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Ilustración creada para representar la irritabilidad que impera en la sociedad actual. Adobe Stock
La sociedad cabreada: un viaje a la burbuja de nuestra irritabilidad

La sociedad cabreada: un viaje a la burbuja de nuestra irritabilidad

Insultar, no aceptar opiniones contrarias, deshumanizar e instalarse en la queja marcan el sentir del momento

Sábado, 14 de septiembre 2024, 00:51

Quien quiere saber cómo es el sentir de una sociedad, debería indagar en la sección de comentarios de cualquier periódico. Las expresiones y las opiniones de los usuarios que se vierten a diario son un pequeño microcosmos de lo que es el ánimo del país. También puede entrar en el vagón de un cercanías abarrotado y palpar el ambiente que reina en su interior. José López lleva más de 30 años de controlador en Renfe: «La irritabilidad ha aumentado de manera notable».

Nombra un ejemplo. Cuando José animó a un viajero a mostrarle su billete este verano, éste empezó a gritarle sin razón alguna. «Me llamó racista, algo que me afectó mucho. Racista no es una expresión inofensiva». En los últimos diez años habría detectado un tono más agrio y una actitud más egoísta. «Cada uno mira por su ombligo», afirma.

Algo parecido señala José Luis Rodríguez, que lleva casi 20 años trabajando como enfermero en urgencias. Alguien podría pensar que a los sanitarios como él se les recibe con aplausos, al estilo de los bomberos en las películas americanas. Al final, contribuyen a salvar vidas. Pero cuando Rodríguez o alguno de sus compañeros salen a atender a una persona en una situación de emergencia, ni se sorprenden si reciben amenazas. «Más rápido, gilipollas, que va a morir», son frases que tienen que aguantar. En ocasiones, estas agresiones también pasan del plano verbal y desencadenan un ataque físico.

¿De dónde viene esta irritabilidad? ¿En qué momento nos convertimos en seres que gruñen, ladran o muerden? ¿Este comportamiento tiene que ver más con una rebaja generalizada del respeto hacia otras personas y opiniones distintos o, simplemente, tiene un altavoz en las redes sociales que antes no tenía? Después de indagar la opinión y las reflexiones de varios expertos, no hay una sola razón que explique la sociedad enfurecida del momento. Más bien es un gran mosaico en el que las pequeñas piezas conforman un estado de ánimo que se descarga con gran facilidad.

Carlos Barea, psicólogo clínico, especializado en estrés y tratamientos post-traumáticos, utiliza un concepto muy descriptivo: la 'futbolización' de la sociedad. «Las tribus y los grupos siempre han existido. Pero hemos llegado a un punto en el que mucha gente solo se junta con otra que piensa igual». El resultado, precisa Barea, son sociedades que parecen encontrarse en una fase de «terquedad» presenil. Cada uno está sentado en una esquina, con los morros torcidos, y cabreado porque el mundo gira de manera diferente a la deseada por uno. El resultado es una comunicación «insolente» y de «sabelotodo».

El contexto siempre es importante para analizar cualquier fenómeno social. El actual está minado de temas controvertidos: inmigración, populismos, medioambiente, Ucrania… Un intercambio prudente de opiniones diferentes se convierte en una rareza. Cada uno permanece en una caja de resonancia que parece impermeable.

Mariela Checa es la decana del Colegio de Psicología. Lleva varias décadas analizando y estudiando el comportamiento de las personas en la sociedad. Afirma de manera rotunda que en los últimos años «nos hemos vuelto más irritables». Para la experta, hay una clara relación entre el actual comportamiento y el consumo de las nuevas tecnologías. «Han modulado a nuestro cerebro para los estímulos rápidos», sostiene. «Hay un contagio de esa inmediatez y se ha cambiado el circuito de pienso, paro y respondo a un disparo y luego si eso ya pienso».

Las redes sociales merecen una mención aparte. Arun Mansukhani, uno de los psicólogos más reconocidos a nivel nacional, confirma que «tienen una influencia en la agresividad del mundo analógico». Advierte sobre la propia naturaleza de estas redes sociales, donde los que hacen más ruido ganan más notoriedad. Calentar y no refrescar. Ese sería el 'leitmotiv' de aplicaciones como Facebook o X. Los silenciosos son pasados por alto o ni se manifiestan. Lo que cuenta son el impulso, la agresividad y el estruendo. Y eso tiene consecuencias para todos. Asusta, subraya el experto, la magnitud de personas que equiparan las redes sociales a medios de información. No lo son. «Sabemos que las redes sociales amplifican. Pero la realidad es que estamos en una posición de frustración. Hay una mayor frustración en la sociedad», concluye.

Comunicación

La complejidad de este debate exige miradas desde otros ámbitos. Las ofrece el profesor de la UMA, Sebastián Escámez, en una aproximación más sociológica, en la que pone el foco en la comunicación en sí. «El ruido es solo una dimensión del asunto. Pero hay que introducir el concepto de la democratización de la tribuna. Importa más la expresividad que construir algo», explica.

En el mundo de Internet, esto significa un intercambio desinhibido. Tendría que ver con el anonimato. La comunicación se desarrolla de manera «asincrónica», por lo que se reduce mucho el sentimiento de empatía. Escámez también insiste en una visión más «aristotélica» de la comunicación. «Ahora escuchamos mucho eso de que me tienes que respetar, mi punto de vista es válido también… Eso nos ha hecho perder el respeto por las ideas. Mire usted, todas las personas tienen el mismo valor. Las ideas, no», señala.

La irritabilidad es entonces la expresión de un nuevo orden. Adiós a los tiempos en los que imperaban pocas voces cantantes (en su mayoría, hombres). Ahora son muchas voces las que se sienten en una misma. Y todos reclaman sus derechos. Veganos frente a carnívoros, ciclistas frente a motoristas, ateos frente a creyentes... El resultado es una cacofonía que parte de esa diversidad de opiniones. En esa diversidad primaría el «yo» por encima del «nosotros».

Por otra parte, Escámdz también introduce el concepto de la «precarización» como un elemento que modula e influye en los estados de ánimo. «La precariedad es un hecho. Esto mosquea a la gente». La falta de un horizonte concreto, precisa, es una de las principales causas de las situaciones de estrés. Por último, está la salud, o más bien la «mala salud», del debate político. La figura del político, antaño una persona de autoridad, se habría devaluado. Los límites de lo que se podía decir y lo que no se han movido. Ese ninguneo del que piensa diferente tiene su reflejo en la sociedad.

Todo esto permite hacer una conclusión a la inversa. La serenidad y la calma intelectual en el debate público solo se podrán recuperar si se adquiere consciencia sobre la relatividad y la arbitrariedad de los propios puntos de vista. No es fácil y puede herir al narcisista que todos llevamos dentro. Pero parece un camino mucho más relajado.

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