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Las marcas no son algo de ahora, ni mucho menos. Al menos, hay constancia desde el siglo XVIII de que estas ya son importantes en ... los productos estrella del momento, y el vino es de los más demandados. Las empresas con frecuencia se vinculan al territorio como signo de calidad y distinción. Y así surgen marcas relevantes, que otras regiones se dedican a imitar. Aparecen etiquetas que venden elaboraciones «tipo» o «al estilo» de los grandes productores. La expansión del comercio mundial multiplica este fenómeno de la imitación y el fraude.
El reconocido experto José Manuel Moreno Ferreiro acompaña a SUR durante una visita al Museo del Vino (plaza de los Viñeros, 1, en la zona de Carretería de la capital). El que ha sido secretario general durante más de 30 años del consejo regulador de las denominaciones de origen Málaga, Sierras de Málaga y Pasas de Málaga –ya retirado– actúa como guía y portavoz con motivo de una efeméride muy especial: este año se cumple un siglo desde que el nombre de la provincia se convirtió legalmente en la marca colectiva y patentada de sus bodegueros.
«Tenemos antecedentes muy importantes de lo que era un vino Málaga», relata. En el año 1792 aparece uno de los libros más interesantes de este mundo que existen en España, y que fue escrito por Cristóbal de Medina Conde, «aunque como estaba proscrito lo firmó su sobrino, Cecilio García de la Leña». Aquel tomo se tituló: Disertación en recomendación y defensa del famoso vino malagueño Pero Ximen, y modo de formarlo.
Y como empieza el texto, ya deja clara la situación que se vivía hace más de dos siglos: «Un rumor o mala voz se ha extendido en el reino de Francia, de que los vinos de Málaga se elaboran con mixturas... Ya en esa época hay una necesidad de protegerse frente a las imitaciones y el fraude», relata Moreno Ferreiro.
Durante el siglo XIX el fenómeno se dispara. Contra esta situación luchan estamentos como la Hermandad de Viñeros, que controlan y certifican sus productos, que se exportan a medio mundo a través del floreciente puerto. Pero durante el reinado de Fernando VII estas instituciones desaparecen y, como consecuencia, se vive una explosión incontrolada de productores y de vinos «random». «La imitación llega hasta el extremo de que se publican libros que explican cómo hacer vinos de Málaga... Sin utilizar ni una sola gota del auténtico», exclama Moreno Ferreiro.
Málaga es ya una denominación histórica mundialmente conocida, y por eso se coloca entre las más impostadas, junto al Jerez, el champagne, el Oporto y el Madeira, entre otros. En ese escenario, algunos bodegueros se preocupan por proteger sus productos frente a la competencia, y se crean las primeras asociaciones gremiales de criadores de vinos.
La dinámica imitadora no es exclusiva de los otros, sino que también en Málaga se hacen, por ejemplo, caldos al estilo de Oporto; y vermú, «como el de Torino». «En el mundo del vino, siempre ha habido una vinculación con el origen, con la tierra».
Pero el estilo Málaga se copia en muchísimas regiones del mundo. De manera que a finales del siglo XIX, la magnitud del problema, unido a la nueva conciencia que trae la revolución industrial y los inventos, llevan a la aparición de la propiedad intelectual.
La provincia tiene un vínculo ancestral con el vino. José Manuel Moreno Ferreiro, reconocido especialista, explica que siempre se había creído que lo trajeron los fenicios, si bien recientemente se ha descubierto que en los sustratos de las cuevas de Menga, en Antequera, ya hay restos de este.
El concepto de procedencia de origen también es muy antiguo. Si los primeros colonizadores ya traían aquí caldos de Egipto y de Samos, en época romana se comercia con vinos elaborados en Málaga bajo este sello. La producción se mantiene durante la época árabe con el 'Xarab al malaquí', al que los poetas andalusíes dedicaron algunos de sus versos más bellos.
La gran eclosión se produce a partir de la conquista de los Reyes Católicos. El vino adquiere entonces un protagonismo como producto sagrado, unido a la misa, y ese vínculo se lleva a América y da origen a las grandes regiones productoras del nuevo continente, sobre todo desde los virreinatos de Perú y México.
En ésas, llega de América la hecatombre: la filoxera. Hasta ese momento, la provincia tiene unas 120.000 hectáreas de viñedos (ahora hay unas 4.000). «Hoy en día, el espacio productivo más grande, que es la Castilla la Mancha, puede tener unas 160.000 hectáreas»; por lo que Málaga tenía una extensión de cultivo cercana a aquella, siendo infinitamente más pequeña. Las uvas se destinaban no sólo a vino, sino muchas también a pasas y aguardiente. «La economía malagueña giraba en torno a la vid».
Se pierde entonces casi toda la producción vinícola europea y surgen graves problemas sociales: abandono del campo, hacinamiento en las ciudades, etc. Como reacción, el experto alude a un acuerdo entre los principales países europeos para reconducir la maltrecha situación, y se promueven las primeras leyes de protección de la propiedad industrial.
En el caso de España, esta se firma a principios de la década de 1900, y trae consigo la creación de la oficina de patentes... Y ahí es donde empieza y termina esta historia. La asociación gremial de Criadores Exportadores de Vinos de Málaga es la que solicita a ese nuevo organismo la inscripción de una marca colectiva, que es su principal singularidad.
«Un conjunto de bodegueros se ponen de acuerdo con unas normas y un manual de uso para solicitar este marchamo oficial: Málaga». Finalmente, en 1924 queda formalmente inscrita, por lo que este 2024 se cumple un siglo de aquella efeméride, que se celebrará con diversos actos.
Este hito es importante, porque la malagueña es una de las marcas colectivas de vino más antiguas que están patentadas en España, y de hecho los investigadores del consejo regulador no han conseguido localizar, de momento, ninguna otra de esa época. Hay marcas anteriores con este nombre o el de Jerez, pero eran acciones individuales, de una bodega en concreto.
Este es también el primer antecedente de la denominación de origen homónima, que llegó pocos años después, en 1932. A partir de ese momento, ya hay una norma que le da soporte a unos caldos con unas características que los hacen especiales y únicos. Ese año nacieron un total de 16 DO en España, todas a la vez. Y al año siguiente (1933) lo hizo el consejo regulador, al amparo del Gobierno, con una ponencia en la que se enuncia qué es un vino Málaga, dónde se tiene que producir y en qué condiciones, y que se recoge en un reglamento de 1935.
«Estamos celebrando la creación de una marca colectiva, que le da un valor especial porque requirió de un esfuerzo de unión de personas, de visión de conjunto y de valoración del nombre que se quiere proteger, que es el de la ciudad y la provincia; con esto se aprende la importancia que tiene el hecho de trabajar juntos para conseguir algo, y es muy bonito», afirma el experto. «El vino y la pasa no son algo exclusivo de las bodegas, sino que toda Málaga ha vivido de esto: es un patrimonio colectivo que construye paisajes y arquitecturas».
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