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Rafa, 'sin techo' desde los 18: «Soy un guerrillero de la calle»
Especial 'Sin techo'

Rafa, 'sin techo' desde los 18: «Soy un guerrillero de la calle»

Su primera batalla fue una casa abandonada. Desde entonces ha vivido en el filo de la navaja, en un camping arrasado y en una furgoneta. Ahora, al filo de los 50, hace repaso de «los galones» que se ha ganado con la vida al raso

Miércoles, 22 de noviembre 2023, 23:43

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Si la vida perra en la calle pudiera medirse como lo hacen los militares con su escalafón, Rafa se habría ganado hace años el rango de coronel. Coronel con galones en filos de navaja. A los 18 se alistó a la primera casa abandonada y a la noche al raso. A los veintitantos iba y venía de la guerrilla de trabajos precarios y contratos que no daban para más: carpintero, jardinero, peón albañil, soldador… «Se me acababa el curro, me peleaba o lo dejaba. Y otra vez a la calle». A los 30 disfrutó de una tregua en Zaragoza en una fábrica de engorde de corderos pero aquello duró menos que una dieta milagro. Antes de los 40 ya se había recorrido España tres veces en bici buscando la bandera blanca del mar porque para él la montaña «es como un calabozo». Y ahora, con los 50 firmados en la hoja de servicio, el cuerpo le ha dicho basta y la vida le ha puesto en posición de 'firmes'.

Pero en su historia pesa más el vaso medio lleno que el vacío. Que para eso Rafa ya sabe lo que es echarle un par de galones a las cosas.

La vida al límite

«Ahora no es que viva en el filo de la navaja, es que ya me sé mover por ese filo. Ya soy coronel»

Rafa no necesita apellidos para este reportaje porque, en realidad, Rafa tampoco es su nombre. Sí lo es su cara, que devuelve la huella de la calle aunque no el castigo profundo. Es rubio y tiene los ojos claros. Tuvo que ser un tío guapo. Resultón, que dirían las abuelas. Ahora se mira en las fotos y le cuesta: «¡Uy, qué viejo salgo!».

1.551

personas fueron atendidas

este año en el Centro de atención

a personas sin hogar

‘Puerta Única’ de Málaga

37,4%

necesitó el

servicio

de mediación

intercultural

15%

requirió

atención

psicológica

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sin hogar ‘Puerta Única’ de Málaga

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sin hogar ‘Puerta Única’ de Málaga

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necesitó el servicio de mediación intercultural

requirió atención psicológica

También le cuesta llegar al principio de todo. Fijar el momento exacto en el que todo hizo crack porque, en realidad, su vida venía torcida de serie. «Nací en La Laguna, en Canarias, pero mi familia es de la Comunidad Valenciana. A mi madre le dio por irse allí para tenerme. Creo que se fue a currar, aunque nunca me contó la historia entera», divaga Rafa frente al primer bocado caliente del día. Sus recuerdos de infancia van y vienen como lo ha hecho su suerte, porque a su madre también le dio por (des)montar un hogar donde el alcohol y los golpes le hicieron mayor de repente.

—«Era alcohólica y le dio un ataque al corazón. Murió con 33 años».

—«¿Guardas buenos recuerdos con ella?»

—«Lo que recuerdo son las peleas con mi padre cada vez que ella iba muy bebida. Las botellas volaban y todas las paredes estaban marcadas. A mí me pillaba en medio, en el sofá viendo la tele. Y mi hermano en la cuna llorando. Vamos, lo típico de un matrimonio marginal», resume Rafa como si contara la historia de otro.

Como si contara la historia de otro. «Es que yo ya la lloré bastante. Hasta que me di cuenta de que un muerto no vuelve a la vida». También se dio cuenta de lo que no quería. «Por eso no fumo, no bebo y no tomo drogas. Lo hago por venganza con esa parte de mi pasado», añade Rafa con la rabia de quien estampa la colilla del último cigarro en el cenicero y se dice 'ya he tenido bastante'. Pero lo piensa y añade: «Que no es que yo sea un angelito ni perfecto, pero en la calle se viven historias complicadas (...). Ya probé todo eso y me di cuenta de que ése no es el camino. No quiero verme en ese lugar».

Por edad

28,5%

Entre 18 y 35 años

46,8%

Entre 36 y

55 años

24,6%

Más de

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El lugar donde está ahora no es mejor, pero al menos ya se ha acostumbrado. También ha hecho las paces con su biografía, aunque las cicatrices, como en la guerra, siempre quedan por dentro. Sin contacto con su padre biológico, cuando la madre de Rafa murió, él y su hermano pequeño se fueron a vivir con su abuela a Castellón. La buena mujer hizo lo que pudo. «Es que la vida de un adolescente no casa mucho con esa forma de vida», se justifica Rafa, que en cuanto pudo se independizó en una casa abandonada. Con su hermano, que nació con una discapacidad y vive en un centro asistencial en la zona de Levante, habla una vez a la semana. Es la única familia que le queda. O al menos con la que tiene contacto. Del resto no quiere saber nada.

—«¿Él sabe que vives en la calle?»

—«Sí, porque se lo digo. A veces tengo la sensación de que me mira un poco por encima del hombro porque él está en mejor situación que yo, pero yo le dejo que se exprese. No se lo tengo en cuenta».

Las primeras noches en la calle

«Recuerdo que lloraba mucho»

Rafa está cómodo hablando. Casi agradece el foco que lo ha sacado de la penumbra y la rutina aunque sea por unas horas. Este jueves se celebra (¿celebra?) el Día Europeo de las Personas Sin Hogar y su historia es una más en el inmenso grupo de los cerca de 400.000 que, como él, perdieron el techo y el suelo en la Europa de las oportunidades. Paradojas de la estadística, es como si todos los habitantes de Islandia se quedaran sin hogar. Ellos, que contemplan en estos días espantados cómo un volcán amenaza con partir en dos parte de su isla, de sus casas y de sus vidas.

Más de la mitad de las personas

sin hogar son extranjeras

48%

Españoles

20% África

52%

14% América

Extranjeros

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sin hogar son extranjeras

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Más de la mitad de las personas

sin hogar son extranjeras

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Extranjeros

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En realidad, el momento justo en el que te ves en la calle se parece bastante a un río de lava bajo la tierra que va quemando hasta que en un último zasca lo arrasa todo a su paso. Se ve venir, pero no avisa.

Las primeras noches en la calle también arden.

Acostumbrarse al raso

«Llega un momento en que la mochila pesa tanto con tus miserias y tus penas que te paras y decides cambiar»

Rafa no ha olvidado la suya. «Tenía 18 años. Fue en una casa abandonada y no tenía ni idea de dónde coger la comida, la luz, el agua… No sabía qué iba a ser de mí. Era muy patoso, lloraba mucho. Me movía sin parar: de un sitio a otro, de un sitio a otro (...). Te das cuenta de que vives en la calle y de la mochila que llevas a cuestas. Llega un momento en el que pesa tanto que no puedes más, y es ahí cuando paras y cambia tu actitud, porque yo siempre me he movido en el filo de la navaja. Ahora sigo en el borde del abismo, pero he aprendido mucho, ya tengo galones».

De soldado a coronel con galones en filos de navaja.

En el escalafón de las personas sin hogar también hay categorías. Los servicios sociales distinguen entre sin techo, vivienda inadecuada, vivienda insegura, sin vivienda pero con recursos y sin vivienda y con pocos recursos. Rafa está entre los primeros, pero su perfil tampoco responde al usuario habitual sino al escaso cinco por ciento del total a los que atiende la Unidad de Calle: «Son personas que no quieren recursos, ni albergues, ni nada. Quieren vivir a su aire y hay que respetarlos. En servicios sociales les hacemos seguimiento por si necesitan algo o se ponen malos», explica Paco, técnico en el servicio municipal que conoció a Rafa hace más de diez años. En este tiempo se ha convertido en uno de esos lugares seguros y de confianza cuando todo falla. También para las otras personas que duermen cada día en las calles de Málaga: unas 200, según los últimos datos de Cáritas. 70 más que el año pasado. Que se dice pronto.

Rafa y Paco han vuelto a verse esta mañana. La última asistencia, quitando la puramente humana de darle una vuelta cada dos semanas para ver si está todo en orden, fue para procurarle unas gafas y un medicamento contra el colesterol. Quitando eso, «es una persona completamente autónoma». Los servicios sociales también le gestionaron, después de la pandemia, la prestación del Ingreso Mínimo Vital, y con esos 500 y pico euros ha conseguido dar un salto importante: del último escalón, al penúltimo. A cambio, tiene que informar de sus condiciones de vida, hacer la declaración de la renta -que por supuesto sale a cero- y sellar el paro cada dos o tres meses. «Lo que me dan lo invierto en alimentos y en mejorar un poco mis condiciones de vida», celebra Rafa, que recibe a Paco con sonrisa de domingo en los alrededores del aeropuerto, donde vive desde hace unos cinco años.

De Zaragoza a Málaga

«Viviendo en la calle no se puede tener pareja»

Entre los dos hacen memoria y repasan todos y cada uno de los lugares en los que ha vivido desde que llegó a Málaga. De aquello hace unos doce años. Pero también están los de antes. Si hay algo que llama la atención en el discurso de Rafa es que no mide el tiempo. Mide zonas de paso. Una de las más importantes estuvo en Zaragoza: allí consiguió estabilizarse gracias a un empleo en una empresa de reciclaje, pero no tardó mucho en caer del otro lado.

Allí también tuvo la única relación afectiva de la que habla. O, al menos, que quiere recordar.

«Sí, sí, pero salió mal», revienta haciendo 'spoiler'. «Me pegué tres años con una mujer que tenía un crío, pero cuando la burbuja del año 2008 se vino abajo y me quedé sin trabajo, ella me dijo: 'Aquí ya no puedes pagar facturas'. Y se buscó a otro». Y ya.

—«¿Y no has tenido otras relaciones?»

—«No he querido saber nada de las mujeres (...). Viviendo en la calle no se puede tener pareja, no voy a arrastrar a una mujer a la mala vida. ¿Que me gustaría? Sí, pero párate a pensar. ¿Tú saldrías con un tío que vive en la calle? ¡Todo es pura inestabilidad!».

—«¿Tampoco sexo?»

—«Nooooo (risas). Ni en la calle ni en prostíbulos. No me gasto en sexo nada, ni harto de vino. Es la peor inversión que puedo llegar a hacer. ¿Qué te parece?».

—«Que asunto zanjado».

Y bicicleta, carretera y manta. Fue así como llegó a Málaga. También aquí cuenta el tiempo por zonas de paso: vivió el camping abandonado de los Baños del Carmen, en la playa de Sacaba, en una furgoneta aparcada en un polígono y, ahora, en un terreno que pertenece «a unos inversores de fuera» y donde está de okupa «pero consentido». «Eso es importante, ¿eh? Okupa real, de sitios abandonados, no de casas que la gente está pagando».

Una de cada cuatro

personas atendidas fue mujer

27%

73%

Una de cada cuatro

personas atendidas fue mujer

27%

73%

Una de cada cuatro personas atendidas fue mujer

27%

73%

Una de cada cuatro personas atendidas fue mujer

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Ahí, en la parte de finca que le permiten utilizar, se construyó una autocaravana y ahí, por ahora, es donde quiere dejar de contar el tiempo por zonas de paso. La otra medida, la de la soledad, hace tiempo que dejó de contarla. La asume como esa compañera pegajosa de viaje que no se va ni con agua caliente. La soledad, a él… Es como si a Noé le vinieran a hablar de diluvios.

—«¿Ahora estás bien?»

—«Ahora estoy tranquilo. Demasiaaaaaaaaado».

Rafa arrastra mucho la a, pero también la (mala) experiencia suficiente como para saber que «lo de ahora» es un pequeño ascenso en el escalafón de la calle. Y echa cuentas: «En los Baños del Carmen vi lo más bajo de los seres humanos; Sacaba estaba lleno de mierda y en la furgoneta pasé el peor año de mi vida». Así que ahora, en el terrenito donde ha instalado la autocaravana de madera que se construyó en dos semanas, se siente capitán general. «Dame medios, déjame que rebusque en la basura y te hago un palacio».

Huerto urbano y energía solar

«Todo lo he aprendido solo»

Un palacio no, pero en ese puñado de metros cuadrados de terreno y de techo, Rafa ha conseguido poner en práctica todo lo que ha ido aprendiendo por Internet para ganar en «calidad de vida». «Y todo he hecho solo», dice entrando de lleno en esas cosas de las que se siente «orgulloso». Que también las hay. La primera, un huerto urbano que lo alimenta no sólo en sentido literal. «Si vieras la de horas que echo con esto y las veces que me ha salvado… (...). Empecé con unas cuantas garrafas de 25 litros cogidas de los contenedores, fui haciendo hileras y plantando cosas, me salían bien. Pero tienes que ser muy constante con el riego, con el viento o con las plagas».

Con lo esencial a cuestas

Bomba para

inflar las ruedas de

la bicicleta

Detergente

para la ropa

Guantes

de bici

Casco de

bicicleta

Gafas

de sol

Martillo

Navaja

multiusos

Rueda

de bicicleta

de repuesto

Chaleco

reflectante

Parches

para

pinchazos

Con lo esencial a cuestas

Bomba para

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Detergente

para la ropa

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bicicleta

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de sol

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Detergente

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bicicleta

Gafas

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Chaleco

reflectante

Rueda de bicicleta de repuesto

Martillo

Parches para pinchazos

Navaja

multiusos

Con lo esencial a cuestas

Detergente

para la ropa

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Bomba para inflar las ruedas de la bicicleta

Casco de

bicicleta

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de sol

Chaleco

reflectante

Rueda de bicicleta de repuesto

Martillo

Parches para pinchazos

Navaja

multiusos

Luego llegó la energía fotovoltaica. A Rafa se le ilumina la cara cuando le da al interruptor de esa pequeña conquista. «También lo aprendí solo», insiste por si no queda claro y luminoso como el interior de su caravana. «Si rompía una cosa, la estudiaba en Google y la volvía a comprar. Y probaba hasta que me salía». También habla con soltura de la energía eólica. No lo hace a fogonazos. Cuando arranca es como un huracán de terminología técnica que a cualquiera le sonaría a chino pero que él ventila con una seguridad asombrosa: «Tengo un aerogenerador y eso me ayuda por las noches, cuando hace aire, porque carga las baterías». Ahora tiene placas pequeñas y ahorra para las medianas. A razón de unos 40 euros al mes. Para el verano, calcula, podrá comprarlas.

Pequeños lujos

«Lo que más echo de menos es tener una lavadora y una ducha con agua caliente»

—«¿Qué tienes en la autocaravana?»

—«La emisora de radio, la tele, el móvil, la luz, la despensa y una cama con un baúl (...). Y fuera, la nevera».

—«¿Y qué echas de menos?»

—«¡Uy, el agua caliente y una lavadora!».

Responde rápido, como un niño que pide por carta a los Reyes. Mientras, se conforma con calentar el agua para ducharse en invierno y con la lavandería de la gasolinera cercana, donde va a lavar la ropa una vez al mes. «Cinco euros por cada lavado de ocho kilos». Escuchándolo, que llegue la lavadora es cuestión de tiempo. Por ahora, apaga esa conversación.

La calle, un sitio hostil

«Si la gente no te conoce, te señala»

La cama con baúl. Allí dentro, Rafa guarda uno de sus tesoros más preciados y útiles para «combatir en la primera línea de calle como guerrillero». «Allí guardo mi traje de combate y el casco». Silencio. Y sigue: «Cuando vives al raso estás expuesto al peligro permanentemente. En un banco, en un cajero, en un parque… Conozco a gente a la que han hecho daño, ¡a la que han quemado!».

No deja tiempo para la siguiente pregunta. Si los huertos urbanos y las energías le apasionan, la seguridad le obsesiona:

«No, no, a mí eso no me ha pasado porque yo aprendí a esconderme viendo tácticas de combate día a día. Soy consciente de que estoy en primera línea de tiro y que puede pasar cualquier cosa en cualquier momento y sin que te des cuenta. Y cuando pasa un día y otro, un año y otro… lo conviertes en un estilo de vida. No es el mejor y sé que la calle no es un hogar, pero ya es una zona que puedo llevar».

También lleva como puede la mirada de los otros. Los 'uy, niño, apártate que ese señor va muy sucio». La duda y el prejuicio. Y hasta el algo-habrá-hecho-para-acabar-así.

La mirada de los otros

«No me señales con el dedo. Primero, conóceme, acompáñame y entiéndeme»

—«¿Te miran mal?»

—«Me miran raro y me señalan con el dedo. La gente que me ve así, mal vestido y desaliñado, me rehúye. Sin embargo, cuando tratan conmigo, dicen que no tiene nada que ver la imagen que doy con cómo soy. ¡Eso digo yo! Cuando me conozcas, si realmente no cambias de opinión con respecto a lo que has visto de mí, te dejo que me señales. Hasta entonces, no lo hagas».

No señales.

Rafa lo cuenta bajito. Suelta la reflexión en la cola del súper donde va a menudo a comprar el pan. Espera su turno y se queda quieto. Extraña observarlo tan callado. Extraña observar cómo algunos lo miran. Que en la calle se mueve como pez en el agua, pero es sacarlo de ahí y se ahoga.

El futuro

«Me gustaría tener lo suficiente para vivir en el extrarradio. No soy de piso, no me gustaría dejar mis cosas»

Al salir, alcanza su bici como quien llega a la orilla. «Venga, pa casa», respira. Rafa sigue sin medir el tiempo, pero tiene suficientes tiros en las alforjas para saber que se tiene que plantear un plan B si le falla ese terrenito con autocaravana. «¿Que qué me ayudaría a salir de esto? ¡Un trabajo y un sueldo de 1.500 euros!, ¿he sido claro?». Se ríe y echa el freno: «Al menos poder ahorrar, cambiar mi equipo de energía, comprar unas baterías buenas y buscar una zona en el extrarradio». Que el cuerpo hace tiempo que le dijo 'basta'. Que rompa ya filas. Y que descanse.

Créditos

  • Narrativa Sara I Belled y Encarni Hinojosa

  • Texto Ana Pérez-Bryan

  • Audiovisual y fotografía Daniel Maldonado

  • Infografía Encarni Hinojosa

  • Maquetación Belén Almendros

  • Desarrollo Denise Lugones y Javier López

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