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La palabra cuernos en el contexto de pareja suena como un golpe de mazo que cae desde muy arriba. Con una amplia onda expansiva tortura a los infieles y a los engañados con sentimientos negativos como estrés mental, dolor, mala conciencia, celos, rabia, amargura y, ... en el peor de los casos, con la ruina de familias enteras.
Las relaciones sexuales fuera de la pareja habitual y sus consecuencias siempre han sido un hilo conductor de la historia y de la literatura. Antaño era la lasciva esposa quien pagaba el precio de un encuentro extramatrimonial. Le esperaban repulsa, expulsión, pobreza, deshonra y, en no pocos casos, hasta la muerte física. Durante siglos, era algo que no se aceptaba por parte de la sociedad. Aventuras fuera de la pareja están relacionadas con el deseo y el placer. Nietzsche ya apuntaba que todo deseo busca la eternidad. Por ello, para Oscar Wilde, los matrimonios felices estaban compuestos por más de dos personas. Para descargar a las mujeres de culpa, se intentaban justificar la actuación de las mujeres relacionado a los hombres con actitudes machistas en las que se limitaba a tratar a la mujer como si fuera propiedad de una persona en concreto.
En la cultura occidental, estos argumentos han perdido fuerza. Las democracias liberales desplazan a la esfera privada lo que pasa en la cama. Solo en sociedades paternalistas o regímenes dictatoriales se castiga aún la infidelidad como se hacía en la edad media.
Estadísticamente, crece el número de hombres y mujeres casados que han sido infieles al menos una vez. Las mujeres, incluso, habrían adelantado al hombre en este apartado. Pero no todos buscan su suerte fuera de los estrechos límites que marca la monogamia por alguna carencia concreta. Muchos aseguran que están felices con la relación que tienen. Libre de una obediencia ante una supuesta autoridad superior, libre de imperativos morales, ¿cuáles son entonces las razones que llevan a la infidelidad?
Esther del Moral, sexóloga, expone los siguientes motivos: «En las relaciones de larga duración, una de las cosas que es imposible de sostener es la novedad. Tú puedes tener una relación de larga duración en la que tienes sexo activo con tu pareja, puedes tener un sexo en el que sientas mucha satisfacción, tener mucha seguridad… pero la parte de la novedad no hay manera de sostenerla. El buscar sexo con otra persona está muy presente en nosotros y es un activador del deseo muy potente».
Las obligaciones diarias, las preocupaciones con los hijos o el trabajo. Ingredientes que emergen como elementos que ahogan la pasión entre dos personas. Sobre todo, una vez que se ha superado la fase del enamoramiento. Cuando la embriaguez de los sentimientos se diluye, se abre el campo a buscar fuera lo que uno cree no tener entre las cuatro paredes. Aquí surgen, aseguran los expertos, los deseos de mantener unas relaciones sexuales más pasionales.
«A veces, buscamos fuera una vivencia, no solo de contacto sexual, sino una manera de vincularnos con otra persona de manera diferente a lo que lo hacemos con nuestra pareja», señala Del Moral. La sexóloga también hace referencia al estado de enamoramiento inicial y lo compara con una «enajenación». «Ni tú eres la misma persona que siempre ni la otra persona lo es. Los dos están dando la mejor versión de sí mismo», añade.
La rutina, precisa, sería imprescindible y ayuda a sobrellevar el día a día. La certidumbre, saber lo que viene, hace que las personas ahorren energía. Pero eso, lógicamente, no es algo excitante. Sobre todo, en algo como el sexo, donde están presente todos nuestros sentidos. Un mundo más cercano a lo animal, un condicionante básico para el deseo carnal y para desactivar las señales que emite la razón.
En el ensayo 'Parejas y rupturas en la España actual', el sociólogo de familia Luis Ayuso expone otros argumentos que están relacionados con la transformación del concepto de pareja. «Uno de los cambios más significativos se refiere a que, tradicionalmente, la pareja se formaba sobres cuestiones objetivables, visibles ante terceros y alrededor de la cual se institucionalizaban las relaciones entre los sexos. En la actualidad, en cambio, la importancia la adquieren los elementos subjetivos, emocionales y comunicativos, con una menor necesidad de aprobación social», asegura.
Siguiendo esta línea, Ayuso detalla que el «tipo ideal de pareja clásica que surge en la modernidad se refiere a la unión de dos personas (monógama), principalmente un hombre y una mujer, vinculados por un ethos de amor romántico que da sentido a la relación (...). Sin embargo, este tipo ideal se enfrenta actualmente a diversos debates a partir de las tendencias de la nueva sociedad digital», detalla.
La digitalización emerge como herramienta de ayuda. Aplicaciones como Tinder u otras, que canalizan de manera directa deseos e intereses concretos, hacen que sea mucho más fácil romper el marco tradicional. Ser infiel ya no significa ser un apestado en la sociedad. Hay otro elemento que ha aumentado el riesgo de perder a la pareja. Con la mujer adaptada al mundo laboral, el matrimonio pierde, en parte, la función de seguridad que atesoraba antes. La cadena de dependencia que establece el reparto de roles de antaño se ha roto.
Elisa Godino, terapeuta de pareja con una consulta en Málaga, relaciona la infidelidad con el «tipo de apego que hemos tenido con nuestros cuidadores de pequeños». «Si somos de un apego más ambivalente, necesitamos sentirnos muy conectados con la otra persona. Si tenemos carencias y no nos sentimos importantes o atendidos, podemos buscar eso fuera», añade.
En el plano sexual, asegura que las parejas con más seguridad en sí mismas y confianza pueden hablar de manera abierta sobre el tema para «tratar de reforzar los vínculos sexuales» y evitar entrar en un desapego sexual.
En una relación de pareja, sentencia Godino, lo que marca todo son los códigos que se han marcado entre los dos. Si se opta por una relación monogámica, la infidelidad «es uno de los peores traumas que puede haber porque es provocado por una de nuestras principales figuras de apego». «Superar esa situación de infidelidad requiere en muchos casos de ayuda porque nuestro cerebro se queda estancado en ese trauma y eso no ayuda», dice.
En este contexto, se podría evitar mucho sufrimiento el deseo puntual por otra persona se identifica más como un alborotador al que se aprende a controlar. El sexólogo Arun Mansuhkani recuerda que la fantasía casi siempre suele superar la realidad. El deseo está basado en la percepción idealizada del otro que luego no se suele refrendar.
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