El que fuera portero del Málaga, Roberto Jiménez, vive cada 11 de marzo con una especial sensibilidad desde que en 2004 se salvó del atentado en varios trenes de la red de Cercanías de Madrid. Era canterano del Atlético de Madrid y cada mañana hacía ... el mismo trayecto para dirigirse a la academia del club rojiblanco, pero ese día se retrasó unos minutos y perdió el convoy al que solía subirse. Esperando al próximo tren escuchó como en la siguiente estación se produjo una de las explosiones de aquella trágica jornada que ha marcado la historia de España y de la que ahora se cumplen 20 años.
Publicidad
Roberto, que cada 11-M colabora en el recuerdo de las víctimas, recordó aquel episodio con detalle en una entrevista en Relevo. «Vivía en un barrio de Vicálvaro con mis padres, mi padre se levantaba y muchas mañanas coincidíamos en hora para salir. Él se iba al trabajo y yo a Alcorcón, a la residencia del Atleti donde estudiaba, comía allí y luego nos venía a buscar un autobús para ir a entrenar. Esa era mi rutina habitual. Solía ir andando, llegaba a la estación, llegaba a Atocha, cambiaba la línea y llegaba a las 9 a Alcorcón para entrar en clase», introduce el exguardameta.
«Había días en los que mi padre me acercaba a la estación. Me dijo que me esperase cinco minutos y me llevaba. No sé por qué, pero ese día se retrasó, no sé si en vestirse, desayunar, lavarse los dientes, etc. Le dije que nos fuéramos ya porque si no cogía ese tren, ya llegaba cinco minutos tarde a Alcorcón y ya no me dejaban entrar a la primera clase. Iba con la hora justísima, mi padre me soltó en la estación y piqué el bono. Es subterránea así que, entras por abajo y sales en el andén de las vías. Cuando metiendo el ticket escuché las vías ya sabía que había perdido mi tren... Me puse a correr, pero ya estaban cerrando las puertas», prosigue el que fuese malaguista durante la temporada 17-18.
«Hice el típico intento de que le das al botón inútilmente porque el tren ya ha echado a andar. Me quedé esperando el siguiente hasta que todos los pasajeros que estábamos en el andén escuchamos una explosión gigante que en ese momento no entendíamos. Me sonó a cuando el camión de la basura coge un contenedor grande y lo sacude para vaciarlo. Un sonido así pero mucho más fuerte, y además se transmitía por las vías. Entre la gente nos mirábamos extrañados y ya nos asustamos cuando por megafonía nos dijeron que evacuáramos la estación porque había un aviso de bomba», relata Roberto.
Publicidad
«El tren que acababa de perder acababa de explotar en la estación siguiente a Vicálvaro, en Santa Eugenia. La catalogaron como la explosión más pequeña, sólo hubo víctimas en el vagón en el que explotó uno de los dispositivos. En la urbanización de mis padres hay un par de personas con lesiones que les han provocado invalidez o han perdido alguna pierna. No me entró ese tobogán por el cuerpo hasta que llegué a mi casa y mi madre me preguntó '¿qué haces aquí?'. Le conté y pusimos la tele, y vimos que esta había sido la última explosión, no entendíamos nada, ahí sí nos entró el pánico. 'De la que me he salvado', dije», expresa el madrileño, retirado desde hace un año y medio.
«A partir de ahí fue un caos, en el colegio sabían que yo cogía esa línea. Tenía 16 años, tenía teléfono móvil, probablemente sin saldo, no recuerdo si alguien se puso en contacto conmigo, sí sé que los profesores y familiares y amigos llamaban a casa de mis padres. Fue bastante complicado. Lo viví como todos los ciudadanos de Madrid ese momento, tampoco me sentí mucho más involucrado, entendí que hubo muchísima gente que vivió lo mismo, que iba en el tren de antes, el de después, el que se puso malo y no fue a trabajar… No me sentí especial», reflexiona.
Publicidad
«La línea estuvo cerrada unas dos semanas, el transporte público estuvo paralizado, no podía ir al colegio más que en coche, estuve dos semanas sin ir a clase. La siguiente vez que fui clase fue en el tren, ese día fue doloroso, había un silencio devastador, no existía el miedo, mis padres le dieron mucha normalidad para que yo no tuviera miedo. Desde Vicálvaro a Atocha no había un metro de vía que no tuviera velas, flores, fotos, peluches, cuadros, pancartas… ni un solo metro. Al final te vas fijando, aunque no quieras y fue muy triste», concluye Roberto Jiménez sobre su vivencia del 11-M.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.