
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«Esta camiseta no la merecéis», fue la frase más contundente de La Rosaleda ante una derrota que no es un batacazo más del Málaga. ... Las esperanzas estaban puestas en el 'efecto Pellicer', en un cambio de dinámica y en un paso adelante para quedarse cerca de uno o de los dos rivales situados por encima en la clasificación (Ponferradina y Racing se enfrentan esta tarde, a las 18.30 horas, en un duelo directo). Pero el varapalo ha sido mayúsculo, casi al nivel de aquel desastre ante el Burgos en el penúltimo compromiso de la Liga pasada, también con el estadio apretando a pleno pulmón y en una decepción de época por una permanencia regalada por los adversarios. La remontada comienza a ser casi una utopía y, en la cuestión meramente futbolística, el foco ya no está puesto en el director deportivo hasta hace unos días, Manolo Gaspar, o en el entrenador de turno, sino en un grupo de jugadores sin personalidad, ambición, alma y calidad.
Las cuentas no pueden ser más sencillas: si el Málaga quiere salvarse, está obligado a ganar el doble de partidos que hasta ahora (ocho frente a los cuatro que refleja la clasificación); es decir, en uno de cada dos compromisos. Y vista la manifiesta incapacidad del equipo para obtener un triunfo parece lógico que el optimismo no sea precisamente la sensación que predomina entre los aficionados.
«Más que de jugadores y calidad, creo que es un tema de personalidad», fue el diagnóstico del entrenador, Sergio Pellicer, tras su segundo encuentro en esta nueva etapa. «A nivel anímico estamos desordenados», añadió segundos más tarde. Pero, ¿es la delicada situación del Málaga sólo cuestión de personalidad o tiene un origen psicológico? A medias. Que el equipo haya ganado únicamente cuatro partidos de los 26 disputados y en un campeonato de tan escasa calidad también obedece forzosamente a evidentes limitaciones que los técnicos evitan expresar en público. Y a una dinámica. La realidad es que se cayó a Segunda en 2006 tras una temporada en la que se flirteó con el descenso, que se repitió la historia en 2018 después de dos campañas con remontada a tiempo, y que el ejercicio actual está precedido de otro con pésimas sensaciones y salvación in extremis. Y en todos los casos, por una deficiente elección de los futbolistas en verano.
En agosto se habló del ascenso como objetivo –los profesionales, los primeros–, pero ya entonces se advirtieron tres defectos básicos: falta de laterales de peso, exceso de centrocampistas y carencia de extremos. No obstante, independientemente del estilo de juego y los resultados, pronto se comprobó otra tara que resulta mortal: la ausencia de liderazgo. Esa es una pata básica en cualquier planificación que se precie y esta vez tampoco se atinó en ese aspecto. ¿Quién tiene capacidad para tirar del carro? ¿Escassi, que por ejemplo miró hacia otro lado en la salida de José Alberto? ¿Manolo Reina, que pronto se reveló como el portero irregular que siembra dudas por errores absurdos? ¿Burgos, incapaz de medirse en el campo y protagonista de una injustificable expulsión el sábado? ¿Los otros capitanes? ¿Javi Jiménez, que no da el mínimo nivel, o Luis Muñoz, encumbrado gracias a cuatro actuaciones como interior en toda su etapa malaguista? ¿Juande, que encadena lesión tras lesión probablemente por una cuestión mental? ¿Rubén Castro, que sin su capacidad goleadora ve mermado cualquier discurso en el vestuario? ¿N'Diaye, incapaz de recuperar su nivel tras el 'retiro dorado' de tres años en tierras saudíes? ¿Bustinza, incomprensible refuerzo para cotas mayores ¡–con contrato de tres años!– cuando el Leganés asumió su declive?
Sin liderazgo puede existir cierta personalidad individual. Pero el Málaga tampoco la tiene. Durante una etapa de la pasada temporada dio la sensación de que Genaro –que llegó para ser «el 14 o el 15 de la plantilla», como coincidieron Manolo Gaspar y José Alberto– podía tener esa virtud, aunque sus últimos partidos entonces (en particular, frente al Burgos) desterraron esa idea. A partir de ahí, la plantilla cuenta con una colección de futbolistas de supuesta fantasía a los que les gusta más el lucimiento en el toque que el riesgo. En realidad son un puñado de medios punta que, como decía Joaquín Peiró, «ni quieren ser medios, porque tienen que correr y trabajar, ni quiere ser puntas, porque deben tener responsabilidad ante el gol».
Y como la personalidad en estos casos va ligada a la ambición –porque no se requiere otra cualidad para remontar un partido o un panorama complicado– el Málaga es incapaz una y otra vez de hacer frente a las adversidades. El equipo baja los brazos con demasiada frecuencia mientras los futbolistas de segunda línea no terminan de decidirse a dar un paso al frente para buscar la portería contraria. Ese estilo, impuesto por Pablo Guede y que ya a las primeras de cambio convirtió el juego de ataque en un embudo, no supo neutralizarlo Pepe Mel y, de momento, tampoco Pellicer. «Soy yo el responsable de buscar las soluciones necesarias y encontrar la forma de hacer que el equipo funcione y que conecte», esgrimió el sábado. Esa desconexión es fruto del juego (de ese 'tiki taka de marca blanca'), pero también de la nula ambición. Jozabed, Ramón, Febas, Fran Villalba, Álex Gallar... Todos se conforman con trasladar la pelota de un lado a otro en clave horizontal. Febas, que podía ser la excepción a la regla, también acaba por contagiarse de este vicio. A la postre, en la plantilla sobran nombres y falta calidad, esa virtud que permite decidir partidos y que lleva a competir al más alto nivel. ¿Cuántos jugadores del Málaga han encadenado dos temporadas buenas en la élite? En ataque, por ejemplo, sólo Rubén Castro. Ni Fran Sol ni Chavarría lo han conseguido en su carrera.
Claro que en Segunda División el equipo que es incapaz de generar peligro al menos muestra agallas, coraje, pasión, hambre. O es «guerrero», como prefiere decir Pellicer. Y el Málaga refleja en cada acción a balón parado que debe defender (en la Liga o en la Copa) que también carece de esta característica, de ese valioso argumento competitivo.
Alguien podrá esgrimir que en la plantilla sí figuran futbolistas con talento suficiente para no desentonar en esta categoría, pero, ¿qué se puede esperar si no tienen alma? Eso es lo que no perdona el aficionado que gritaba «esta camiseta no la merecéis»: que los jugadores transmitan que ni les va ni les viene la delicada situación actual. «Tengo mucha fuerza y no lo voy a permitir». Al menos Pellicer sí parece dispuesto a tomar medidas drásticas. No le queda otra. Pero, ¿tiene mimbres para ello?
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