De un tiempo a esta parte, odio los domingos. Es un día maldito en el que se han ido Paco Cañete, Antonio Benítez, Alfonso Queipo de Llano y ahora Javier Imbroda. Por todos ellos sentía aprecio, admiración, cariño y respeto, y todos ellos convergían en ... una virtud: la pasión. Ya fuera por el periodismo, por el fútbol, por los toros, por el flamenco, por el baloncesto o por el deporte en general.

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El azar quiso que horas antes de decir adiós a Javier llegara al banquillo del Málaga a Pablo Guede. Es como si el entrenador que me hizo vibrar en el colegio (en ese pabellón de Maristas que debe reconocer su nombre) le entregara una imaginaria posta cargada de pasión al futbolista que nos devolvió a Segunda. En el cementerio recordaba junto a Jesús Peña, Enrique Fernández y Pedro Ramírez (los mismos del corrillo el 7 de enero a las puertas del Martín Carpena en un día inolvidable) esa foto icónica con Javier y Pedro Ramírez ambos de pie, impartiendo consignas con idéntico gesto, brazos arriba y palmas abiertas. «Seguro que nos estaban pidiendo presionar muy arriba...», bromeaba Jesús mientras Pedro suscribía: «Probablemente». Me imagino el sábado, ante el Valladolid, a Guede y a Bravo en la misma posición, exigiendo a los jugadores que aprieten.

Dirigiéndose a la plantilla del Unicaja, recalcó Imbroda en su conmovedor discurso en el Palacio (cuando pasó a honrar el acceso al Palacio con una Estrella que se queda pequeña) que los sueños siempre se cumplen si uno nunca se rinde. Aún recuerdo el consejo que me dio («Sergio, no dejes de creer») en la primera entrevista que le hice, en 1987 y sentados en el recibidor del colegio, cuando pasé en cuatro meses de alumno y seguidor del equipo a aprendiz de periodista en la Rueda Rato. Intuyo que ese ha sido el mensaje que ha trasladado Guede a la plantilla en una situación tan complicada porque ambos se parecen demasiado: apasionados a la par que extrovertidos, exigentes a la par que comprensivos, y motivadores a la par que especialistas en cambiar la dinámica de un partido. ¡Gracias por tanto, Javier! ¡Muchísima suerte, Pablo!

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