Desde hace casi cinco siglos la ermita de la Fuensanta de Pizarra, cobijada en la ladera de la sierra de Gibralmora, ha sido custodiada por eremitas. Es decir, personas que voluntariamente han sido los encargados de guardar y mantener la capilla y atender ... a los visitantes a cambio de un techo donde cobijarse y algunos donativos.
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En su origen, esta tarea, la de ermitaño, era idónea para frailes que buscaban también un retiro espiritual. Pero desde hace ya algunas décadas, en el caso de esta capilla del Valle del Guadalhorce, se ha encomendado a personas que no tienen una vinculación directa con el clero.
Es el caso de Cristóbal Peña y María Grajales, un matrimonio que cambió hace cinco años el ajetreo y el bullicio de la Costa del Sol, donde residían desde hace muchas décadas, por la paz y el sosiego de este templo que tiene su origen en la presunta aparición milagrosa de la Virgen de la Fuensanta.
Esta pareja, que no tenía casa en propiedad, ha podido así resolver el problema que se le avecinaba con la jubilación de Cristóbal. Dedicado en cuerpo y alma al sector de la construcción, vio como su pensión se hacía insuficiente para poder costear ese gasto fijo al que se tienen que enfrentar muchas familias: el alquiler de una vivienda.
Por esa razón, ni Cristóbal, hoy con 70 años, ni María, con 63, dudaron en dejar la cercanía del Mediterráneo en Fuengirola por unas excelentes vistas panorámica a un mar de cítricos en la fértil vega de Pizarra. Ella, aunque oriunda de Álora, tenía más vínculos con esta localidad malagueña, lo que facilitó el contacto con la Hermandad de Nuestra Señora de la Fuensanta, encargada de elegir a las personas que tienen que custodiar la ermita. Cristóbal, por su parte, natural de Mijas Pueblo, no tuvo reparos en volver al campo.
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En línea recta apenas son 25 kilómetros los que hay entre la Costa del Sol, pero, evidentemente, hay una gran diferencia en la forma de vida entre ambos emplazamientos. «La vida nos ha cambiado totalmente, pero, a mejor, porque aquí hay una tranquilidad que no vamos a encontrar en otro sitio», comenta Cristóbal, mientras riega las numerosas macetas que adornan la entrada de la ermita. Esta tarea, que le ocupa un par de horas cada dos días, es una de las que forman parte de la vida cotidiana de este mijeño septuagenario, que ha cambiado las ferrallas y los encofrados por una vida sosegada y casi ascética.
Entre él y su mujer, se encargan también de otros menesteres: tener siempre bien encalado y pintado el edificio, barrer todos los días, atender en la pequeña tienda en la que se venden enseres relacionados con la Virgen y recibir a los visitantes. «Hay días en los que no viene nadie y otros, como los previos a las fiestas de la Fuensanta -en el ecuador de agosto-, en los que llegan más de doscientas personas», asegura Cristóbal.
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Estos ermitaños del siglo XXI -los últimos que quedan en la provincia de Málaga. cuentan también con un pequeño huerto a los pies de la ermita, con el que pueden llenar parcialmente su despensa. Junto a las hortalizas de temporada que Cristóbal cultiva con pasión, tienen algunos árboles frutales que ha plantado en estos años. Entre ellos, se ha atrevido incluso con algunos de frutos subtropicales, como el mango o la papaya.
La vivienda es relativamente pequeña y humilde, pero en ella pueden vivir en buena condiciones, tanto este matrimonio como sus dos hijos, que, eso sí, no siempre están allí, ya que suelen viajar mucho por motivos laborales. «A ellos esto no les gusta tanto porque son jóvenes y estaban más acostumbrados a la vida en Fuengirola», comenta María.
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Este modo de vida no es incompatible con la movilidad. Cristóbal se mueve en coche perfectamente para desplazarse al pueblo. Aunque sólo tiene libre un día a la semana, este ermitaño puede delegar algunas de sus funciones en María cuando sea necesario.
«No le podemos ofrecer un sueldo, pero sí ocupar la vivienda con su familia sin pagar nada ni por agua ni electricidad», explica José Francisco Gómez, presidente de la Hermandad de Nuestra Señora de la Fuensanta, quien añade que, cuando su asociación lo ve conveniente, hace algún donativo a Cristóbal. «Tenemos plena confianza en él y en María, su mujer», sentencia.
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Esta asociación religiosa eligió a Cristóbal porque cumplía los requisitos para ocupar la humilde vivienda que está adosada a la capilla. Según la albacea de la hermandad, María Vázquez, lo más importante es tener «estabilidad y disponibilidad». Lo sabe bien ella que es la encargada de mantener el altar y coordinar las distintas actividades relacionadas con la virgen de la Fuensanta: «Cristóbal siempre está para cualquier cosa que le pidamos».
Eso sí, la profesión de ermitaño no es apta para cualquiera. Entre los anteriores moradores de la vivienda hay quienes aguantaron hasta que su salud les dejó y quienes pidieron un relevo a la hermandad porque terminaron hartándose de esa vida tan sosegada. «No es fácil encontrar a un matrimonio comprometido y dispuesto a vivir aquí para cuidar de la ermita durante todo el año», explica el presidente de la hermandad.
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La capilla está en un enclave más elevado que el pueblo de Pizarra y hasta ella se accede en un último tramo por carril de tierra. No es un lugar de paso, salvo para los senderistas que hacen el recorrido circular que parte desde este pueblo del Valle del Guadalhorce y tras pasar por la emblemática imagen del 'Santo' desciende por la sierra de Gibralmora y pasa junto a esta llamativa ermita.
Esa ubicación hace que Cristóbal «más que un ermitaño sea un eremita en el sentido más estricto de la palabra», asegura José Francisco Gómez, que alude a este término en referencia a ese lugar apartado que ocupa este templo.
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Aunque la ermita se construyó tras la supuesta aparición milagrosa de la virgen, antes ese espacio fue ocupado por una iglesia mozárabe rupestre. En concreto, ese templo estaría datado en el siglo X.. Hoy parte de su estructura, semi excavada en la roca, se hacen visibles en la casa que ocupan Cristóbal y María.
Según se lee en un azulejo, a los pies de la ermita, donde se encuentra el antes mencionado huerto, se encontró una hornacina con la imagen de la virgen en el año 1566. Aunque en primera instancia fue llevada al obispado, los habitantes de la zona reclamaron su devolución. Poco después en ese mismo lugar, se decidió construir una capilla para cobijar a la imagen. En esos trabajos comenzó a brotar un manantial de agua al que se le atribuyeron unas propiedades milagrosas, lo que propició que a la virgen, que es una Inmaculada, se la conozca hasta hoy como la Fuensanta.
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La ermita está abierta al público de martes a domingo. El horario es de 9 a 13 horas y de 15 a 19 horas, en horario de otoño e invierno; y de 7 a 13 horas y de 18 a 22 horas, en primavera y verano. Hoy la patrona de Pizarra goza de una gran devoción tanto entre los vecinos del pueblo como muchos del entorno. También son muchos los oriundos de Pizarra que se acercan a la localidad en torno al 15 de agosto para asistir a la bajada de la Virgen de la Fuensanta con motivo de las fiestas patronales.
Entre las tradiciones más singulares que se conservan está la denominada como 'Rifa' en la que se hacen donativos simbólicos -25 céntimos- para pujar por meter el hombro y ayudar a llevar el trono con su imagen. Además de esta virgen de la Fuensanta, hay otra en Coín, con la que está hermanada. Eso sí, sus historias son relativamente distintas.
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