La afición debería ser sagrada, pero casi nunca lo es. Cuando se necesita se piensa seriamente en ella, pero antes y después pasa a un ... segundo plano, se convierte en un actor más que se puede utilizar porque nunca va a darle la espalda a sus colores. Y ocurre en casi todos los equipos, al menos, en España. Y así ha ocurrido especialmente en Málaga con su equipo en un momento clave, decisivo para buscar soluciones a una temporada inexplicable militando en la tercera categoría. El despropósito fue total en distintos frentes para la disputa de la ida, en La Rosaleda, de la final del 'play-off' por el ascenso. Maldita sea.
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¿A quién se le ocurrió que el Málaga-Gimnástic se disputara sólo treinta minutos después del debut de la selección en la Eurocopa? ¿Saben que los aficionados deben desplazarse, que en estos partidos finales se hacen recibimientos a los equipos a su llegada al campo, justo en el descanso del España-Croacia? ¿Son conscientes de la incongruencia que supone esta decisión? Maldita sea. Resulta doloroso escuchar cómo celebran los seguidores del Málaga los goles de la selección mientras esperan a su equipo a las puertas del estadio, con más de 30 grados de temperatura.
Luego se quejan de que la selección se aleje de sus aficionados, de que se haya producido un desarraigo peligroso. Pero el ejemplo de este sábado en La Rosaleda es un claro golpe al combinado español, a los aficionados de la sexta ciudad más importante del país y directamente al fútbol nacional. Las excusas de la televisión o cualquier otra que pueda aparecer son insuficientes para este injusto tratamiento a un público modélico en todos los sentidos, que nunca escatima su apoyo al equipo blanquiazul ni tampoco a la selección cuando ha visitado La Rosaleda. Maldita sea.
Pero la jornada llegó todavía más lejos al observar que estos aficionados, muchos miles, a los que se les había privado de seguir a la vez a su selección y a su equipo, que se juega la vida en esta final, tuvieron que enfrentarse a un espectacular dispositivo de seguridad que les impidió acercarse al autobús de su equipo como otros días o, al menos, algo más. Numerosos agentes siguieron el trayecto del autocar, pero con una zona acotada para que nadie pudiera aproximarse. Aunque puedan alegar, a quienes corresponda, que pretenden evitar ciertos actos ocurridos una semana antes, el recibimiento quedó ciertamente deslucido. Maldita sea.
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