

Secciones
Servicios
Destacamos
Las siete y media en punto de la tarde. La hora del ocaso. El muecín llama a la oración. Acaba el ayuno. Antes de descalzarse y orar, se quitan un poco el hambre y recuperan fuerzas con leche y dátiles, como dicen que hacía el profeta Mahoma. Después llegará la fiesta alrededor de una comida más suculenta. Estamos en el mes del Ramadán que en Málaga han de cumplir los alrededor de 100.000 musulmanes que se cuentan en la provincia de acuerdo con cifras de la Unión de Comunidades Islámicas de España (Ucide). Cada anochecer durante este periodo la mezquita de Málaga recibe entre 250 y 300 personas. Los viernes la cifra puede multiplicarse por diez. Pero como ironiza Latifa, no todos los creyentes en Alá acatan el precepto: «¿Te piensas tú que todos hacemos el Ramadán? Pues no».
Pasa como con todas las religiones, que hay unos fieles que siguen a pies juntillas los mandatos de su fe y otros que un poco menos, continúa ella que, como todas las mujeres que acuden a ese lugar de oración, no comparte la ruptura del ayuno, el Iftar, con los hombres. Ellas se reúnen en un cuartito aparte, al igual que su sala de oración no es la principal, sino una que está en el sótano de este enorme edificio que se levanta a pocos metros de la Avenida de Andalucía y que por un momento parece transportar a Málaga a otras latitudes o, mejor, es síntoma de lo que es esta provincia: un crisol en el que conviven 155 nacionalidades y trece religiones distintas.
Muchas confesiones comparten eso, la posición subalterna de las mujeres. Aunque Latifa al otro parecido al que se refiere es al de que todas las 'fes' tienen sus propias versiones del ayuno y, de hecho, ahora para los católicos rige la Cuaresma, si bien las privaciones que mandata no son tan drásticas como las que marca el Islam.
Drissia Chadili, de 57 años, con tres décadas de residencia en España, explica lo que para ella es más importante del Ramadán, ese mes de ayuno desde la salida del sol hasta el ocaso: «Sirve para que los ricos pasen hambre, sientan lo que siempre sienten los pobres, y los ayuden». Y es que otro pilar del Islam es el de ayudar y dar limosna, cosa, por otra parte, que también resuena entre las gentes de otros credos. Por eso Chadili se muestra en contra de las comilonas post-ayuno. «Para hacer bien el Ramadán hay que pasar hambre», zanja.
La comida de la que dan buena cuenta, felices, estas mujeres está compuesta por una sopa, harira, que puede contener casi tantos ingredientes como existencias se tengan en la despensa (harina, garbanzos, fideos, lentejas...), arroz con carne, dátiles y frutas. «Lo de menos es la comida, de qué esté compuesto el menú, no le damos mucha relevancia. En los hogares ricos hay más cosas, en los pobres, menos. Lo realmente importante es que con el Ramadán nos limpiamos el alma, se nos perdonan los pecados», incide Latifa.
La mezquita acoge estos días también a personas que pasan necesidad, que tienen muy fácil privarse de alimento –porque no tienen cómo comprar comida que llevarse a la boca– pero más difícil romper el ayuno. Así que con esto les ayuda el Centro Cultural Andalusí que gestiona la mezquita y sus voluntarios gracias a las donaciones de alimentos que reciben. Por ejemplo, a Ghita, de 35 años, que lleva apenas cinco meses en Málaga, adonde ha llegado completamente sola desde Marruecos: «Estoy en la calle, busco trabajo y estoy haciendo cursos de español y de informática». Pero en la cara lleva la sonrisa que le han contagiado sus nuevas amigas. Y eso enlaza con la reflexión de Elkbira: «Hacer el Ramadán es un placer porque te da la oportunidad de agradecer lo que tienes». Y reflexiona: parece que hasta que no te tienes que privar de algo no lo valoras; esa comida con la familia, entre amigos, con los compañeros de trabajo o al sol primaveral en un parque.
Los hombres que acuden a la mezquita a la hora a la que llega la ruptura del ayuno son muchos más en número que las mujeres. Se puede lanzar alguna hipótesis: hay más hombres que mujeres musulmanas en Málaga; ellas tienen más obligaciones en casa que cumplir por el mandato de género que pesa sobre sus hombros, como el cuidado de la prole; o que el espacio público aún se considera más propio de los varones. En todo caso, los hombres también presentan una mayor variedad en cuanto a la vestimenta y al color de piel que ellas. Y es que si se tiene el cliché de que musulmán y árabe son sinónimos, en realidad sólo el 18% de los seguidores del Islam son de esa etnia, a la que hay que sumar orígenes tales como Irán, Pakistán, Turquía o muchos países del África negra.
Un puñado de los dos centenares de varones de todas las edades que se juntan para tomar un primer vaso de leche y unos dátiles tras más de doce horas sin probar bocado comparten los sentimientos que tienen después de haberse pasado todo el día sin comer y sin beber. Pero es la tímida conversación con SUR la que rompe el casi absoluto silencio que hay en el salón donde se han dispuesto las mesas sobre las que se reparten las viandas, porque los hombres comen sin decir palabra: «Para romper el ayuno, hay que estar tranquilo y silencioso», dice Adil, de 22 años, que se define como «marroquí nacido en España». Es ambiente de ritual, de ceremonia, el que se respira.
«Siento que vuelvo a nacer, estoy en paz, tengo una gran tranquilidad y la satisfacción de haber cumplido un día más. Y tampoco se pasa tanta hambre», comenta Zacarías El Founti, de 22 años. Samir, de 40 años y de profesión carretillero, a la pregunta de si es complicado seguir el Ramadán en España, en Málaga, espeta: «Más difícil es para la gente que está en situación de guerra, como en Gaza, en Palestina, así que a mí me resulta muy fácil». ¿Qué le dicen sus compañeros de trabajo cuando ven que no come? «No se dan ni cuenta. No vamos diciendo que estamos haciendo el Ramadán», contesta. «Ahora lo que siento es alivio y recompensa. No sólo porque tengo hambre y ahora puedo comer, sino porque he aguantado un día más. Si nuestros padres nos lo pidieran, si fuera una obligación sin más, seguro que no lo haríamos. Tampoco dejaríamos de comer todo el día por razones materialistas. Pero es Dios quien nos lo pide; siendo así, lo cumplimos», continúa Samir.
Muchos de quienes siguen el Ramadán cumplen con él desde que eran apenas unos niños, desde los once o los doce años. Y confiesan que con esa práctica consiguen llenar su alma y reforzar su fe. Aunque también hay quien sigue con el precepto por simple tradición, no tanto por apego a la religión: «Son cosas que nos han enseñado desde pequeños». Y dicen que no sufren mucho choque cultural en España: «Aquí ya sabemos que somos extranjeros, que nos tenemos que adaptar a las costumbres que hay, así que si a nuestro lado la gente se pone a comer a mediodía, pues es lo lógico, pero nosotros no lo hacemos», reflexionan.
Yusef Murad, de 20 años y que estudia para piloto de aviones, explica también sus claves del Ramadán: «Me sirve para ser consciente de Dios desconectando de mi ambiente, de la socialización alrededor de la comida. Además, el Ramadán no se trata sólo del ayuno desde el amanecer hasta el ocaso, también incluye dejar hábitos de la vida más mundana, leer el Corán completo a razón de dos capítulos diarios en la mezquita y realizar buenas acciones. Es un periodo en el que también se intentan construir buenos hábitos para el resto del año: si incluyes un rezo diario extra este mes, procuras que se convierta en una costumbre más allá del Ramadán; y como no se puede fumar, pues intentas dejarlo para siempre».
Este muchacho, que nació en Ceuta y que se vino a Málaga a estudiar, revela que el primer día del Ramadán sí es duro, y más en esta ciudad que en la suya natal donde la comunidad musulmana es más amplia: «El día a día está organizado alrededor de la comida y aquí mis compañeros me preguntan por curiosidad por qué no como. A partir del cuarto día, es más fácil y ya ni me llaman para ir a comer porque la gente ya lo sabe», continúa. «Se puede desayunar antes del amanecer, para tomar fuerzas para el resto del día, pero hasta hace poco prefería no levantarme a las cinco de la mañana y dormir más que comer», confiesa.
Cada noche lo más habitual es que se rompa el ayuno con una comida con la familia más próxima. Quizás después de haber estado en la mezquita rezando y de haber tomado esa primera comida tras tantas horas sin ingerir alimento. Y una vez a la semana se organiza un encuentro con más parientes. Aunque hay dos hitos principales en este mes. En primer lugar, el día 26, la fecha sagrada en que la tradición establece que Mahoma recibió el Corán. Entonces la mezquita está abierta toda la noche para rezar puesto que se considera que es el momento en que se determina cómo transcurrirá el año siguiente y hay que trabajarse los buenos augurios para ese inmediato futuro. Y, a continuación, el final del Ramadán, el Eid al Fitr, que este año cae el 30 de marzo, al que siguen varios días de celebración, cuando la gente se viste con sus mejores galas y preciosos zapatos, las familias se reúnen para comer y dar regalos a los niños y está prohibido el ayuno. De nuevo, algo similar a la Navidad. Ya decía Latifa que todas las religiones se parecen. De hecho, son las fases lunares las que establecen las fechas en las que cada año caen el Ramadán (luna nueva) y la Semana Santa (luna llena). Y esta misma sintonía interreligiosa es la que se escenifica cada año en un acto en la mezquita que reúne a todas las instituciones y autoridades religiosas de Málaga.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Josemi Benítez
Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Álvaro Soto | Madrid
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.