdo titular cuando aseguró que el equipo había comenzado el partido en Cartagena «espectacularmente». Nada mejor que un adverbio para reflejar la sensación de conformismo que ofrece un equipo al borde del abismo, anclado como 'farolillo rojo' y sin la más mínima capacidad de reacción.
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