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Decididamente el Málaga está abandonado por la fortuna. Ya lo dice el refrán, «a perro flaco todo se le vuelven pulgas». Es así. Sólo así ... se puede entender que se falle un gol como el que no anotó el Málaga en el minuto 89, cuando Loren estrelló la pelota, sólo en el área chica, en el cuerpo del meta rival. Sólo así puede llegar el VAR para anular un gol ilegal a todas luces de Rubén Castro en el minuto 45, para acto seguido ese VAR no entrar siquiera en un clarísimo penalti a Fran Sol a la salida de un saque de esquina, o sólo así se explica la carambola de Iborra.
Ocurre que con la temporada que lleva el Málaga, es imposible que la suerte nos sonría. ¿Gafes? Es duro hablar de gafes en una tierra que cree en ellos, entre otras cosas porque puede estigmatizar a quien se señale. Dios nos libre. Pero algo hay. Meigas o como queramos llamarlo. Lo cierto es que el Málaga mejoró y mucho respecto a anteriores partidos, pero le sirvió lo mismo que cuando lo ha hecho rematadamente mal: para nada porque perdió. Se ha acostumbrado el equipo malaguista a perder y eso es casi peor que acusar a alguien de gafe. La suerte pelotera nos dio la espalda en Dortmund, lo he dicho muchas veces, y nunca más nos miró a la cara... de vez en cuando hay chispazos, como en el partido ante la Ponferradina, pero poco más. Nos hace falta un baño de agua bendita, una plantación de ajos o un exorcismo pelotero para intentar que 'nos mire' y no descender.
Cada vez está más difícil. Estar abajo atenaza las piernas. Lo ha hecho tan mal la estructura dirigente y deportiva de un equipo sin amo que ha sido una viña desierta que ahora es difícil recoger fruto alguno porque no se ha sembrado. La cara que se nos queda cada semana a los hinchas malaguistas es de pena, de tristeza porque vamos a ver al equipo de nuestros sueños convencidos de que no ganaremos. Seguimos en barrena, seguimos sin dar ni una alegría, aunque se haya mejorado, y no poco, pero puede que no sea suficiente. Ante el Levante, desde luego, no sirvió para nada.
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