Cuando el padre se suicida: «Lo más difícil es gestionar la sensación de abandono»
Hilaria Bernal ·
«Si hubiera habido una sanidad mental pública buena, mi padre estaría vivo y no nos hubiera complicado tanto la vida», lamentaSecciones
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Hilaria Bernal ·
«Si hubiera habido una sanidad mental pública buena, mi padre estaría vivo y no nos hubiera complicado tanto la vida», lamentaLa última vez que Hilaria Bernal vio a su padre con vida tenía 14 años. Le dio los buenos días antes de ir al instituto. Cristóbal, que entonces tenía 50 años, no le contestó. Probablemente, sabía que no se iban a volver a ver. Horas ... más tarde, un profesor avisó a Hilaria para que saliera en mitad de clase. En la puerta, un vecino la estaba esperando. «Sabía que algo había pasado con mi padre», recuerda esta torremolinense que ahora tiene 24 años. Cristóbal se ahorcó en el piso familiar. ¿Qué provoca un suicidio en los que quedan atrás? ¿Cómo es la vida después?
Hilaria atiende a SUR en la sede de Alhelí, la asociación que ayuda a personas que han sufrido un suicidio en su entorno. Ofrece un testimonio sin odio, con una tristeza que va y viene, y sin ganas de renunciar a ser feliz en la vida.
-Su padre murió con 50 años. ¿Qué tipo de persona era?
-Mi padre tenía un trastorno de personalidad múltiple. Eso, al final, repercutía en su carácter. No quiero decir que no era una persona normal, porque ese no es el apelativo correcto, pero las cosas no las veía como podían ser sino como él interpretaba que eran. Yo tenía nueve años cuando empecé a percibir que hay algo extraño.
-¿Cómo recuerda su niñez? ¿Él estuvo presente?
-Él estuvo presente y, a la vez, no. Trabajaba en la obra y pilló los buenos años del boom. Echaba muchas horas y cuando llegaba a casa, yo solía estar en la cama. Pero él hacía por tener momentos conmigo. Nos íbamos los sábados a Málaga. Si venía una fragata de no sé qué al puerto, íbamos al puerto. Si había una exposición de no sé qué en el museo, íbamos al museo. Sé que era su manera de vivir experiencias conmigo y esos momentos los guardo con gran cariño.
-¿Hubo un detonante?
-El problema vino en 2007. A mi padre lo prejubilan por incapacidad. Tenía muchos problemas de espalda, tenía siete hernias y sufría mucho dolor. Pero apenas tenía 45 años. Esa jubilación prematura fue lo que le mató, lo tengo clarísimo. Empezó a sentir que no servía para nada.
-Volvamos al día del suicido.
-Fue un 5 de junio de 2013. Mi padre ya llevaba unas semanas mal. Recuerdo que estaba enfadada con él porque la situación en casa era muy dura. Con 14 años, por mucho que quieras, no tienes la madurez para entender que tu padre no está sano a nivel mental. Le di los buenos días porque yo siempre le daba los buenos días, aunque estuviera enfadada con él. No me contestó. Otras veces, cuando eso pasaba, yo me volvía a él y se los daba de nuevo. Esa vez, no. Me fui para el instituto. En el momento en el que me sacan un poco antes de clase y vino mi vecino a por mí, sabía que algo había pasado. Cuando le vi la cara a mi madre, supe lo que había pasado.
-¿Qué sintió en ese momento?
-Aunque suene duro, tras el primer shock, sentí que por fin empieza mi vida. Llevaba más de siete años en los que yo no podía tener una vida normal. Convives con una persona que está sufriendo y que está hundida en un pozo. Él necesitaba ayuda y nosotros intentamos buscar esa ayuda. Pero, al final, todo era privado. Una familia… mi padre albañil y mi madre limpiadora no se lo podía permitir.
-¿Se ha sentido alguna vez mal por esa sensación de alivio que describe?
-No. Al final, mi padre no estaba bien. No era feliz y nos hacía sufrir mucho. Cuando tú quieres a una persona y la ves así, sufres muchísimo por ella. Yo no tuve una adolescencia. Nunca sabía lo que me iba a encontrar al llegar a casa.
-La pregunta de si se podía haber evitado. ¿Cuántas veces se plantea?
-No me la he planteado porque sé que se podía haber evitado. El problema principal de mi padre, lo que agravó todos los problemas, fue el hecho de sentirse inútil para la sociedad. Si hubiera habido una sanidad mental pública buena, él estaría vivo y no nos hubiera complicado tanto la vida.
-¿Qué consecuencias tuvo el suicidio para el entorno familiar?
-Recuerdo la presión que se posó sobre mi madre. Como ahora era viuda, tenía que guardar la viudez. No le concedían la libertad de hacer su vida. Por ejemplo, que mi hermano y yo nos quedáramos con mi abuela para que ella pudiera salir de fiesta. Eso no porque estaba mal visto. A nivel de barrio, notas como te miran. Pero eso me daba un poco igual y nunca le presté atención.
-¿Cuándo se nota más la ausencia?
-En los gestos más cotidianos y en los eventos de compartir. A mi padre le gustaban mucho los deportes de motor. Éramos muy fans de Marc Márquez. Recuerdo que ganó su primer mundial de Moto GP en 2013, cuando acababa de ocurrir lo de mi padre. Ese momento fue muy duro para mí. También recuerdo mi graduación de la ESO, que fue un 16 de junio. Mi padre se suicidó once días antes. Estuvo mi tía, pero ni mi madre ni mi padre.
-De la conmoción en el entorno al olvido, ¿el trecho es muy grande o no tanto?
-Hay que contextualizar que hablamos de un suicidio hace diez años. La sociedad ha avanzado muchísimo en este aspecto. Pero entonces era un tema bastante tabú. No se hablaba del suicidio y lo de mi padre fue muy impactante. Nadie se lo esperaba porque él lo vivía todo de puertas para adentro. En la calle se mostraba como una persona estable en lo emocional y en lo social.
-Sobre el duelo se ha escrito mucho en el plano teórico. ¿Cómo vivió usted el suyo?
-Yo nunca he sentido culpa o rabia en el sentido de que hice un balance para mí. Y en ese balance sale que yo hice lo máximo posible, lo que estaba en mis manos, con los recursos que tenía. He logrado normalizar la tristeza. El «joder, no está aquí». Lo más difícil es gestionar la sensación de abandono. Cuando un familiar tuyo muere de cáncer, lo ha luchado. En un accidente de tráfico, pues mala suerte. Pero mi padre ha decidido irse por voluntad propia. Porque lo que tenía aquí no le hacía feliz. Y lo que tenía aquí también era yo. Esa sensación de abandono duele mucho. Yo me quedo huérfana a los 14 años. Mi madre se queda sola para todo. Para pagar facturas, para actividades extraescolares, para nuestros cuidados… Y no hay ningún tipo de apoyo o ayuda para esta circunstancia.
-¿Cree en Dios?
-No.
-¿En algún momento de este proceso hubiera deseado creer?
-No. Yo tengo mi propia fe. No soy muy de iglesia, pero soy espiritual. Para mí, mi padre me sigue ayudando desde dónde esté.
-¿Lo sigue echando de menos?
-Todos los días. También noto que echo mucho en falta que nunca tuve una figura masculina que me sirvió de referencia. Nunca pude contar con él. Ni ahora, ni estando él vivo. Eso es muy duro.
-Aunque suene a tópico, ¿las sonrisas vuelven?
-Vuelven. Yo he sido muy feliz, incluso durante mi proceso de duelo. Está la ausencia y estás triste, claro. Pero hay que romper con el mito de que tienes que estar llorando y sufriendo todo el día. ¡No! Si no hubiera tenido esos buenos momentos, es que me hubiera ido con mi padre. Mi sonrisa ha vuelto. Para empezar, porque mi padre no hubiera querido que la perdiera.
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