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Un tiovivo tapado por una lona gigante, figuras de dinosaurios camino de una nueva extinción, barquitos cubiertos de polvo, una caída libre que ya no cae y una noria que ha visto una vida mejor. Entre medio, senderos asfaltados que discurren entre palmeras que necesitan una poda y la fragosa fachada de un pasaje del terror que ya no asusta. Bienvenidos a Tivoli, el parque de atracciones más conocido de la Costa del Sol.
La buena noticia primero: si queda Tivoli es porque un grupo de trabajadores vigila la infraestructura, hace lo que está en sus manos para mantener las atracciones y sigue luchando para que venga un inversor serio y le dé la vuelta a esta situación como a un calcetín. Tres años sin cobrar y atrapados en una telaraña judicial.
De lo contrario, el parque ya se hubiera convertido en la meca de los chatarreros, la noria ya se hubiera prensado en pequeños bloques y de la montaña rusa no quedaría ni el letrero. Tivoli sería un terreno baldío y lo que queda no sería una esperanza sino una zona de exclusión. «El parque está para reabrir», insiste Juan Francisco Carmona. Es uno de los 85 trabajadores a los que el 15 de septiembre de 2020 (día del cierre) les cambió la vida.
- ¿A qué sonaba Tivoli?
- «A risa de niños».
El país de las risas empezaba a 20 minutos en coche de la capital, en Benalmádena, a sólo dos rotondas después de tomar el correspondiente desvío en la A-7. Un alegre trazo, en grandes letras de colores, aún recibe en la entrada del otrora paraíso de la diversión: «Tivoli». A lo largo de décadas, aquí se formaban colas kilométricas. Hoy, las taquillas están cerradas a cal y canto. Las paredes de cemento, levantadas en un principio para alejar a los amigos del 'sinpa', ya sólo sirven para ahuyentar a vándalos.
Tivoli también son muchos metros cuadrados de terreno en el corazón de la Costa del Sol, a cinco minutos de la playa, donde atracciones se enfilan en un paisaje de hormigón proyectado y a la naturaleza se le nota que prolifera más o menos a su antojo. Si alguien quiere comprobar la huella inexorable del tiempo, este es su lugar. Si alguien quiere saber a qué sabe el tiempo cuando se para, también. Pasear por el parque, un 24 de enero de 2024, recuerda a un toque de queda. El barco misterioso: vacío. La caída libre: vacía. La Plaza del Oeste: vacía. La montaña rusa: unos pavos reales pasean entre los raíles. «El pienso para alimentarlos lo pagamos nosotros», precisa Juan Francisco Carmona.
Podría ser un bastidor para una nueva temporada de 'The Leftovers'. Cada paso es como una pérdida repentina del oído y el silencio incomoda. Como en un viaje en montaña rusa, las impresiones van cambiando. Fascinante y surrealista. Agobiante y opresivo. Bello y a la vez perturbador.
Es muy probable que no exista un lugar con el que los malagueños se sientan tan identificados. Varias generaciones eligieron a Tivoli para su esparcimiento. Primero fueron los de aquí. Después, vinieron del resto del país. Por último, los turistas, que le imprimieron un toque de mundo. Con el cierre, también ha empezado la mutación a objeto de culto. La biografía de cualquier ciudad se escribe con los lugares con los que está conectada.
La historia de Tivoli está estrechamente entretejida con el ascenso de la Costa del Sol como destino turístico. Levantado en 1972 por el danés Bent Olsen, venir a Tivoli era también una posibilidad de sentirse un poco más internacional. Así como, en general, todo era un poco más libre y colorido que en el gris corsé de la dictadura.
El 'boom' de verdad llegó en los 80 y 90. En los veranos de esta época había espectáculos un día sí y otro también. Cuando no era Julio Iglesias, era Rocío Jurado. Cuando no era Alejandro Sanz, eran artistas como James Brown. No actuar en Tivoli equivalía a lo siguiente: no ser nadie en el mundo de la música.
De vuelta al presente, el empeño de los trabajadores tiene otro objetivo: evitar que las atracciones se desmoronen y puedan ser resucitadas. De los 85 que había, quedan 27 en pie. Algunos han encontrado algo mejor y se han desvinculado. Otros, simplemente, no podían estirar más. Todos los días, a las doce, quedan en la puerta para hacerse una foto contra el olvido. Juan Francisco Carmona hace una mueca y expresa cierta desconfianza hacia la prensa. Hoy Tivoli sólo sería noticia si algún 'youtuber' es pillado en el parque en busca de protagonismo. Entonces, vuelta a los titulares. Sin embargo, nadie hablaría del abandono de las administraciones. El anterior equipo de gobierno del PSOE: buenas palabras. El nuevo equipo de gobierno del PP: buenas palabras. «Lo que necesitamos son hechos», matizan los trabajadores.
Si se buscan puntos de inflexión, aparecen varios. Uno de ellos obliga a abordar un nombre, propietario de Tivoli desde 2004 hasta 2007. Se trata de Rafael Gómez, un empresario cordobés, conocido mejor como 'Sandokán', cuya vida daría para grabar varias series de Netflix. Para algunos un estafador, fue el último en invertir de verdad. Una última modernización en la que se cambió el delfinario por la caída libre y se renovó el pasaje del terror de manera íntegra. A la sazón, unos años en los que el parque volvió a ser muy rentable. Estalla la 'operación Malaya' y Sandokán acaba imputado y necesitado de liquidez para hacer frente al tsunami judicial. Vende el parque al grupo inmobiliario Tremón, con sede en Madrid, que explica y defiende la compra de un parque de atracciones con el manido tópico de la «diversificación».
Lo que viene después es la historia de un descenso. Sin inversión en el parque, los años buenos habrían sido cada vez menos. Los números rojos se apoderan de la contabilidad, aunque los trabajadores insisten en que el parque era rentable hasta el último día. Tremón dice que no. Dada la actividad 'core' del grupo, la sospecha de la especulación urbanística parece justificada. El pasado mes de abril de 2023, el Ayuntamiento de Benalmádena modifica el PGOU y declara los terrenos de Tivoli como «no urbanizables». En teoría, un blindaje. Los trabajadores siguen desconfiando.
En un lugar tan cargado emocionalmente como Tivoli, queda la siguiente pregunta: en realidad, ¿qué se puede hacer para insuflar de vida a un gigante que ahora está tan paralizado? Los trabajadores como Juan Francisco Carmona piden a Tremón que venda a compradores interesados. Los habría, como un supuesto magnate de parques temáticos inglés, dispuesto a una inversión millonaria. En el Ayuntamiento de Benalmádena aseguran que están a la espera de que un estudio jurídico encargado a la Universidad de Málaga dictamine si cabe una posible expropiación o no.
El país de las risas empieza 20 minutos de la capital, por mucho que el óxido represente también el encanto mórbido de un emblema caído en desgracia. El mosaico de recuerdos de muchos malagueños está connotado de momentos felices en el gran parque de atracciones de la Costa del Sol. Camino de vuelta a Málaga, desde la autovía, se intuye una gran construcción metálica. No es ninguna instalación de arte urbano, es la famosa noria del Tivoli. Ojalá llegue el día en el que vuelva a girar. Justo como antes, cuando éramos niños.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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