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Karmel Alhamamra y Hatem Abdul posan ante la Biblioteca General de la UMA donde los estudiantes están acampados en solidaridad con Palestina. Marilú Báez
Vidas palestinas en Málaga atravesadas por una guerra interminable

Vidas palestinas en Málaga atravesadas por una guerra interminable

Como españoles que también son, dicen que ya era hora que se reconociera el Estado palestino; como personas con raíces en ese lugar del mundo, se sienten estafados

Sábado, 1 de junio 2024, 00:24

Hatem Abdul, de 59 años, y Karmel Alhamamra, de 20 años, son palestinos y viven en Málaga. Cada uno de ellos arrastra a sus espaldas una vida atravesada por el conflicto de Oriente Medio que data al menos desde 1948. Hatem Abdul lleva en España ya más de 35 años. Vino aquí a estudiar. Primero a Madrid, luego a Granada, donde se hizo técnico de rayos, y después a Málaga, porque en esta ciudad consiguió plaza en el SAS. Sus padres tuvieron que huir de Palestina en 1948, año en el que sitúan la Nakba, el gran desastre palestino, por el que muchas personas se quedaron sin sus casas y su tierra tras la creación del Estado de Israel. Entonces, con 16 o 17 años y recién casados, salieron de la región de Tiberiades, en el norte de los territorios palestinos, y recalaron en el sur del Líbano.

Como tantos, cuenta ahora Hatem, pensaban que esa vida de refugiados iba a ser cuestión de semanas: de hecho, se llevaron consigo las llaves de sus casas, ésas que se han convertido en símbolos que adornan la entrada de muchos campos de refugiados que se han convertido en residencias permanentes para familias palestinas generación tras generación, hasta el presente.

Entrada a un campo de refugiados palestinos en Belén, con la llave que se ha convertido en emblema de las casas perdidas en la Nakba, el desastre de 1948. C. V.

Él mismo nació en uno de esos campos. Era, rememora, un antiguo cuartel del ejército francés de la época colonial, de cuando Líbano estaba bajo dominio galo, readaptado, pero miserable. «No hacía falta que mis padres me contaran nada de lo que había pasado, porque las consecuencias las vivía diariamente, era un recuerdo permanente», afirma. Cuando se le sugiere que qué generosidad la de los países limítrofes con el pueblo palestino, que les dieron al menos tierra para instalarse, lo niega: apenas acaban de salir de los procesos de descolonización y en realidad todavía no eran dueños de sus destinos, lo seguían siendo las potencias coloniales. Pero a día de hoy aún hay millones de sus compatriotas en Líbano, Jordania y Siria. Y por todo el mundo. Porque su extensa familia formada por catorce hermanos («nunca hemos estado todos juntos», lamenta) está repartida también por Libia, Alemania, Dinamarca, Suecia… «Nos ha pasado como a los judíos: al igual que en cualquier lugar del mundo te puedes encontrar con un judío, también te puedes topar con un palestino». Qué ironía.

«Nos ha pasado como a los judíos: al igual que en cualquier lugar del mundo te puedes encontrar con un judío, también te puedes topar con un palestino»

Hatem Abdul posa ante la acampada de la UMA. Marilú Báez

La vida de Hatem Abdul chocó en Líbano en los años ochenta con la guerra civil y con la invasión israelí. Por eso, se fue a estudiar a Siria. Como quedarse allí le iba a ser difícil y además el régimen imperante no le daba mucha seguridad, pero tampoco podía volver al país en el que residía su familia, buscó opciones para irse y llegó a España por casualidad: la española fue la única embajada que le dio un visado. Quizás por compasión. A principios de los años noventa consiguió la nacionalidad española. Para ello, dice, como trámite había de renunciar a la suya propia. Pero es que no la tenía: apenas contaba con un documento de viaje del Líbano para refugiados palestinos. Antes de conseguir la española no tenía nacionalidad.

Nueva vida en España

Karmel Alhamamra es española de nacimiento y nacionalidad. Y lo es porque a su padre en los tiempos de la Segunda Intifada (primeros años 2000) Israel lo expulsó durante tres años y en virtud de un acuerdo con España acabó en Soria –a otros de sus compañeros esa condena les llevó a Italia, a Portugal o a Alemania–. Ello, cuenta ahora Karmel, después de que buscaran refugio en la Iglesia de la Natividad de Belén, perseguidos y luego cercados por el ejército israelí. Esos tres años ya son más de veinte, porque su padre no puede volver ni a Jordania donde está su familia –ahí se refugió a partir de 1948– ni a Palestina. La condena de tres años se ha convertido en indefinida. Aunque ella, su madre y su hermano sí suelen ir de visita una vez cada dos años –la rama materna de la familia sigue viviendo en cerca de Belén–. «Me siento culpable cuando voy, porque para mi padre es su hogar», dice. Y también se siente culpable ahora al ver a su gente sufrir tanto en Gaza y ella estar cómoda en España: su familia está perfectamente instalada en Málaga adonde se trasladó desde Soria buscando mejores oportunidades laborales. Aquí su padre tiene una empresa que se encarga de certificar que la carne que se exporta a países musulmanes se ha matado con el ritual halal y donde su madre también está empleada. Ella estudiando Estética Integral en un colegio privado y su hermano, secundaria.

Cada vez que va a Palestina, a la región de Cisjordania, dice, ve que la situación es «muy impactante» por lo «normalizado» que está lo que no debería estarlo, como la violencia y el hacinamiento. «Cada año está peor, con más ocupaciones israelíes, más tierras tomadas, las casas más juntas y más densidad de población». Y ahora es peor, afirma: aunque el foco está en Gaza, en su pueblo, en Husan, cerca de Belén, en Cisjordania, «todas las noches pasa algo»; la gente duerme vestida porque teme que en cualquier momento se la pueden llevar. Hatem, por su parte, tiene amigos en Gaza. Las redes sociales los mantienen en contacto. «Es inimaginable su sufrimiento», dice.

Karmel nació en España porque a su padre lo expulsaron de Belén. Marilú Báez

El Estado y la acampada

SUR se reúne con Hatem y con Karmel un día después de que España junto con otros países haya reconocido el Estado palestino y el escenario del encuentro es la Biblioteca General donde un grupo de estudiantes de la Universidad de Málaga acampa en solidaridad con la causa palestina. Es la hora de comer: circulan platos y voces avisando de que la comida está lista.

«¿Qué me parece el reconocimiento del Estado palestino? Puedo contestar como palestino y como español. Como palestino, me siento estafado, porque la solución de dos Estados no es factible. Eso era lo que se planteó en un inicio, en 1948, pero Israel no lo respetó y fue haciéndose con más territorio y ahora el palestino está fragmentado, está formado por islotes; para empezar, no hay comunicación entre Gaza y Cisjordania. Pero como español lo que digo es que ya era hora, porque si la solución por la que se aboga es la de los dos Estados, había que reconocer a ambos», explica Hatem. Karmel agrega que lo que le gustaría sería la creación de un Estado democrático en el que convivieran las tres religiones. Cree que el reconocimiento del Estado palestino ahora ya es insuficiente e inútil y sospecha que responde a una estrategia política, no a la solidaridad.

«El reconocimiento del Estado palestino ahora ya es insuficiente e inútil. Sospecho además que responde a una estrategia política, no a la solidaridad»

¿Qué opinan sobre la acampada de la UMA y las que se han multiplicado por todo el país en solidaridad con su causa, en repulsa de la actuación de Israel en Gaza? «Antes lo pasaba mal porque nadie me preguntaba por lo que sucedía, pero luego me sorprendió esta solidaridad y la diversidad de la gente que nos apoya. Al ver a toda esta gente lloré todo lo que no había llorado antes», afirma Karmel.

Karmel nos confía algo curioso: dice que cuando la ven con el velo la gente piensa que es marroquí y que cuando aclara que tiene origen palestino, nota que el trato hacia ella cambia, mejora. Síntoma, quizás, de la simpatía que la causa palestina ha tenido históricamente en España. Aquí se siente en casa. Cuando vuelve de viaje a Benalmádena y siente su olor, está en su hogar, pero también cuando llega a Jericó y nota ese calor característico de esa tierra.

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