Joaquín Peiró, con el cuerpo medio asomado desde el túnel de vestuarios al campo. Salvador Salas
PERFIL: JOAQUÍN PEIRÓ

Un caballero en la selva del fútbol

Fue uno de los pioneros en jugar en el extranjero, y cubrió un lustro de éxito en el Málaga gracias a su inteligencia en la gestión del vestuario y a su cercanía con los medios

Miércoles, 18 de marzo 2020, 21:17

Un caballero de los pies a la cabeza. Así era Joaquín Peiró (Madrid, 1934). Un 'gentleman' a la vieja usanza, residente en el barrio de Salamanca. Un hombre hecho a sí mismo también, huérfano de padre en la Guerra Civil que trabajó en su infancia en una tienda familiar de bicis y una figura atípica en la selva del fútbol, un deporte ya tan mercantilizado como el que le tocó vivir de técnico. Porque, ¿cuánto valdría alguien con su velocidad en el fútbol actual? Sin embargo, despuntó en otra época, pese a protagonizar un traspaso sonado del Atlético de Madrid al Torino por 22 millones de las pesetas de entonces. Fue uno de los pioneros en eso de salir de España. También jugó en el Roma, y de su etapa en la capital le quedó un boyante negocio en el sector de las gasolineras, y en el Inter de Milán, en su mejor etapa, cuando coincidió con Helenio Herrera y Luis Suárez, ganó una Copa de Europa y pasó a la historia por un gol en las semifinales del torneo robando el balón al guardameta mientras este lo botaba.

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La acción define la inteligencia práctica de Peiró, dos veces mundialista (Chile'62 e Inglaterra'66). Su agudeza en la gestión del grupo marca su exitoso lustro en el Málaga, de largo su etapa más importante y prolongada en su periplo en los banquillos. Sorprendente por lo tardía, ya que hoy cuesta ver al frente de vestuarios profesionales a técnicos con la edad con la que llegó (62 años), sin generar grandes expectativas. Nadie como él tratando a los jugadores, asignándoles su rol y sacando el máximo partido de hombres como Darío Silva, un líder en el campo, un profesional poco ejemplar en los entrenos del día a día. Todos rendían con él, de ahí ese quinquenio dorado, con el ascenso más celebrado de la era moderna del Málaga, la Intertoto y el debut en la extinta Copa de la UEFA.

Dotado de un gran sentido de la ironía, Peiró rompió moldes en el trato con los medios de comunicación. Dominaba el mensaje dentro y fuera del vestuario sin necesidad de ser manipulador. Durante un tiempo fue colaborador de este diario con una columna cada lunes en las que analizaba los resultados en la máxima categoría. Hoy sería impensable esa accesibilidad en el funcionamiento de los departamentos de comunicación. Premio Diario SUR una vez que se conoció el cierre de su etapa en la entidad de Martiricos, se fue con desagrado porque pocos lugares más cómodos para vivir que Málaga, para él y su ya viuda Carmen. Su piso con vistas al mar en La Malagueta, el café diario frente al Mercado de Atarazanas con su coche estacionado en segunda fila y ese rodaballo que nunca perdonaba en la buena mesa, porque siempre fue sibarita para comer y en el vestir.

Irónico en su expresión, sin asumir un rol de sargento en el vestuario, supo sacar lo mejor de cada futbolista



Peiró trataba de usted a los jugadores, frente a los que nunca adoptaba perfil de sargento. Quizás esa faceta quedaba más para su fiel ayudante, Juan Carlos Añón. Conformó un cuerpo técnico muy bien avenido frente al chistoso Gilabert, responsable de la preparación física, y los 'pichitas', los utileros, los únicos que siguen junto al masajista Torrontegui, de su etapa. Además, sin dar apariencia de controlador, conocía al instante todo lo que se tejía a su alrededor y las travesuras de los jugadores en las concentraciones de pretemporada.

Pocos recuerdan que su yerno es un histórico de la portería de la selección española de balonmano, Lorenzo Rico, pero quizás sí que ha quedado más para la historia su apodo de 'Galgo del Metropolitano', que se granjeó en una célebre sociedad en la banda izquierda del ataque en el Atlético de Madrid junto a Enrique Collar, que hacía de interior.

Huérfano de padre en la Guerra Civil, trabajó en un negocio familiar de bicis antes de triunfar en el Atlético de Madrid

Fiel a esa visión de que el fútbol es velocidad, ruptura desde las bandas, quede ese mítico cuarteto del centro del campo en el que De los Santos y Movilla trabajaban, y Rufete y el alocado Agostinho –otro talento difícil al que explotó bien– desbordaban. Y es que su Málaga siempre fue un equipo vistoso, reconocible y con gol, el de un Catanha o el de una incipiente doble D' (Darío Silva y Dely Valdés).

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Su memoria empezó a fallarle en sus últimos años, ya apartado del fútbol, pero recordando 'batallitas' junto a veteranos del Atlético como Sanromán. Lástima ahora que el coronavirus frustre un mejor homenaje.

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