![El taller de costura y apoyo mutuo del Molinillo que necesita fondos para sobrevivir a la primavera](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2024/02/16/generaldos-kqaE-U2101537831136NDH-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
![El taller de costura y apoyo mutuo del Molinillo que necesita fondos para sobrevivir a la primavera](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2024/02/16/generaldos-kqaE-U2101537831136NDH-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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En una de las calles del barrio del Molinillo despojada de actividad comercial y, por tanto, también de la vida y del bullicio ligado a las compras, hay un local del que se escapan fragmentos de conversaciones, risas y el crepitar de máquinas de coser. Cualquier día sus moradoras, de todas las edades, de múltiples nacionalidades y con pasados de lo más variopintos, podrían hasta sacar las sillas a la puerta para ponerse a coser a la intemperie. Se ven tentadas a hacerlo. No lo descartan. Pero el sol por la mañana pega fuerte incluso en el invernal mes de febrero, y esa zona -aprovechan para lamentar- tampoco tiene muchos árboles que puedan dar algo de alivio con su sombra. Es un taller de costura donde se aprende a coser y también a hacer patrones, es decir, a diseñar. De hecho, comercializan las prendas de ropa y los bolsos de tela que producen y que ya tienen su propia marca: Retahíla (@_retahila_ en Instagram).
Además, algunas de las más de veinte participantes ambicionan o dar el salto a la Escuela de San Telmo para tener formación reglada o crear sus propios diseños con su firma para venderlos a través de las redes sociales -alguna ya ha hecho sus pinitos-. Aunque en este taller de capacitación promovido por la Asociación Aspa -donde también se pueden adquirir las creaciones- no sólo aprenden costura, también crean comunidad, es un lugar para el apoyo mutuo donde hacerse confidencias, desahogarse, llorar y reír con las cosas del día a día y también para incidir en el autocuidado y alimentarse unas de otras en esta eclosión de conciencia feminista.
Si de la definición del Diccionario de la Real Academia no se desprendiera el carácter despectivo atribuido al término y si en este espacio no participaran un par de chicos, un refugiado ucraniano, por ejemplo, zapatero en su país que quiere reciclarse a trabajador del sector textil en España, podríamos definir el lugar como un gineceo, ese «sitio en el que solo hay mujeres» o esa «zona de la casa reservada para habitación de las mujeres», para sus confidencias, para sus inquietudes, para sus problemas ligados al mero hecho de ser mujeres.
Cuando SUR irrumpe en el taller una mañana de esta semana hay algo más de media docena de mujeres de edades diversas y distintas procedencias trabajando, guiadas por Ainara Espina, la monitora titulada tanto en psicología como en diseño y moda, y acompañadas además por Teresa Pozo, la trabajadora social que diseña los proyectos sociales -este taller es uno de ellos- que ampara la Asociación Aspa, que tiene su sede en la acera de enfrente y que capitanea el veterano activista y luchador por los derechos humanos Luis Pernía, burgalés afincado desde hace muchos años en Málaga.
Precisamente, es Pozo quien comparte con este periódico la situación en la que se encuentra esta escuela de costura: a mediados de marzo se puede quedar sin la financiación que hace posible que el taller tenga continuidad, así que demanda fondos a alguno de los departamentos del Ayuntamiento -aunque probablemente no resolverá hasta el verano la solicitud que se le ha trasladado-. También solicitan donaciones a los malagueños y a las empresas textiles mientras tanto. Y, además, que la gente se acerque al taller y adquiera las hermosas creaciones de las aprendices: tienen bolsos de muchos tipos y también pantalones, camisetas, chaquetas... La iniciativa requiere apoyo porque hay lista de espera de personas interesadas en entrar a aprender en el taller y no se puede dejar en la estacada a esta gente que proviene mayoritariamente de este barrio deprimido de Málaga a la que Aspa ofrece una integración socio-laboral completa. Con más fondos, podrían participar más mujeres del proyecto y la maestra podría estar más horas enseñando.
Así que necesitan donaciones económicas, aunque también aceptan telas y todo material de mercería con que poder realizar su trabajo. Buscan, además, dar segundos y terceros usos a retales, plásticos y todo lo que se pueda coser, porque también presumen de representar la economía circular, sostenible, además de local y solidaria.
Precisamente, una de las alumnas del taller, Aurora Gallardo, de 55 años, prejubilada por enfermedad y por su discapacidad del 57%, hace las veces de comercial voluntaria, porque a esa profesión se dedicó durante muchos años -»y no era mala», dice, orgullosa-. Ella es la que consigue que muchas empresas les regalen retales e instrumental para poder coser. Como Gallardo quiere colaborar con el proyecto y no puede aportar mucho dinero, lo que sí puede hacer es usar sus dotes comerciales para que otros proporcionen material a este grupo de aprendices. Pero ella también está aprendiendo a coser y muestra, presumida, su última creación: un precioso bolso con la pintora Frida Kalho estampada.
En este entorno también multicultural, entre las alumnas se encuentra Marianela Velázquez, argentina de 27 años. Explica que se compró una máquina de coser, empezó a diseñar e incluso hasta se creó un perfil de Instagram para vender sus creaciones (Aldana Velázquez), pero otros quehaceres le llevaron a abandonar esta nueva afición. Desde hace poco, desde que entró en el taller y con el apoyo de la monitora, ha vuelto a integrar esta labor dentro de su apretada agenda, que incluye un trabajo en la hostelería en Alahurín de la Torre. Y eso que ella es asesora legal y a ello se dedicaba en su país natal: «Pero no me veía trabajando toda la vida en un despacho; siempre me he movido y no me da miedo comenzar de cero», narra. «La costura me hace feliz y hay que buscar la manera de introducir en nuestras rutinas lo que nos gusta», afirma mientras muestra la original blusa que se ha diseñado y cosido ella misma.
La situación de Tamara Gutiérrez, de 33 años, es radicalmente diferente. Vecina del barrio, por una caída que le rompió el fémur y le hizo coger miedo a andar, se mueve en silla de ruedas. El taller tiene como misión principal la de convertirse en un agente de intervención y dinamización en un barrio desfavorecido de la ciudad. Así que les gusta recibir a Tamara, cuyas necesidades se han estudiado y, por ejemplo, la capacitación que se ha diseñado para ella incluye estar matriculada en un colegio para aprender a leer y escribir. Aunque ella lo que quiere es ser peluquera. Todo se andará, porque muestra un ansia enorme por aprender. Por el momento dice que está muy contenta en el taller y se afana con la máquina de coser.
Como su compañera argentina, la que también quiere crear una firma de ropa, en este caso infantil, es Hasna Mimmi, marroquí de 44 años. Es la que provee al grupo de dulces árabes y riquísimo té de su país. «Sé coser, pero no cortar», reconoce. Y la pillamos en silencio y muy concentrada haciendo el patrón de un vestido de niña: primero, la parte de arriba, la camisilla; luego se pondrá con la falda. Para decir que no sabe muestra bastante destreza con el lápiz y el papel. ¿Qué necesitaría para emprender? Aurora Gallardo responde rápidamente, risueña, recordando a Lola Flores: «¡Una peseta de cada español!».
Entre las confidencias que capturamos se encuentra esta de Hasna: «Fíjate, mi hija dice que tiene el 'corazón partío' entre España y Marruecos, porque aquí nació, pero allí están sus orígenes...». O «toda mi vida se la conoce la monitora, Ainara, es que se lo cuento todo», comenta Tamara. «Acuérdate de pasarme los documentos que te pedí para ayudar a tu hija con lo que me dijiste», le recuerda la profe a una de sus alumnas. Ainara también confiesa que a veces no tiene manos para ayudar a todas, pero que entre las aprendices se echan una mano: tanto con la costura como con las cosas de la vida.
La granadina pero afincada en Málaga Pilar Urendes, de 52 años, autónoma en paro y sin derecho a ninguna prestación entre los males de la pandemia y el haber estado de baja, tiene una complicada situación en su casa, en la que tiene a la enfermedad mental como un habitante más. Reconoce que ir al taller la está ayudando a estar mejor de ánimo y a dejar de tomar antidepresivos. Esos ratillos que pasa entre esas cuatro paredes acompañada de esas otras mujeres le resultan más que terapéuticos. Además, comenta que se está preparando para la prueba de acceso para cursar el grado superior de diseño y moda en la Escuela de San Telmo, que tendrá lugar en primavera y que consiste en un bodegón y en customizar una camiseta. «Empecé a coser el pasado octubre. No sabía. Y eso que mi madre fue modista y mi abuelo, sastre. Pero soy muy creativa. Me gusta mucho, por ejemplo, el Sashiko, un bordado japonés. Quiero hacer creaciones también para el hogar», explica. Está ilusionada, porque después de haberse formado hace treinta años como técnica de laboratorio y haberse dedicado a las promociones comerciales o al coaching, entre otras cosas, siente que va a poder reciclarse profesionalmente otra vez y eso le hace muy feliz, le hace sentir que tiene otra oportunidad en la vida.
De hecho, además de a capacitarse profesionalmente para la inserción laboral, ir al taller de costura les ayuda también a sentirse mejor: «Estar aquí es muy terapéutico. No es que venga a contar mi vida o a desahogarme, pero me ayuda mucho a desconectar de lo que tengo en casa». «A veces vengo con mucha ansiedad, pero aquí me renuevo», añade.
Y es que este taller del Molinillo es un remanso de paz, una burbuja de armonía y tranquilidad. Y también de toma de conciencia colectiva compartiendo experiencias, adoptando hábitos saludables y de autocuidado. O haciendo de vez en cuando visitas culturales.
Por ejemplo, confiesan que allí comparten los cánticos de las manifestaciones del 8-M, como el «¡Manolo, hoy te haces la cena tú solo!»: lo corean para 'autoarengarse' y propiciar el reparto de las tareas del hogar en el ámbito familiar. No puede ser eso de cargar siempre con todo.
Ahora hay una misión muy importante que se han encomendado: convencer a una vecina del barrio que también acude al taller para que deje de hacer algo innecesario que le quita horas de sueño y mucha salud. Su marido y su hijo entran a trabajar de madrugada y ella se queda la noche en vela para despertarlos. «Ella ahora ya es consciente de la situación», afirma otra compañera: «Son dos personas adultas, se pueden despertar por sus propios medios y ser responsables de lo suyo».
Distintas edades, orígenes geográficos y sociales muy distintos, pero con los mismos afanes: capacitarse, reciclarse laboralmente, y empoderarse. Por eso piden apoyo, tanto a las instituciones públicas, para que continúen subvencionando el proyecto, como a las empresas, para que realicen donaciones de material, así como a los vecinos de la ciudad, para que organicen un día de compras por allí, presencialmente, o por internet.
(Se pueden hacer donaciones al Proyecto Retahíla a través de este número de cuenta: ES57 3183 1400 5510 0331 7920).
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Cristina Vallejo, Antonio M. Romero y Encarni Hinojosa | Málaga
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Paco Griñán / Alba Martin Campos | Malaga
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