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Dice Santiago Pérez, un vecino de la zona de Carlos Haya, que ha venido «porque siente que en los últimos años los malagueños ya no tenemos prioridad». Asegura Santiago, 67 años, que tiene dos hijos y cuatro nietos, que «no quiero que el día de mañana se tengan que ir de Málaga». Añade Santiago que «no estoy en contra del turismo, pero pido que se regule para que tengamos un turismo de calidad y no el turismo de borrachera que atrae las viviendas turísticas». Es uno de los miles de malagueños que acudió a la manifestación del 29J.
La movilización masiva, que superó las expectativas de los propios convocantes, es una fuerza de reacción a un descontento que no se deja fijar en un solo punto, pero que tiene en la dificultad del acceso a una vivienda un elemento central. La Plaza de la Merced, punto de inicio del recorrido, fue ese llenazo con el que muchos de los que acudieron habían soñado.
Sobre las once y media de la mañana, el tren de protesta se puso en marcha para recorrer las calles de Málaga de una manera lenta y pausada. Por momentos, la manifestación parecía como si una telaraña de cabezas y pancartas se hubiera extendido por el casco histórico.
Hay 'palabros' que conviene usar con precaución. Transversal es uno de ellos. Sin embargo, este sábado, hablar de transversalidad hacia justicia a una movilización que duró más de dos horas y que tuvo que lidiar con un sol que apenas ofrecía clemencia. Mayores, jóvenes y familias enteras. La mayoría vecinos de la capital. Algunos viajaron por la mañana desde municipios cercanos.
Unos venían porque estaban ilusionados y otros hartos. Todos han visto en esta manifestación una forma de llamar la atención sobre un problema que sienten que les asfixia. Hay puestos vendiendo camisetas en pro de un bosque urbano. Se avisa por megafonía de que todo el mundo se aprovisione de agua para combatir la calor. Un 'performance', al que pocos prestan atención, y la marea inicia el recorrido.
Estefanía Bitán es una joven de 33 años. En conversación con SUR señala que tiene un trabajo fijo y cuenta con ahorros. «A pesar de ello, estoy viviendo con mis padres. Los pisos a los que puedo aspirar están en muy mal estado. Para optar a algo digno, tendría que estar ahogada toda mi vida», lamenta. Siente que no tiene lugar en su propia ciudad. En ella, como en casi todos, anida un sentimiento de impotencia y frustración. «No me quiero ir de mi propia ciudad», sentencia.
Aunque se escuchan algunas batucadas, no se puede decir que lo de este sábado fuera un movimiento festivo. Los que acudieron a la llamada del 29J pretenden echarle un pulso a los que ostentan los poderes en la ciudad. El alcalde, Francisco de la Torre, se llevó gran parte de las críticas. Explica Milagros González, una vecina de Carranque, que «acceder a una vivienda en Málaga se ha vuelto imposible». Ella tendría la vida «resuelta», pero resalta que cuando vio las convocatorias de la manifestación en los periódicos no se lo pensó. «Sufro mucho por los jóvenes», suspira.
Cada testimonio es una historia, una situación personal distinta, pero todos convergen en el problema del acceso a la vivienda. Ana Berrocal, 40 años, vecina de Nueva Málaga, tiene un piso en propiedad y no tiene el peso de una hipoteca sobre sus espaldas. «Me gustaría, simplemente, que se gobierne para la gente de aquí, no para la que está de paso», expresa. «No estoy en contra del turismo, pero tampoco me pongo una venda ante los ojos», añade. El 29J se diluyó sobre las tres. Promete volver.
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