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En el gremio siempre se ha dicho que para vivir dignamente del taxi hay que trabajar media jornada. Pero no se confundan. Cuando ... repiten esta frase como un mantra y con cierta guasa se refieren a pasar 12 horas diarias al volante. Aunque eso era antes de que esta pandemia lo sacudiera todo. Ahora, raro es el que no se tira 15 ó 16 horas en la calle, pero con una caída de la demanda de viajeros del 80% la mayor parte del tiempo permanecen en las paradas. Y aunque estén libres, con la luz roja de alerta encendida de forma permanente. «Hay días que tardas cinco horas en salir con el primer servicio», comenta Pepe Durán mientras aguarda su turno en la parada de la estación María Zambrano.
Este padre de familia numerosa, que adquirió una licencia hace cuatro años y medio, no oculta el agobio que le acompaña desde hace seis meses. «Entre la hipoteca de la licencia, el coche, los seguros, el mantenimiento, las revisiones técnicas obligatorias y el gasoil los gastos fijos son de unos 1.500 euros al mes. Eso sólo para poder salir a trabajar. Son muchos gastos y apenas entra dinero, así que te vas comiendo los ahorros y al final no te queda otra que pedir ayuda a la familia», expone.
Un estudio del Ayuntamiento de Málaga de hace dos años confirma que realidad de Pepe es la tónica general. En ese informe se concluía que entre la cuota de autónomo, la amortización del vehículo, el seguro del coche, las revisiones y visitas al taller, los neumáticos o el combustible el coste anual de explotación es de 16.270 euros (1.355 mensuales). Si a eso se suma la letra de quienes aún están pagando la licencia (el precio medio ronda los cien mil euros, incluido el vehículo), los números difícilmente pueden cuadrar. «A lo único a lo que aspiro es a sobrevivir. Al banco le pago 800 euros al mes. Y luego viene todo lo demás», explica José Rubén Alcoholado, que hace poco más de un año año dejó su empleo de repartidor para subirse a un taxi sin imaginar la que le venía encima.
pepe durán, 5 años de taxista en Málaga
sergio lópez, 20 años de taxista en benalmádena
Natividad fernández, 21 años de taxista en málaga
eduardo aguilera, 20 años de taxista en marbella
«Sales sin ganas, pero lo que no puedes hacer es quedarte en casa», añade Natividad Fernández, con un hijo a su cargo y 21 años de experiencia. Esta malagueña trabaja como asalariada, y es de las pocas que quedan. Si el verano pasado había en la capital unos 600 conductores contratados por los titulares de alguno de los 1.432 vehículos de la ciudad, ahora apenas son medio centenar. «Hay momentos en los que uno piensa que estaría mejor en el paro que aquí viendo pasar las horas sin clientes. Es así de triste», admite Miguel Viedma con desesperación.
«Trabajes o no, tienes que pagar las letras de la licencia, los seguros, la tasa de autónomo. Eso sólo para poder trabajar. Y luego están la luz, el agua, la hipoteca,...y vivir», afirma Iván González mostrando una chuleta que se ha preparado para cuantificar su factura mensual. En cuanto a esa imagen de que del taxi se vive bien, este malagueño distingue entre los veteranos y los que, como él, llevan menos de diez años. «La mitad de la flota somos nuevos y desde que empezamos estamos en crisis. Entre la situación económica y el aumento de la competencia de los VTC nos limitamos a sobrevivir. Cuando empecé hace 9 años tarde seis meses en hacer 100 euros en un día, y eso que mi jornada laboral era de 4.00 a 19.00 horas», relata. Ahora, alcanzar esa cifra suena utópico.
Sin turismo (cuatro de cada cinco hoteles están cerrados), sin ocio nocturno los fines de semana al estar limitado hasta la una de la madrugada y con una clientela local que se desplaza menos, en el taxi no quieren ni pensar en la palabra confinamiento. «Ya no hay ni borrachos por la calle», comenta tratando de quitarle dramatismo al asunto Enrique Albuera, que tiene 62 años y lleva en el gremio desde 1983. «Hemos sufrido crisis gordas como la de principios de los 90 o la de hace diez años, pero como ésta, ninguna. En casa ya nos hemos comido toda la reserva y no nos ha quedado otra que rescatar el plan de ahorro que mi mujer tenía en el banco para poder tirar para delante», reconoce.
Los corrillos en la bolsa del aeropuerto, que es donde aguardan su turno antes de acercarse a la parada de la terminal de llegadas, se alargan ahora una eternidad. Por suerte, siempre hay alguien que a base de bromas levanta algo el ánimo, pero después de cuatro o cinco horas esperando clientes las risas y los chascarrillos no se pueden estirar más. Un conductor, que prefiere guardar el anonimato, reconoce estar «hundido», hasta el punto de tener que acudir al psicólogo ante el drama que tiene en casa para sacar adelante a su familia. Otros han puesto la licencia a la venta para coger un buen colchón a la espera de tiempos mejores. El precio del traspaso puede variar en función del municipio y del vehículo, pero ronda los cien mil euros.
«Desde que empezó la pandemia no hay un mes que haya cubierto gastos. En verano hemos levantado algo la cabeza pero desde comienzo de septiembre hemos vuelto a caer en picado y volvemos a tirar del almacén, que cada día que pasa está más vacío», destaca Sergio López, que presta servicio desde hace dos décadas en una irreconocible Benalmádena de hoteles cerrados, restaurantes que no funcionan y calles vacías de turistas.
Tampoco es mejor el panorama en el resto de la Costa del Sol. Ni siquiera en Marbella, donde han desaparecido los desplazamientos al aeropuerto y a otros municipios, que son los más jugosos. «Estamos en quiebra técnica desde hace mucho tiempo, pero con este mazazo que nos ha caído no hay nada de trabajo. Por muchas horas que eches es imposible llegar a fin de mes», considera Eduardo Aguilera, que habla con el peso que le dan 20 años en la carretera.
No es precisamente el único que así lo piensa. «Estás todo el día en la calle y como mucho haces 70 euros, pero luego te tiras tres días sin trabajar porque se ha reducido la flota para repartirnos lo poco que hay. Con eso, ¿cómo pagas los gastos fijos del coche y los de la casa?», se pregunta Juan José Palomo, para luego pedir con vehemencia a las administraciones una mayor implicación con un sector que «está agonizando».
Mientras ese llamamiento llega, los taxistas de la capital han acordado esta misma semana plantear al Ayuntamiento quitar más coches de la calle. De lunes a viernes sólo saldrán tres de los nueve turnos en los que están divididas los 1.432 licencias, y los fines de semana únicamente dos (320 coches). Peor será en el aeropuerto, dónde se han hecho otros nueve subgrupos. El resultado es que cada día habrá 80 coches, así que la rotación se amplía y cada taxista irá una vez cada 18 días.
juan josé palomo, 35 años de taxista en Málaga
iván gonzález, 9 años de taxista en málaga
ismael fernández, 3 años de taxista en málaga
josé rubén alcoholado, 2 años de taxista en málaga
Uno de los últimos en incorporarse a la flota en la capital es Francisco José Cano, un perito industrial de 34 años que ante la falta de oportunidades laborales se asoció con su hermano para, con la ayuda de sus padres, comprar una licencia a finales de enero. «Todas nuestras expectativas han quedado destrozadas», se lamenta este joven que, al menos, cuenta con el refugio de sus padres: «Sin ellos, sería imposible. ¿Ahorrar y poder independizarme? Ni de lejos, y viviendo con miedo porque no sabes cómo va a acabar esto».
Quien sí que tiene familia es Iván Díaz, a quien la pandemia también le ha dado una bofetada apenas dos años después de comprar una licencia y, un año más tarde, invertir otro buen pico en cambiar el coche porque el que iba ligado a la autorización municipal empezaba a dar problemas. «Trabajando dos o tres días a la semana, y sacando cada uno de ellos menos de 60 euros no hay manera. Tengo dos hijos, de 7 y 3 años, y a esas edades todo el dinero que le eches es poco», resalta.
No llegan cruceros, el AVE viene medio vacío y la joya de la corona, que era el aeropuerto y garantizaba una paga extra en una semana, ofrece una estampa desoladora. Nada que ver con el trajín de antes. «El día que nos toca aquí empezamos a llegar a las 4.30 de la mañana y nos vamos a casa a media noche después de haber cargado tres o cuatro veces como mucho, y además con trayectos cortos porque no hay turistas. El año pasado por estas fechas hacíamos un mínimo de 15 viajes y la mayoría a otros municipios», trata de rememorar Ismael Fernández. Tan cerca en el tiempo y tan lejos de una realidad dramática para el sector y cuyo futuro a corto plazo no es precisamente halagüeño.
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