El dato no puede pasar inadvertido: el Málaga cometió sólo siete faltas en El Plantío. Casualidad o no, el encuentro a domicilio en el que tenía la cifra más baja esta temporada había sido... en Ponferrada. Es decir, en la otra goleada más importante encajada ... por el equipo de José Alberto como visitante (fueron 10 en el 4-0). Este dato revela una alarmante falta de intensidad que quedó retratada en la frase expuesta por el entrenador al término del encuentro en Burgos.
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El ovetense se refirió a que para obtener un triunfo es necesario «ganar duelos» en alusión a la escasez de 'balones divididos' a favor de sus jugadores (vamos, lo que en otro tiempo guardaba relación con aquello de 'meter la pierna'). Pero el noveno compromiso fuera consecutivo sin vencer esta temporada no sólo fue cuestión de intensidad –por más que esta carencia tuviera un peso enorme– o de concentración –con regalos preocupantes al rival–, sino también de juego.
¿Es la terrorífica dinámica a domicilio culpa del entrenador o de los jugadores? Tan fácil es optar por la primera vía y señalar a José Alberto como el causante de que el Málaga se haya mostrado incapaz de ganar un partido fuera (por cuestiones tácticas o anímicas) como señalar a los futbolistas, que no muestran reiteradamente una mínima parte de la intensidad, la concentración, la ambición y, sobre todo, la competitividad (y esto es lo más grave) de los compromisos en La Rosaleda.
Porque del equipo que presiona más arriba, de los jugadores que asumen riesgos con una iniciativa descomunal (mención especial para los medios punta) y del bloque que apenas concede ocasiones al rival en la segunda parte (cuando toca mantener la exigua renta) no existe el más mínimo indicio cuando toca afrontar un envite lejos de Martiricos.
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Que el Málaga cometiera únicamente siete faltas en El Plantío es un dato que escuece en el cuerpo técnico. Y mucho. Nada que ver con aquellos partidos en que plantó cara a equipos teóricamente más potentes (14 en Almería, 17 en Gijón, 16 Valladolid o 14 en Huesca). Alguien podrá esgrimir que el peor dato se produjo en Cartagena, hasta 27 infracciones, pero entonces fue el fruto de la manifiesta incapacidad de contener a un adversario que lo dejó en evidencia con su juego entre líneas y sus transiciones.
Entre la temporada pasada y la actual sólo existe un registro por debajo de ocho faltas cometidas, en el vapuleo sufrido ante el todopoderoso Espanyol en La Rosaleda (0-3). Sobran las comparaciones entre aquel potentísimo equipo de Vicente Moreno y el Burgos que el sábado les sacó los colores a los jugadores blanquiazules.
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Pero el descalabro en El Plantío no es achacable exclusivamente a una falta de actitud pese a que a estas alturas de la película nada se pueda esperar de determinados futbolistas lejos de La Rosaleda. También lo fue de aptitud. Lo fácil es quedarse con el detalle de los tres goles encajados cuando el Burgos había marcado... ¡uno en los cinco partidos anteriores! O ese otro de que en los seis últimos partidos el Málaga sólo haya conseguido dejar su puerta a cero una vez (contra el Tenerife). O la inoperancia absoluta para crear ocasiones –una, en singular– frente a un adversario plagado de debutantes en la categoría o de futbolistas sin excesivo currículum en Segunda (salvo Pablo Valcarce).
Que el Málaga completó un partido nefasto en Burgos queda constatado por el hecho de que robó la pelota más veces que nunca, hasta 75, cuando en lo que va de Liga sólo había pasado una vez de 60 (en casa, contra la Real Sociedad B). ¿Fue fruto de la intensidad defensiva del equipo? En absoluto. Si se revisa el encuentro con detenimiento es fácil apreciar que esas recuperaciones se produjeron más por deméritos del cuadro burgalés, cuyo nivel técnico es bajo (lo que no debe restar méritos a su merecidísima victoria).
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¿Y qué hizo el Málaga cuando volvió a tener la pelota en su poder? Perderla. Así de sencillo. En el análisis de las estadísticas de sus 17 encuentros previos en la Liga destacaba el dato de que nunca había superado el centenar de pérdidas (se quedó a una en Valladolid, en aquel sufrido empate a uno). El sábado, en El Plantío, se produjo el récord en este aspecto negativo, con hasta 104. Conclusiones: la desconexión entre líneas, los errores individuales en el uno contra uno, la pésima circulación y las notorias dificultades para triangular con el más mínimo sentido sepultaron al equipo de José Alberto en su objetivo de intimidar a su contrincante. Luego, la falta de intensidad (en el segundo gol), la descomposición táctica (en el primero y el tercero) y las lagunas en la concentración a balón parado cimentaron un ridículo espantoso e inadmisible a todas luces para el malaguismo.
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