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Apenas unas horas después del ascenso a Primera ya se supo la identidad del entrenador: Joaquín Peiró. En aquellos tiempos el control del Málaga estaba en manos del presidente del Grupo Zeta y verdadero propietario del club, el desaparecido Antonio Asensio ('el gran jefe', como ... lo conocía el entrenador), y de la empresa Bahía Producciones. Peiró tenía buena relación con los máximos responsables de esta sociedad, Joaquín Domingo Martorell y José Antonio Martín Otín 'Petón', y había completado una buena labor en el Badajoz. Fue Petón, 'colchonero' de pura cepa, quien sugirió que el mítico 'galgo del Metropolitano' se hiciera cargo del equipo. Todo estaba planificado sobre el cuerpo técnico hasta que el mismo día de la presentación se supo que Antonio Tapia, con el que se contaba como preparador físico, había anunciado que se iba al Cádiz como segundo de Ismael Díaz. A toda prisa se recurrió a José Luis Gilabert, que había estado en el equipo extremeño con Peiró y que luego sería una pieza clave en el grupo.
Después de un estudio de la plantilla se decidió mantener el bloque de Segunda B. Existía la certeza de que era imprescindible la aportación de esos futbolistas como base del grupo. El éxito de esta apuesta fue rotundo, porque casi todos acabaron como titulares e imprescindibles. Eran el portero Rafa; los defensas Bravo, Larrainzar, Roteta y Caracol; los centrocampistas Movilla, Sandro y Quino, y los delanteros Basti y Guede. En ellos había, como se suele decir, «mucha hambre». En unos casos, por llegar a la élite, y en otros, por volver a hacerse un nombre en la máxima categoría. Ellos fueron cruciales en la cómoda adaptación de todo aquel que se incorporaba al Málaga. Y sucedió así durante un lustro.
La plantilla quedó planificada muy pronto. De un lado, se apostó por un 'tanque' arriba, Catanha, en el que se depositaban todas las esperanzas. Por otro, se fichó a De los Santos y Ruano, del Mérida, en virtud de una deuda que este club mantenía con una sociedad vinculada a Asensio. Igualmente, se contrató al jugador más relevante del grupo IV de Segunda B, Zárate (del Cádiz). Pero, sobre todo, existía una 'lista de la compra' que se le entregó a Fernando Puche. Se trataba de apuestas de la asesoría deportiva del club. En ella estaban los guardametas Lekovic y Sánchez Broto; los yugoslavos Milijas y Popovic, el centrocampista brasileño Rodrigao, dos centrales vinculados al fútbol francés (Brahim y Dorado), tres futbolistas que habían pasado por la cantera del Madrid (Valcarce, Agostinho e Ismael) y un joven ghanés llamado Owusu. Al principio nadie sabía quién era este... hasta que Peiró lo aclaró: «Ese es 'Arriki', al que he tenido en el Badajoz». De todos ellos, sólo Valcarce, Zárate y 'Manu' (como se conocía a Dorado) tuvieron cierta continuidad.
En el vestuario del Málaga había mucha guasa y tendencia a poner motes. No se salvaba nadie, ni siquiera los periodistas... A Peiró pronto se le bautizó como «el abuelo» y más tarde pasó a ser «el yayo». Tampoco se libró de ello el presidente, Fernando Puche. Los futbolistas le tenían un enorme aprecio personal porque siempre estaba pegado a ellos, pendiente de cualquier cosa que necesitaran, día a día en los entrenamientos. Para ellos fue una satisfacción que el ascenso coincidiera precisamente con la onomástica de Puche. Después de una foto en la feria de Málaga en la que el empresario malagueño aparecía con un sombrero cordobés alguien sugirió que se parecía a Juanito Valderrama...
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Primero en privado y luego en público, Peiró hizo hincapié continuamente en un término, 'media inglesa', que al final se convirtió en un mantra en la plantilla. Se trataba de ganar un partido y empatar otro cada dos compromisos. No fue necesario mentalizar a los futbolistas semana tras semana...
No es un secreto que el trabajo táctico corría a cargo del segundo entrenador, Juan Carlos Añón. A Peiró lo táctico le gustaba lo básico, porque prefería que los futbolistas dieran rienda suelta a su talento. Pero por otro lado le gustaba que el excentral malaguista hiciera de 'poli malo' para él luego recurrir a su mano izquierda y llevar al jugador a su terreno. Evidentemente Añón no lo tenía fácil en el día a día porque en el grupo estaban Bravo, Larrainzar o Roteta, que podían estar dos horas de carrera continua sin despeinarse, y otros que en los partidillos se quejaban continuamente. A Gilabert, habitualmente el árbitro, le llovían las quejas, pero nada comparable con los piques entre Añón y Sandro. Y como este entraba a todos cuando lo provocaban, no tardaron en bautizarlo como 'el chihuahua'. Fue uno de los muchos motes que recibió un jugador tan singular como descomunal.
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El Málaga contó con una plantilla sin fisuras, uno de los grandes argumentos del éxito. Pero esa unión no sólo era evidente en el día a día y en los partidos. También fuera. Varios de ellos, solteros, solían salir juntos en la víspera del día de descanso. Como es lógico, cuando las cosas no iban bien se señalaba a determinados futbolistas porque además se dejaban ver en zonas concurridas, como en Puerto Marina. En la diana estuvo casi siempre De los Santos, fichaje de postín que se vio perjudicado claramente por las lesiones. Sandro era su gran defensor: «Cuando 'el Uru' esté bien físicamente será un ídolo en La Rosaleda». Efectivamente, meses después el uruguayo era ovacionado.
Nada más empezar la Liga, Peiró se percató de que Agostinho 'se caía' en las segundas partes cuando se desenvolvía en la banda de Preferencia y atacaba en la portería de Gol. La decisión del entrenador no se hizo esperar y ordenó que se eligiera siempre hacerlo así en la primera mitad. De este modo, tras el descanso el extremo portugués estaba más motivado por la presencia del Frente Bokerón en el sector de Fondo y además así el entrenador lo tenía continuamente a su lado para arengarlo, apretarle y darle consignas. El resultado fue extraordinario. Agostinho era un tipo singular cuyo español necesitaba de un traductor simultáneo. Memorable era la frase de Bravo cuando lo escuchaba: «Ni te entiendo ni te creo».
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En dos ocasiones estuvo a punto de ser destituido el entrenador madrileño. En la primera, tras seis derrotas seguidas (dos de ellas, en Copa), no fue relevado porque el equipo encadenó dos triunfos (3-2 ante el Logroñés y 0-3 en Alicante). La derrota en Pamplona fue especialmente dolorosa y allí tuvo el técnico un lapsus fruto de los nervios. Cuando ya había realizado el tercer cambio (habían salido Agostinho, Popovic y Quino) mandó calentar a Basti para que entrara en el terreno de juego... Los futbolistas cerraron filas en torno al técnico en aquellos días. La segunda vez que Peiró pudo dejar su puesto fue tras el empate en el Miniestadi frente al filial del Barcelona. Fue Antonio Asensio quien decidió el cambio e hizo viajar en tren a José Mari Bakero. La idea era que formara tándem con José Luis Burgueña. La respuesta de Puche fue contundente: «Tú eres el dueño, pero yo soy quien manda en el club. Si tú has decidido eso, mañana tienes mi dimisión encima de la mesa». Bakero recibió una llamada para que tomara el tren de vuelta y Peiró siguió en su puesto durante cuatro años...
Al final de aquella temporada Catanha acabó vencedor del Trofeo Pichichi tras marcar 26 goles, los mismos que el ariete titular del Atlético de Madrid B, Sequeiros. Pero en realidad logró 25, porque en el triunfo frente al Hércules en el Rico Pérez por 0-3 (los tres tantos llegaron en el último cuarto de hora) uno de ellos el árbitro se lo atribuyó a él cuando en realidad quien empujó la pelota fue Ruano. El brasileño anduvo listo y le dijo a Muñoz Juste que él había sido el protagonista del remate... El colegiado, que tenía dudas, le preguntó al delegado, Fernando Peralta, y este lo ratificó después de consultárselo a Ruano. Antes de aquel partido Catanha sólo llevaba cuatro goles, dos de ellos de penalti.
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Las dudas sobre la capacidad de Catanha se dispararon tras su negada actuación en la visita al Albacete. El Málaga no ganó aquella tarde (empató a dos) sencillamente porque el brasileño estuvo calamitoso e hizo internacional al guardameta rival, Julio Iglesias. Pese a que marcó un gol al filo del descanso (que suponía el 1-1), en el balance global del encuentro falló hasta cuatro 'mano a mano' con el portero y otros dos remates muy fáciles. Muchos dejaron de creer en él. Nadie podía imaginar cómo cambiaría la película...
Tres fueron los refuerzos invernales del Málaga: un central (Cristian Díaz), un extremo (Rufete) y un medio punta (Edgar). A estos dos últimos los vio en acción Peiró en el primer entrenamiento y destacó: «Nos van a venir muy bien. El domingo les voy a dar la camisa». Esto último significaba que iban a ser titulares tres días más tarde, el 17 de enero. La puesta de largo de ambos fue deslumbrante en una mágica mañana en La Rosaleda frente a un rival directo, el Toledo. Catanha había encontrado un socio en ataque con la presencia de Edgar (en el vestuario mucho lo llamaban 'Carvalho', su apellido, después de que lo hiciera el masajista y ATS Javier Souvirón).
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Una semana más tarde se cerraba la primera vuelta con el partido más esperado: el derbi en el Pizjuán frente al Sevilla. El malaguismo explotó de felicidad después de tantos años de sufrimiento y ostracismo gracias a la victoria en la casa del gran rival. Pero, más allá del resultado (2-3), del planteamiento colosal de Peiró y de la soberbia actuación de los jugadores, aquel triunfo fue crucial porque desde ese día ya se creyó en el ascenso en el vestuario.
Pero el trayecto iba a estar plagado de obstáculos. De hecho, la segunda vuelta comenzó con cuatro empates y una sola victoria. Aunque el Málaga ocupaba la tercera plaza, parecía que se había estancado tras las victorias contra el Toledo y el Sevilla. «La pregunta es si vosotros creéis tanto como nosotros», espetó Sandro a los periodistas en el viaje de regreso de Las Palmas. Acababa febrero y llegaba la fase clave de la temporada. «Tenemos que estar arriba entre los mejores, y cuando llegue marzo, demostrar si podemos aspirar al ascenso», había apuntado Peiró en la primera entrevista con SUR, en julio en la pretemporada en el hotel Atalaya Park. Y llegó marzo y el Málaga demostró que el equipo estaba sobrado de energía, convicción, garra y fe. Así se gestó una remontada memorable, frente al Mérida por 4-3. Fue una tarde inolvidable para un 'gregario', Roteta, autor de dos goles, uno de ellos en un muy recordado libre directo. El Málaga se vio contra las cuerdas muy pronto, en el minuto 6, e igualó la contienda. Después remontó un 1-3 ante una Rosaleda enloquecida.
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A la postre Peiró confió en Bravo, Larrainzar y Roteta en la cobertura cuando más se requirió, por lo que los tres centrales llegados aquella temporada no fueron indiscutibles. Brahim casi desapareció cuando el equipo encadenó cuatro derrotas seguidas en el primer tercio de Liga; Dorado fue el damnificado después de que el equipo volviera a caer en la segunda vuelta frente al Atlético de Madrid B y al Badajoz, y Cristian Díaz, llegado en invierno, sólo duró en el once inicial tres encuentros. Sólo Dorado siguió la temporada siguiente, aunque sin opciones.
En el momento clave de la temporada, cuando el equipo se lo jugaba todo a una carta frente al Rayo en Vallecas, Peiró dio la sorpresa al apostar definitivamente por Valcarce como lateral izquierdo y situar a Roteta como central. En el feudo vallecano el Málaga logró un triunfo decisivo en un partido que tuvo como protagonistas a Catanha y a un defensa central franjirrojo. Este fue Muñiz, que falló un penalti y se vio sorprendido por el brasileño en un saque de banda en la acción del segundo gol blanquiazul. «Aquel día empezó mi fichaje por el Málaga», suele bromear el asturiano cuando rememora aquel encuentro.
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Afriyie (o Arriki, como se le conocía) era un joven delantero ghanés que en los primeros partidos mostró su velocidad. Poco más. Al final su balance fue de siete encuentros (dos de ellos, ya con el equipo ascendido) y 102 minutos disputados. Pero un grupo de jóvenes aficionados constituyó el llamado 'Frente Arriki' en la zona alta de Gol y demostró una insuperable fidelidad al africano. Cada vez que este saltaba a calentar -en muy contadas ocasiones- arreciaba el cántico de apoyo. Y La Rosaleda se unía a él.
Con un balance de ocho partidos en el Sporting de Gijón recaló en el Málaga Rodrigao, un centrocampista brasileño al que desde el primer día Peiró no vio con condiciones para ser titular. Bueno, ni para ser titular ni para debutar. De los Santos, Movilla, Zárate y Sandro eran futbolistas que entusiasmaban al entrenador. Pero en honor a la verdad conviene decir que sus compañeros también tenían serias dudas sobre este medio de contención. Rodrigao no jugó un solo minuto.
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El Málaga tuvo su primera opción de ascenso en Soria, ciudad en la que Movilla era todo un ídolo. Dos años más tarde 'el chiquinino' (como solían llamarlo sus compañeros) recibió un ramo de flores a su llegada al hotel en la ciudad castellanoleonesa y Peiró sacó toda su ironía, lo que derivó en un intercambio de ocurrencias por ambas partes mientras los presentes no podían aguantar las risas. Allí, en Soria, se vivió un momento inolvidable cuando, tras el 0-0, las aficiones de ambos equipos saltaron al terreno de juego (ante los atemorizados miembros del personal de seguridad del Numancia) y comenzaron a abrazarse. Aquella insólita imagen dio la vuelta a España y fue el punto de partida de una hermandad que ha crecido con el paso de los años.
El 30 de mayo de 1999 el Málaga regresaba a Primera, esta vez con la denominación de Club de Fútbol. La fiesta fue inolvidable; los prolegómenos, con el edificio de SUR engalanado con una gigantesca bandera malaguista mientras atronaba el himno del club; el momento en que Bravo cogió el balón al borde del área con una fe ciega en el gol de libre directo, las más de dos horas después de que acabara el encuentro en La Rosaleda... Entre los detalles curiosos cabe destacar que el árbitro que pitó aquella mañana fue un aspirante a alcanzar la élite. Era Alberto Undiano Mallenco, de 25 años. Fue la temporada siguiente cuando el navarro debutó en Primera, donde ha permanecido 19 campañas con un total de 348 partidos dirigidos, récord en la historia de la Liga.
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Una semana más tarde después del ascenso, el Málaga aseguró el título de campeón de Segunda tras un partido loco en Santiago de Compostela, lugar donde Fernando Peralta fue recibido como el ídolo que es. Aquella noche, tras la cena, Puche y Peiró dieron más libertad a toda la plantilla, que pudo disfrutar de una celebración hasta altas horas de la madrugada (o hasta primeras de la mañana, como se prefiera). Al día siguiente, con un rostro que delataba el cansancio y los escasos minutos de sueño, el entrenador bromeaba en Barajas con todo el que se cruzaba: «Si enciendo un mechero, alguno sale ardiendo...» Ya se empezaba a pensar en el futuro. Y allí, en el aeropuerto, coincidió con la expedición el gran sueño de Peiró: Munitis.
El fichaje del escurridizo extremo zurdo cántabro estuvo cerrado, pero en el último instante el futbolista reculó y prefirió quedarse en el Racing. El verano siguiente ficharía por el Real Madrid. No se echó de menos a Munitis porque el Málaga llegó a Primera por la puerta grande y se mantuvo durante siete temporadas seguido en la élite. Pero, sobre todo, se mantuvo el espíritu de aquel plantel que hizo vibrar al malaguismo y que hoy todavía mantiene un grupo de Whatsapp junto a otros futbolistas que fueron incorporándose a la plantilla.
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