Primera semana de septiembre. Los malagueños se desperezan y vuelven a la realidad tras el sueño de agosto. Pero los estudiantes de la Uned que van a los exámenes de recuperación de septiembre –esa especie en extinción– llevan ya semanas muy despiertos y entre libros. ... Eso se les presume. En la calle Sherlock Holmes, ese cuadrilátero verde entre edificios cerca de Teatinos, jóvenes y menos jóvenes dan el último repaso a sus materias. Aprovechan sentados en los bancos que algo, poco, han bajado las temperaturas. El verano da un respiro.
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En esta escena destaca un chico que no lleva un libro en la mano. Él, Cristian, conduce un carrito de un bebé, Eloy. Esperan que la mamá del niño, Estefanía Caparrós, de 31 años, salga de su examen. Es su primer septiembre de recuperación como madre. Lleva ya doce años estudiando Derecho en la Uned, así que se puede decir que la universidad la ha visto crecer. «No conseguí entrar en la UMA y para no perder el año me matriculé en la Uned y aquí he seguido. El temario es denso, no es fácil, cada año hay actualizaciones porque la materia depende de la actividad legislativa del Gobierno. Además, siempre he trabajado en la hostelería. Y también estamos preparando oposiciones a Justicia», explica Caparrós mirando a su pareja. «Es un proceso largo, pero no me he querido rendir y voy a terminar la carrera», añade. Cristian también estudió en la Uned, pero abandonó. Ahora la pareja vuelve a compartir libros, los de la oposición. Y, también, claro, el cuidado del niño. Ya no pueden irse a la biblioteca. Y es el pequeño el que marca la rutina familiar por encima de los estudios.
Estefanía valora la flexibilidad que da la Uned, que le facilita su complicada vida, pero echa cosas en falta: «Ya que es una universidad a distancia, que da facilidades para que te autogestiones el tiempo, debería pensar más en la conciliación. También es verdad que aunque llevo doce años estudiando aquí, desconozco si hay medidas específicas para madres o para cuidadores de dependientes». Ella, madre lactante, ilustra: qué hace si las horas de examen coinciden con las marcadas para dar el pecho a su bebé. Así que reclama que puedan hacerse las pruebas de evaluación a distancia, como en la pandemia. Esa autogestión que valora Caparrós que favorece compatibilizar su vida con sus estudios tiene su desventaja: «A veces es un poco impersonal». Sonia Jerez, delegada de estudiantes de la Uned en Málaga, ella misma alumna de Pedagogía, admite que hay cosas a mejorar, como que se produzca más material audiovisual y que sea más accesible. Y en cuanto a la soledad o a la impersonalidad que acusan los estudiantes, Jerez busca que se cree comunidad entre el alumnado organizando eventos académicos y con el fomento de trabajos en grupo.
Pero es que hay quien elige la Uned precisamente por la autonomía, la independencia, la libertad, la flexibilidad y el anonimato que se le asocian. Todo eso era lo que iba buscando Julieta Fava, de 28 años, argentina que lleva tres años en España, en Málaga, justo los mismos que matriculada en la Uned. «Me gusta estudiar a distancia, la independencia, que no sea obligatorio ir a las clases, que me pueda organizar mi tiempo. Yo me preparo un calendario con los temas que me tengo que ir estudiando... aunque muy pocas veces lo cumplo. Soy muy independiente. Aunque sí, si tengo alguna duda, escribo un e-mail al profesor», explica. En su país estudiaba Ingeniería Química, pero no ha continuado aquí porque en realidad no le gustaba demasiado. En este centro cursa Psicología: le gusta mucho hablar con la gente y, sobre todo, escuchar. Ella es de las que se matricula de todo el curso, porque puede hacerlo: no trabaja; todo su tiempo es para estudiar.
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La Uned es la mayor universidad de España en número de alumnos. En total tiene 250.000 estudiantes incluyendo los centros que tiene repartidos por el mundo. En Málaga el curso pasado había alrededor de 5.000 matriculados entre los centros de la capital, Marbella y Ronda.
Y, por tanto, hay estudiantes de todos los perfiles. Luis Grau, director de Uned Málaga, aclara que el alumno tipo de esta universidad ha cambiado muchísimo: «Hace años el alumnado de la Uned se componía mayoritariamente de personas que ya poseían una titulación superior y estaban interesadas en formarse en otra área, o de aquellas que deseaban comenzar esos estudios que, en su día y por diversos motivos, no pudieron cursar. Actualmente, además, contamos con muchísima población joven, recién egresada del Bachillerato y a la que nuestra oferta formativa y nuestra metolodogía les resultan más interesantes por su situación personal o geográfica. Prefieren no tanta presencialidad y sí una semipresencialidad, que es realmente nuestro modelo». Por eso, Jerez certifica: «Ahora la Uned para los más jóvenes se ha convertido en una universidad más».
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Los testimonios recogidos por SUR acreditan esa variedad de estudiantes a distancia. Olga Bullón, de 22 años, cursa Educación Infantil tras hacer un grado superior e intentar sin éxito entrar en la UMA. «Hablo con gente que está en la universidad presencial y tengo la sensación de que lo suyo es más llevadero; en la Uned te exigen más y además te tienes que organizar tú. Yo soy muy constante, pero si eres más dispersa es difícil estudiar aquí», explica. Bullón trabajaba, pero dejó su empleo para dedicarse al cien por cien a los estudios. Es su primer año en la universidad a distancia y explica que en Ronda, donde ella vive, sólo dan tutorías en el primer curso, así que en el nuevo año echará de menos esas clases semanales y el contacto con compañeros.
África Lázaro, de 21 años, tiene una historia parecida: también es estudiante de Educación Infantil, porque no entró en la UMA tras el ciclo formativo en la misma materia que cursó en MEDAC. Y se ha dado la feliz circunstancia de que en la Uned ha encontrado la horma de su zapato: para empezar, el ciclo que cursó también era en parte no presencial, así que estaba acostumbrada a esta mecánica. Además, es deportista de alto rendimiento: juega al fútbol sala en el Atlético Torcal. «En el deporte, no sabes dónde vas a terminar, y estudiando por la Uned te puedes examinar en cualquier sitio de España e incluso del mundo. Para estar en la UMA necesitaba residir aquí», reflexiona consciente de que ha de tener un plan B para cuando se retire del deporte. Pero acusa la soledad: «Hay grupos de WhatsApp, pero no nos conocemos en persona. Se echa de menos tener compañeros de clase y hacer amistades», dice. Sobre todo si, como es su caso, viene de Córdoba.
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Es común que los estudiantes de la Uned también trabajen. Marta, de 29 años, estudia Derecho. Y sus cercanos podrían decir que qué necesidad, porque, en realidad, ella ya se ha sacado una oposición y es funcionaria de Justicia. Pero posiblemente quiera ascender. Eso sí, estudia a su ritmo: «No me he puesto una fecha límite. Tampoco tengo mucho tiempo libre».
Antonio Martín, de 39 años, trabaja como operario en una fábrica. «Intenté estudiar otra carrera en la universidad presencial, topografía, pero lo tuve que dejar y en la Uned no la hay. Así que me matriculé en Historia, que es lo que siempre me ha gustado. Quiero ser profesor, aunque sé que va a ser difícil porque hay que sacarse unas oposiciones y a mi edad, aunque tengo más determinación que de joven, también tengo menos capacidad memorística. Así que también estudio por placer y con pasión. Reconozco que leer historia me suele producir más satisfacción que ahora que hay exámenes y sufro porque tengo que memorizar por obligación», explica después de que SUR lo haya arrancado literalmente de la biblioteca donde estaba estudiando. Sin la flexibilidad que ofrece esta universidad no podría estudiar. Así, se va cogiendo pocas asignaturas por curso. Va a su ritmo. «Mis compañeros en la fábrica ven bien que estudie, porque el tiempo libre lo uso para formarme, que es mejor que irse al bar, aunque hay tiempo para todo», bromea pocas horas antes de su examen de Historia Moderna, que le apasiona, sobre todo la época del Imperio Español. Poco después tendría que presentarse a Paleografía y Diplomacia, la disciplina que estudia la documentación histórica.
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Poder medrar en la carrera profesional, tener unos estudios para el futuro, aprender por el mero placer de hacerlo... las razones de ponerse a estudiar a distancia son múltiples. Alejandro Cabrera, de 53 años, lo hace desde que hace ocho años se quedara en el paro. Trabajaba en una fábrica de cemento. En su momento estudió Ingeniería Técnica Industrial. Y tenía la espinita clavada de no haber cursado una ingeniería superior, así que en la Uned está matriculado en Ingeniería Mecánica. ¿Es posible estudiar casi por tu cuenta una carrera tan técnica? «Si tienes una base, sí. Por lo demás, en la plataforma virtual de la universidad tienes todo tipo de materiales», afirma. Con los estudios quería mejorar su empleabilidad. Pero ve que cada día es más difícil encontrar un trabajo de lo suyo. Por lo que ha terminado planteándose sus estudios como forma ampliar conocimientos. Estudia por el puro placer de aprender. Ahora es monitor de pádel, una profesión que tiene la ventaja de que le deja tiempo para preparar los exámenes. Y se ha marcado una rutina que cumple con disciplina: va a la biblioteca dos o tres veces por semana, como quien va al gimnasio, lo que sucede que en lugar de ejercitar el cuerpo –ya lo hace con el pádel–, ejercita el cerebro. Pero reconoce que ha bajado el ritmo: los primeros años, se matriculaba de cursos completos; ahora sólo de una o dos asignaturas por trimestre; calcula que a este ritmo le quedan dos o tres años para acabar. «Igual me matriculo en otra carrera después. Mi objetivo no es el título, sino ampliar mis conocimientos», asegura.
El placer por aprender es también lo que mueve a Maribel Hevilla, de 60 años, que lleva diez años cursando Estudios Ingleses (antes Filología Inglesa). Siempre tuvo el sueño de estudiar una carrera y se puso a ello cuando sus hijos se hicieron mayores. «Antes de eso no tenía la tranquilidad suficiente como para estudiar. Aunque me saqué la oposición a Correos cuando ya tenía tres hijos», cuenta. «Todos los días intento leer, escuchar y escribir en inglés. Y trabajo también la pronunciación. Nunca me veo en el nivel que quiero», afirma. Confiesa que ahora no se matricularía en Estudios Ingleses. Lo haría en Hispánicas: «Me gustan más los autores españoles y nuestra literatura. No me convence la cultura inglesa. Nosotros somos más cálidos. Pero ya sólo me quedan 66 créditos y acabo». Siempre se puede matricular en Hispánicas después. «Sí, pero es que también me gusta mucho dibujar...». Así que puede que sea con el dibujo con lo próximo que tenga que conciliar trabajo y familia.
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Verónica Arlia, de 55 años, es la síntesis de los nuevos perfiles de estudiantes de la Uned con los clásicos: a su hijo no lo cogieron en la UMA, así que se matriculó en la Uned en ADE. Ella lo acompañó. La madre sigue en la universidad a distancia, pero su hijo ha cambiado de disciplina –ahora estudia Márketing– y también de centro –ahora está en la presencial, en la UMA–. «Me cuesta trabajo estudiar aquí, porque te dejan muy sola. El primer año no aprobé ninguna asignatura, pero ya el año pasado, sí, y este, también», dice. En su país, en Argentina, se sacó el título de Bachiller, y el primer año de Contador Público, una titulación equiparable al ADE español. Pero es que hace casi 25 años, en 2000, se tuvo que venir a España. Y aquí tuvo a cuatro hijos, a los que se dedicó. Fue con la pandemia que se puso a trabajar, porque en casa hacía falta. Ahora se ha hecho autónoma en el sector de las reformas de viviendas. Lamenta las lagunas que tiene en su vida académica y laboral: «La sociedad no valora que las mujeres durante muchos años hemos hecho de todo, hemos sido organizadoras, psicólogas... de todo, porque nos hemos dedicado a cuidar a nuestros hijos y de nuestras casas. A partir de los 45 años que podemos volver, ya no nos quieren. No nos dan trabajo. Necesitamos oportunidades», reivindica. Porque nunca es tarde. Ella, tras criar a cuatro hijos, se ha hecho autónoma y universitaria, todo a la vez. Sale todas las mañanas a correr antes de las seis, ha perdido mucho peso y se siente más sana. Y desde media tarde y hasta la hora de la cena estudia. «Todo ello es un tratamiento terapéutico», sonríe.
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