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Peiró, en la terraza de SUR, con La Rosaleda al fondo Salvador Salas
Gracias, gracias, gracias, Joaquín

Gracias, gracias, gracias, Joaquín

In Memoriam ·

Miércoles, 18 de marzo 2020, 17:40

Son muchos, muchísimos, interminables los recuerdos, esos que a ti te faltaban en los últimos tiempos. Pero el más importante, sin duda, es el que queda en el corazón de tantísimos malaguistas que te han admirado y de tantos amigos que te hemos querido. Joaquín, sólo me queda el consuelo de que allí arriba habrás llegado y estarán en la puerta el siempre imponente Miguel 'el Pechuga' Sanromán, junto a Aragonés, y te habrá espetado con esa voz inimitable, quizá con su inseperable cigarrillo en la mano: «Joder, 'Choqui', sí que has tardado...» Porque en el Cielo ya estáis muchos de los comensales de aquel maravilloso almuerzo semanal...

Este 29 de enero falté. Sencillamente no pude llamar a tu inseparable Carmen. No sé, me quise quedar con el recuerdo del año pasado, cuando ella y yo primero nos reímos recordando anécdotas tuyas y después, al colgar, se me escaparon las lágrimas. ¿Cuántas horas le robamos Góngora y yo a Carmen durante aquellos cinco años en interminables conversaciones telefónicas? Y cuántas después, cuando hablábamos de fútbol, de la vida, del Málaga, del periódico, de la familia, de si Pedro Luis (Gómez) seguía corriendo todos los días, del `sandrista' de Morgado... Fue delicioso que Carmen me dejara hablar contigo el día de tu 80.º cumpleaños (nunca se lo agradeceré lo suficiente). «Aquí estoy, hecho un viejito», me dijiste en una charla tan intensa como obligatoriamente breve.

Y eso que no lo tuviste fácil en tu llegada porque se te miró el carné de identidad y también tu escaso bagaje como entrenador. Recuerdo aquella primera entrevista, en el Atalaya Park, cuando me dijiste: «Hay que llegar bien colocados a marzo o abril y luego ya se verá». Borraste de un plumazo a los fichajes que impusieron desde Madrid y apostaste por aquellos que habían logrado el ascenso desde Segunda B, desde Bravo al 'titular de banquillo' (término que acuñaste) Sandro. No te molestaste cuando los jugadores te bautizaron como 'el abuelo' y luego más cariñosamente como 'el yayo'. «Menudos cabrones son estos... Seguro que es cosa de Movilla». Conociendo al 'chiquinino', fijo que acertaste. Hasta te comportaste con extraordinario señorío cuando más de un lunes te llamaba para cogerte por teléfono la columna que hacías aquí en SUR y esa misma mañana habías leído mi crónica cuestionando tu planteamiento, tus cambios o tu alineación.

Renovaste una vez tras otra de la mano de Fernando Puche, ya fuera en una comida en el parador de Gibralfaro o en una simple conversación informal (la de bromas que le gastaste por sus simpatías al Madrid). También aguantaste carretas y carretones con los propietarios al principio y con los que fichaban después. Dejaste aquella memorable frase cuando aparecía en el horizonte la sombra de la destitución: «Soy un hombre de fútbol, a mí no me tienen que contar que estoy cuestionado porque los resultados no van». Y nunca olvidaré tus lágrimas en Covaleda, cuando se despidió Catanha, o un año más tarde, en Holanda, cuando le tocó a Gonzalo, al 'Uru'. La noche anterior no admitiste las explicaciones de Carlos Rincón sobre el traspaso de De los Santos al Valencia y le colgaste el teléfono.

Contigo todo era normalidad. Lo mismo mandabas a un futbolista a darse masaje porque habías visto en los ojos que había dormido poco que compartías con nosotros los periodistas en la pretemporada «la hora del vermú, con la cerveza y los panchitos». Bajo tu inseparable gorrilla en los entrenamientos tenías siempre la parabólica puesta. Tenías al 'poli malo' de Añón, al que le hiciste más de un cardenal en los aviones por tu fobia a volar -te sabías hasta el nombre de los comandantes y aventurabas si el aterrizaje iba a ser más o menos brusco...-, y también a Gilabert, el perejil de todas las salsas que, entre un chiste y una broma, apretaba y apretaba a los jugadores. Y tenías a tu equipo de trabajo. ¡Hasta estabas informado de cada trastada que iban a hacer los 'pichitas' Miguel y Juan Carlos! O de las novatadas. O de alguna encerrona de pretemporada, como aquella en Covaleda, en la que 'Movi' era el inductor y acabó siendo la víctima. «Yo, si fuera tú, estaría lo justo, porque estos con un par de miradas se ponen de acuerdo y van por ti», me advertiste. Me quité a tiempo de enmedio. O cuando en Biescas ataron a Torrontegui a una señal de tráfico tapado con mantas a la hora de más calor.

Fuiste y has sido hasta el último día un 'gentleman'. La enfermedad no ha podido contigo. «Ya lo conoces, siempre le gusta ir elegante, bien peinado y con su traje», me repetía Carmen sobre tu paseo (desgraciadamente cada vez más breve) para ir por el periódico. ¡Hasta los taxistas te reservaban plaza enfrente del Mercado Central para que tú pararas a tomarte tu capuccino! Siempre tuviste un señorío que te convirtió en un ídolo. Que sí, que tu Málaga jugaba de maravilla, pero fue porque supiste darle a cada uno su papel. «Es que si a Darío yo le quito el jueves 'la cuesta de Puerto Marina' el domingo no me rinde», dijiste una vez. Y cuando alguno sacaba los pies del tiesto preferías lavar los trapos sucios en tu vestuario, no en el terreno de juego y a la vista de todos. Sabías lo que podían dar Bravo, Larrainzar, Roteta... O Agostinho, Darío, Sandro... Aunque, por encima de todos, estaba Dely, el gran Julio. «Es un delantero de época», recalcabas.

Te fuiste casi por la puerta de atrás por la lamentable gestión de los que mandaban y horas antes de emprender viaje a Madrid, en aquella comida de despedida que te hicimos tus amigos de SUR, apuntaste: «Cuando terminen el AVE vendré por aquí con mi 'garrotita'». Te dije que no lo harías. Carmen, tus hijos, tus nueras, tu yerno, tus nietos, tus comidas semanales, tu sierra, tu paseo por la mañana, tu cervecita del mediodía... Tú y todos los que estábamos a la mesa sabíamos que sólo volverías de visita y muy esporádicamente. Te emocionaste con los álbumes de fotos que te prepararon con esmero Góngora, Pedro Luis Alonso y Morgado («el presidente del club de fans de Sandro», como le decías) casi tanto como cuando Pedro Luis Gómez te regaló años antes aquel mosaico del Cristo de la Humildad o cuando la Redacción, por unanimidad, te concedió el Premio Diario SUR. Desgraciadamente los recuerdos fueron menguando en ti, pero no en nosotros. Tú estarás siempre en la memoria del malaguismo y en el corazón de tanta gente que, te conociera o no, sabe que nos diste un sinfín de alegrías. Y en el caso de tus amigos, de incontables enseñanzas. Seguro que tu familia coincidirá conmigo después de los últimos años vividos junto a ti. Gracias por tu ejemplo, Joaquín. Gracias, gracias, gracias.

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