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Víctor Heredia | Fernando Alonso
Domingo, 14 de julio 2024, 13:46
Fray Justo y Víctor introdujeron en los extremos sendas palancas de acero y levantaron, no sin cierta dificultad, la plancha que daba acceso a la legendaria cripta de los cameranos, donde estuvieron enterrados los familiares de Manuel Agustín Heredia y los primeros Larios, entre otros. Una escalera estrecha y empinada de seis escalones nos conduce a uno de los enterramientos más singulares que haya en Málaga. Nunca más los Larios y los Heredia compartirían la misma cripta funeraria.
Tan solo diecisiete nichos podemos contar en la cripta, más un osario bajo su superficie, tapado con una gran losa. Aquí, bajo el altar mayor de la iglesia de San Agustín de Málaga, se enterraron los primeros cameranos o castellanos –como entonces se los conocía– aquellos que, procedentes de la comarca riojana de los Cameros, fueron llegando a Málaga en distintas oleadas desde finales del siglo XVIII y, en apenas medio siglo, convirtieron a nuestra ciudad en una de las capitales más prósperas de España.
Los cameranos veneraban a la Virgen de Valvanera. En 1798 los comerciantes castellanos adquirieron con condición de patronazgo la capilla mayor de la iglesia de San Agustín para colocar a su Virgen en el retablo y con el fin de acondicionar una cripta para enterramientos debajo del altar. La imagen de la Virgen de Valvanera presidió desde entonces el altar mayor de la iglesia de San Agustín, hasta que esta fue saqueada e incendiada en los tristes sucesos de mayo de 1931.
El lugar de honor de la cripta lo ocupan seis nichos costeados por Manuel Agustín Heredia, situados en el lado derecho, bajo el altar mayor, tal y como lo explica una inscripción del año 1839, pintada en la pared en gruesos caracteres negros. Los nichos están enmarcados en molduras que simulan columnas de una sencilla monumentalidad. El gran Heredia tuvo doce hijos con Isabel Livermore Salas, de los que siete llegaron a edad adulta. Los que fallecieron siendo niños se enterraron en este panteón: «Aquí descansan los huesos de los hijos de Manuel A. Heredia», rezan unas sencillas tablas de madera.
En este lugar quiso reposar eternamente el riojano (al menos así lo dispuso en su primer testamento otorgado en 1818), pero finalmente fue enterrado en el cementerio de San Miguel. En San Agustín sí tuvieron lugar sus exequias, a las cinco de la tarde del 15 de agosto de 1846, sepelio al que se dice que acudieron miles de obreros de sus fábricas. Cuando se terminó en 1852 el fastuoso panteón que sus herederos construyeron en San Miguel, los restos de Heredia y su esposa, Isabel Livermore, fueron trasladados a su definitiva morada, en el sepulcro realizado por el célebre escultor italiano Lorenzo Bartolini.
Frente a los Heredia, los Larios. Juntos más allá de la muerte. Aunque de los diez nichos fronteros, solo tenemos constancia de que uno perteneció a esta poderosa familia. Aquí duermen el sueño de los justos Manuel Domingo Larios y su mujer Ana María Martínez de Tejada fallecidos, respectivamente, en 1830, a los cuarenta y cuatro años, y en 1819, a los veinticuatro. Manuel Domingo era hermano del primer marqués de Larios. Se conserva otra lápida más. Perteneció a Manuel Domínguez Fernández, fallecido en 1840, con cuarenta y dos años. Al fondo de esta cripta, una ventana respiradero comunica con la calle Pedro de Toledo. Como vemos, los cameranos seguían siendo fieles a su terruño y se enterraban bajo los pies de su patrona, la Virgen de Valvanera.
Cuando en los años cuarenta del pasado siglo fue reconstruida la iglesia de San Agustín, que había sido quemada en 1931, se decidió colmatar de escombros todas las criptas de la iglesia. Era el procedimiento habitual y en otros templos malagueños, como en el de Santiago, se hizo lo mismo. En el año 2003, al rehabilitarse el templo, esta cripta fue desescombrada y aparecieron los nichos donde habían reposado los primeros cameranos. En San Agustín hemos contado hasta nueve criptas más, a modo de panteones, bajo cada capilla, aunque no todas están practicables. No queremos acabar este apartado sin dar las gracias a fray Justo Díaz por todas las facilidades que nos ha dado para contar esta historia a nuestros lectores.
Alberto Palomo nos acompaña en un breve recorrido por las criptas de la catedral. Once son las que existen, tres de ellas practicables. Aunque entrar no es tan fácil: hay que levantar la pesada losa de mármol con la ayuda de un cabrestante y en la operación es necesaria la ayuda de varias personas. Una singularidad de nuestro primer templo, en lo que a enterramientos se refiere, es que no existe cripta ni panteón alguno bajo su altar mayor ni bajo su suelo, a diferencia de otras catedrales. Solo hay criptas en algunas capillas. La de San Julián, por la que se accede a la sacristía, fue profanada en la Guerra Civil. Cuando se limpió, aparecieron restos de las almejas que habían echado los milicianos y refugiados que ocuparon el templo, entonces alimento barato y popular que ha dado otro nombre castizo al barrio de la Victoria.
Una de las criptas más importantes de la catedral es la de los obispos. Se ubica en la capilla de la Encarnación y en ella están enterrados dos de los obispos más importantes de la historia de Málaga: Molina Lario y Bernardo Manrique. El monumento funerario de este último destaca por el primor de la talla y el realismo de los angelotes desnudos. Está datada a mediados del siglo XVI. Frente a la sacristía existe un columbario, destinado solo a religiosos y personal de la catedral. Se construyó en los años noventa, siendo deán García Mota.
Sin duda, la cripta más numerosa es la que acoge los restos de mil cien asesinados en la Guerra Civil, algunos de ellos ya beatificados. Fueron trasladados hasta esta capilla del Cristo de las Victorias en 1941.
La costumbre de enterrar en sagrado arraigó en la Málaga cristiana a partir de finales del siglo XV. Las personas fallecidas eran sepultadas en el interior de las iglesias parroquiales y de los recintos conventuales, o en su entorno más inmediato. La preocupación por la salvación del alma alimentaba la tradición de recibir sepultura cerca de los altares y de las imágenes más veneradas. Las familias aristocráticas, las cofradías y las comunidades religiosas poseían capillas propias con sus correspondientes criptas de enterramiento, y en muchas ocasiones éstos se realizaban directamente bajo el pavimento de las naves de los templos. En algunas parroquias, como Santiago y los Mártires, existían pequeños cementerios en el exterior.
El crecimiento demográfico fue saturando estos espacios funerarios y fueron habituales las denuncias por los malos olores que emanaban de las criptas y que afectaban al culto en el interior de los templos, como denunciaba el obispo Molina Lario en 1781. El monarca Carlos III quiso solucionar este problema higiénico con una real cédula de 3 de abril de 1787 en la que dispuso que se construyeran cementerios fuera de las poblaciones y se abandonara la costumbre de enterrar en las iglesias. Esta medida encontró una fuerte resistencia en la población, y todavía se tardaron décadas en conseguir que los camposantos generales fueran una realidad. El primero de Málaga, el de San Miguel, no empezó a funcionar hasta 1805.
Además de San Agustín y la Catedral son varios los templos malagueños que conservan criptas de la época moderna, entre los siglos XVI y XVIII.
Las recientes restauraciones de iglesias parroquiales han permitido recuperar los enterramientos subterráneos de Santiago, San Juan y los Mártires. En la primera las obras permitieron la limpieza de seis criptas que habían sido cegadas con escombros, además de numerosas fosas individuales. En la cripta de la capilla de las Ánimas se han recuperado restos de pinturas barrocas como un esqueleto bailando la danza de la muerte. En el subsuelo de las iglesias de los Mártires y San Juan hay también varias bóvedas de enterramiento.
Debajo de la iglesia de San Julián se dispone una amplia cripta en la que eran sepultados hermanos y benefactores de la Hermandad de la Caridad. En San Felipe Neri existe una capilla subterránea, que en un principio fue destinada a la Escuela de Cristo, y a su lado una cripta que, después de ser saqueada en 1931, sirvió durante un tiempo como aula para impartir clases de costura. En la antigua iglesia conventual de los Capuchinos solo se conoce la existencia de una cripta, la que perteneció a la Orden Tercera de San Francisco de Asís, situada en la capilla que hoy ocupa la Cofradía del Prendimiento. Las excavaciones arqueológicas realizadas en el solar del antiguo Cine Victoria, en la plaza de la Merced, sacaron a la luz parte de las criptas del desaparecido Hospital de Santa Ana.
No podemos terminar este breve y no exhaustivo recorrido por las criptas malagueñas sin mencionar la que es, sin duda, la más famosa de todas, la que existe debajo del camarín de la Virgen de la Victoria, en su santuario. Esta joya del barroco tétrico español, construida por iniciativa de los condes de Buenavista, merece por sí sola una detenida y sobrecogedora visita. Y todavía con más motivo después de su reciente restauración.
La cripta de la iglesia del Sagrario sorprende por sus dimensiones y por su luminosidad. Está ubicada bajo la iglesia en una gran sala rectangular y con bóveda de cañón. Un buen número de lunetos iluminan esta cripta atípica: son las que el viandante curioso puede distinguir en el último tramo de la calle Santa María, en la parte inferior del templo, a ras del suelo. Los nichos, que ya no existen, estaban dispuestos en dos filas frente a estas ventanas.
Al final de esta cripta estuvieron los restos de la cimentación del alminar de la antigua mezquita, coincidiendo con los pies de la iglesia y su portada gótica. Cuando la visitamos esta primavera, estaban expuestos hallazgos de una excavación arqueológica llevada a cabo muy cerca. Entre ellos había una cruz paleocristiana, que demostraría un uso cristianode este lugar previo a la existencia de la mezquita musulmana, y restos arqueológicos que podrían adelantar el nacimiento de Malaca un par de siglos, hasta el octavo antes de Cristo.
Y –sorpréndase lector– esta cripta fue utilizada como colegio parroquial en los años sesenta y setenta del siglo pasado.
Los Reyes Católicos fundaron en 1494 un hospital dedicado a la atención de leprosos. A los pies de la pequeña iglesia de San Lázaro, a la derecha según se entra, está el acceso a la cripta del antiguo lazareto malagueño, que presenta la particularidad de que su bóveda está decorada con varias pinturas al fresco. El investigador Sebastián González atribuye su autoría al sacerdote Pedro de Hermosilla, que fue mampastor o administrador del Hospital entre 1722 y 1748 y gozaba de cierta fama por su condición de pintor.
El conjunto presenta cinco figuras trazadas con ciertos conocimientos de anatomía. En el centro está Saturno, alegoría del tiempo, con el reloj de arena, y a su alrededor se disponen dos esqueletos y dos cuerpos en descomposición con diferentes atributos relacionados con la muerte.
El espacio, de apenas 5 metros de largo por 2,5 de ancho, cuenta con 34 nichos. Entre los nichos se colocaron, a modo de macabra decoración, tibias cruzadas y calaveras, que fueron destrozadas cuando la cripta fue profanada en los sucesos de 1931. Los ignorantes asaltantes esperaban encontrar monedas de oro en el interior de los cráneos huecos.
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
Iker Cortés | Madrid
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