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Rossel Aparicio y Enrique Miranda
Málaga
Sábado, 29 de enero 2022, 00:46
Un silbido anuncia su llegada, a lo lejos, y los usuarios se preparan para elegir vagón. Una vez dentro, el trayecto da para mucho: para escuchar el último 'podcast' pendiente, descifrar la última palabra de 'wordle', empaparse de la actualidad informativa, repasar los mensajes del móvil o, fuera de la pantalla del teléfono, leer o charlar con otros usuarios. Más de diez millones de viajeros (datos de 2019, el último prepandemia) usan al año las dos líneas del Cercanías de Málaga, C1 y C2, que enlazan la capital con Fuengirola y Álora. Con la crisis del coronavirus, los datos han bajado considerablemente, pero siguen siendo muy altos, especialmente en la línea de la Costa del Sol hasta Fuengirola, que acapara más del 90% del servicio en la provincia. El Cercanías en Málaga pasó a finales del año pasado por una de sus crisis más complicadas, con retrasos diarios y un enorme malestar entre sus pasajeros por la falta de maquinistas. La pandemia aumentó las bajas y retrasó la incorporación de nuevos profesionales y la empresa tomó la drástica decisión de cancelar 34 conexiones diarias, con el compromiso de volverlas a activar durante este año cuando haya personal disponible. Este 1 de febrero, se recuperan 14 de esos 34 trenes, según anunció la empresa la semana pasada. Pese a todo, sus usuarios reivindican el tren de Cercanías como un medio de transporte imprescindible, que hay que cuidar y del que depende en gran parte su día a día.
Línea C-2. Álora
Desde el verano pasado no tiene obligación ninguna pero igualmente se acerca cada mañana a la estación de Álora, la que ha sido su segunda casa en los últimos 30 años de su vida. «Antes venía a trabajar y ahora que estoy retirado a pasar el rato con los amigos y vecinos en el bar». Salvador Ros (65 años) se conoce al dedillo la historia ferroviaria reciente de Málaga. Comenzó a trabajar muy joven de factor de circulación -cargo especializado en tareas de circulación de los trenes- fuera de la provincia y, en 1990, aterrizó en Álora para ser jefe de estación, una actividad ferroviaria que años después quedaría en el olvido. «Me encargaba, en cabina, de los cambios manuales de vía, se hacían con una palanca. Luego se automátizaron», recuerda. Por entonces todo era muy distinto, nada que ver con el servicio actual: «No es ni la sombra de lo que fue hace 30 años», destaca. En el pasado, rememora, su parada era un auténtico hervidero: «Había trenes de mercancías, de largo recorrido, además del Cercanías. No daba abasto para vender billetes; había muchos trenes, de noche y de día. El cambio es radical: ahora hay mucha menos afluencia y oferta. Esto está algo abandonado», apunta señalando un andén con apenas un par de viajeros a la espera del tren.
A lo largo de los años Ros ha estado a cargo del puesto de mando, ha vendido billetes a los usuarios y ha regulado la circulación de trenes en Álora. «Aquella fue una época dorada, ahora el servicio está de capa caída», insiste con pena mostrando a SUR una foto suya colgada en la pared del bar de la estación donde luce el típico gorro y silbato de jefe de estación: «Al jubilarme, este verano, se lo regale a un niño del pueblo. El pequeño veía a diario con sus padres, era un amante de los trenes. Le encantó».
En la actualidad Salvador sigue usando el tren, ahora como viajero, para desplazarse a Pizarra para ver a un amigo o a la capital para llevar al cine a sus nietos cuando vienen al pueblo de visita. En el futuro espera que el Cercanías de Álora recupere el esplendor pasado, aunque lo ve difícil: «Ojalá. El tren tiene una utilidad pública muy importante y parece que no se dan cuenta de ello», sentencia.
Línea C-2. Cártama
A Evan Sloan es habitual verle en la línea C-2 del Cercanías con su inseparable bicicleta desmontable. El tren y la bici son los medios de transporte diarios para este profesor norteamericano que da clases en el instituto de Cártama. «En el programa de profesores auxiliares puse Andalucía y me tocó Málaga. Estoy aquí casi por accidente, pero un accidente muy agradable y ya estoy pensando cómo quedarme más tiempo», bromea. Es usuario del Cercanías desde hace dos años y dice que su experiencia es «muy buena». «Me subo a las ocho hacia Cártama y luego al final de la mañana regreso a Málaga. No suele haber mucha gente en los trenes y vamos cómodos, con distancia», dice Sloan en un correcto español con marcado acento. Explica que, aunque le gusta conducir, no tiene el carnet en España y que prefiere el tren al autobús para ir a su centro de trabajo: «El tren es más cómodo para mí y además en el bus hay veces que no puedo subir con al bicicleta», asegura. «Es más rápido, también más ecológico», declara. Además, el Instituto de Educación Secundaria Valle del Azahar en el que trabaja de profesor auxiliar de inglés está a diez minutos de la estación del pueblo.
Asegura que sí se vio afectado por retrasos y cancelaciones de trenes a final del año pasado por las huelgas en Renfe y por los trayectos que se cancelaban, pero eso no le ha hecho cambiar de opinión sobre la importancia del Cercanías. Quizás porque ve que hay enormes diferencias con el transporte público de su país, en donde la mayor parte de la población usa el vehículo privado para ir a trabajar. «En España, en general en toda Europa, el transporte público es mucho mejor que en Estados Unidos. En mi país, el tren es mucho peor en la mayoría de los estados, porque no hay ninguna inversión en transporte público», relata.
Línea C-2. Pizarra
Conversa animada con familiares y amigas en la terraza del bar de la estación de Pizarra. «Quedamos a diario para echar una risas», confiesa. La vida de María Jiménez, auxiliar de farmacia jubilada (73 años), ha transcurrido muy ligada a las vías del tren que tienen cerca de las mesas donde piden la comanda con mucha «guasa». En su pueblo todo el mundo lo usa en mayor o menos medida, con más o menos frecuencia: es un cordón umbilical con la capital y con otros municipios del Guadalhorce. «De pequeña me rompí un brazo y mis padres me llevaron en tren a Málaga. Una vez allí, en taxi para el hospital. Fíjate si lo usamos», cuenta. «Mi padre nos llevaba a los Baños del Carmen, a ver las procesiones de la Semana Santa de Málaga o a comprar ropa, zapatos o material escolar siempre en tren», rememora. «Aún recuerdo la carbonilla del tren en los ojos, ese pedacito pequeño de carbón que te daba en la cara», aporta al relato la prima de María, compañera de recuerdos imborrables en el tren y también confidencias en torno al café. «A lo largo de los años el tren ha cambiado mucho, se ha modernizado y mejorado en comodidad para los viajeros», opina.
María vive a unos cinco kilómetros de la estación, en la barriada de Zalea, y hasta allí se desplaza y aparca su coche para subirse al tren cuando lo necesita. Últimamente lo usa mucho con destino a Málaga capital para ver a su hermana que enviudó hace poco: «Quedamos y vamos a comer al entorno del Mercado del Carmen, nos encanta. Voy sin problemas para aparcar, sin preocupaciones. Para mí es muy cómodo», resume. Y en verano, explica, el Cercanías también es un aliado indispensable para ir a la playa en Pizarra y otros pueblos del cinturón del Guadalhorce: «Los vagones se llenan de gente para bajarse en Victoria Kent o en los Álamos. Vamos cargados de sombrillas, neveras y mochilas con bocadillos para pasar el día. Yo me alquilo una hamaca y así no voy tan cargada», explica risueña.
También en verano la línea de llena de color, de rocieros y feriantes para la fiesta grande de agosto. «Ahora en pandemia no hay feria pero siempre nos juntamos un grupo grande de Pizarra y allá que vamos en tren para disfrutar y pasar el día». Para salir de fiesta, apunta, también recurren a la C2 sus hijos, que tienen 32 y 36 años. «Salen y, si toman -hace un gesto de beber-, mejor volverse en tren y no conducir», ríe.
Línea C-1. Montemar (Torremolinos)
Lleva más de 30 años utilizando el servicio de Cercanías en Málaga, en concreto desde 1988 cuando empezó a estudiar Económicas en la UMA. Prácticamente a diario, porque después de su etapa como estudiante empezó a trabajar en una entidad bancaria del centro de la capital a la que también llegaba en el tren desde la estación de Montemar, en Torremolinos, cerca de la que reside. Por eso Paco Moya es un férreo defensor del tren como medio de transporte, pero también uno de sus usuarios más críticos con la pérdida de calidad que, según opina, se está notando en Málaga en los últimos años. «El tren es más práctico y mucho más cómodo que el coche para mí. Los precios de los aparcamientos en el Centro son prohibitivos y además tardas menos en llegar, porque no pillas caravana. Forma parte de mi vida, de mi día a día, pero hay que cuidar el servicio, no dejarlo morir», asegura. Moya relata que durante algo más de un año cambió el tren de Cercanías por el coche particular y tenía que salir antes para encontrar aparcamiento y llegaba más tarde a casa porque siempre pillaba atasco en la salida de Málaga hacia Torremolinos.
Para este empleado de banca, el Cercanías Málaga vivió una época dorada a principios de los 2000 cuando se hizo el desdoblamiento de la vía y se bajó la frecuencia a 20 minutos. «Los trenes eran nuevos o seminuevos, había mucha más puntualidad, limpieza, las estaciones mejor cuidadas...», relata. «Luego vino el soterramiento, que fue también una época durilla, porque el tren lo cogíamos en lo que era la estación de Renfe pero arriba, cambiaron los horarios y tenía que correr como un loco para coger el de mi hora», recuerda Moya. «Yo creo que desde ADIF dejó las estaciones se ha notado más el deterioro, especialmente en la falta de mantenimiento de las máquinas, de los espacios y hasta de las bombillas. No hay personal de atención al público y apenas se ven interventores. Para mí, lo peor es el tema de las canceladoras, que es habitual que no funcionen y te expones a que te multen», comenta este usuario, que espera que se mejore el servicio y que se repongan los trenes que dejaron de operar a final del año pasado. «Hoy en día la tendencia tendría que ser el transporte público y sostenible, y si no lo fomentan, que al menos no echen a los usuarios habituales, que mucha gente ha dejado de coger el Cercanías. Hay que llevar a la gente al tren», concluye.
Línea C-1. Arroyo de la Miel (Benalmádena)
Justo treinta y tres minutos. Es el tiempo del que dispone Mayte Rivero desde que se sube al vagón, en Arroyo de la Miel, hasta que llega a su destino: Málaga Centro Alameda, a la altura del antiguo edificio de Correos. «Aprovecho para leer, ahora tengo entre manos 'La Sonata del Silencio'. También veo series de Netflix», cuenta a SUR sin querer desvelar el último título de la plataforma de 'streaming' que la tiene enganchada: 'La reina del flow'. «No quería reconocerlo porque es un culebrón pero la verdad es que es adictiva», ríe casi a carcajadas esta malagueña coordinadora de una oficina de un touroperador alemán ubicada en el centro de Málaga. Usa el cercanías desde hace casi ocho años. Aunque no siempre se ha refugiado en la lectura o series durante el trayecto. «Al principio empecé a usarlo muy temprano, pasadas las siete de la mañana, y a esa hora había siempre un grupo de usuarios que charlaban muy animadamente. Empecé a meterme en la conversación hasta que nos hicimos amigos. Somos ocho o nueve usuarios e incluso tenemos un chat de WhatsApp, 'Amigos del tren', donde nos contamos incidencias del servicio. También quedamos para comer de vez en cuando», relata.
Mayte tiene carné de conducir pero prefiere dejarlo aparcado en casa. «Tardo lo mismo en llegar al trabajo en coche que en tren y, con el Cercanías me ahorro conducir y, sobre todo, el engorro -y el dinero, todo hay que decirlo- en aparcar en el Centro. En ese sentido todo son ventajas, la verdad», opina.
Para hablar del servicio recupera el tono serio. «Es una pena que se hayan suprimido tantos trenes. Si queremos una Málaga sostenible debemos apostar firmemente por este tipo de medio de transporte y, en lugar de quitar, lo que se debería hacer es lo contrario, aumentar la frecuencia, al menos en la Línea Málaga-Fuengirola que tiene mucha demanda y usuarios», apostilla. Otro aspecto a mejorar a juicio de esta usuaria es la accesibilidad: «Me parece inconcebible que existan paradas, como la de Torremolinos (La Nogalera), que no estén plenamente adaptados para personas con problemas de movilidad o para que las use una madre con un carrito de bebé». A su parecer, tampoco estarían mal que se rebajara el precio de los abonos tal y como se ha anunciado en Valencia, donde se prevén descuentos y recuperar las frecuencias hasta el mes de junio. «Estaría muy bien que esa noticia se transladara a Málaga», sostiene.
El número de pasajeros del Cercanías en Málaga creció en 2021 respecto al año anterior, cuando estalló la pantemia del coronavirus y se produjo el confinamiento estricto en España. Renfe cerró el pasado año en Málaga con más de 6,3 millones de viajeros, un 28% más sobre la demanda registrada en 2020. No obstante, esa cifra supone el 53% de la cifra de viajeros transportados en 2019, último ejercicio completo anterior a la alerta sanitaria, en el que se superaron los diez millones de pasajeros. La Línea C-1 Málaga-Fuengirola acapara el 90% de los viajeros en Málaga, al superar el año pasado los 5,9 millones de usuarios. En esta línea de la costa, las estaciones en las que subieron mayor número de clientes en 2021 fueron Málaga Centro (776.600 viajeros), Benalmádena-Arroyo de la Miel (718.600), Fuengirola (675.800), Málaga Renfe (669.500) y Torremolinos (583.900).
En el caso de la Línea C-2 Málaga-Álora, el año pasado se cerró con un volumen total de 411.000 viajeros. Aquí, las estaciones con mayor volumen de usuarios fueron Cártama, donde 75.400 clientes subieron a trenes de Cercanías el año pasado y Álora, con 72.500 viajeros. Estos datos aportados por Renfe no tienen en cuenta los usuarios que utilizan el servicio sin pagar, ya que muchas estaciones, especialmente en la C-2, carecen de tornos de control de acceso. La empresa considera que ese porcentaje de fraude es muy pequeño respecto al total y que las multas por acceder al tren sin billete son elevadas. A este respecto, muchos usuarios se quejan también de la ausencia de interventores en los vehículos y de que cada vez hay menospersonal en puntos de información y de venta de billetes.
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