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Después de la victoria de Donald Trump se empezó a hablar del potencial papel destructor que pueden ejercer las redes sociales para las democracias liberales. ... Como si hubieran facilitado un desencadenamiento abrupto de valores iliberales, merecedores de rechazo. Pablo d'Ors (Madrid, 1963) es sacerdote, escritor y filósofo, muy conocido por su 'Biografía del silencio'.
Este martes inauguró en el centro cultural La Malagueta un nuevo ciclo de conferencias, 'Avatares de la Fe', en el que D'Ors dejó constancia de su pensamiento universal. En una charla previa con SUR confirma los muchos temores, aunque también asegura que la pandemia puede ayudar a forjar una nueva moral universal.
–¿Alguna vez nos hemos visto tan débiles e indefensos como ahora?
–Desde luego que sí. El sufrimiento que provocó el holocausto judío, por poner uno de los ejemplos más terribles, no tiene punto de comparación. Para muchos de quienes no hemos vivido una guerra, esta pandemia puede ser seguramente uno de los desafíos sociales más difíciles. Pero también por ello, precisamente, nuestra gran oportunidad.
–Todos hemos experimentado alguna sensación extraña durante el confinamiento. ¿Cuál ha sido la suya?
–Cuando vi unas fotos de la ciudad de Roma totalmente vacía, allá en marzo o abril, me quedé muy impresionado. He vivido en Roma tres años y añoro profundamente esta ciudad. Verla tan desierta me hizo pensar que esto iba en serio. Lo que yo he sentido en la pandemia es que tengo que trabajarme por dentro mucho más, con más entrega y rigor.
–Esta pandemia realmente nos ha asaltado. ¿Los principios de la razón y de la dignidad humana se han alterado?
–La dignidad humana está permanentemente desafiada, también aquí. Siempre estamos eligiendo vivir a la altura de nosotros mismos o por debajo. Por lo que se refiere a la razón, no llega a menudo donde le gustaría. Por eso abogo tan decididamente por la contemplación. Lo esencial es descubrir en la herida del mundo la nuestra. Y, obviamente, en la nuestra la del mundo.
–Algo invisible ha hecho que se vean las debilidades de nuestro sistema. Qué cínico, ¿verdad?
–No tengo tiempo que perder con los cínicos, eso por un lado. Por el otro, lo invisible es siempre lo más determinante. Por eso insisto en que las respuestas pragmáticas nunca son suficientes.
–El virus es demasiado peligroso para dejar que circule libremente, pero no es tan mortífero como el ébola. ¿Estamos ante un aviso de la naturaleza?
–Lo que yo creo es que hay que mirar a la pandemia a los ojos. Más allá de nuestra voluntad de paliar la devastación que está ocasionando, lo que es bueno y necesario, es mirar qué nos está diciendo todo esto. No sé si la naturaleza nos está avisando, es probable, pero lo que me interesa es cómo estoy reaccionando yo ante este hecho.
–Una catástrofe siempre viene acompañada de una posterior reflexión y meditación. Después de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, se creó la Unión Europea como proyecto de paz. ¿Qué puede surgir ahora? ¿Cree que podemos aspirar a una nueva moral compartida por todos?
–Sí, podemos. Debemos incluso. De aquí podría surgir, por ejemplo, una comunidad mundial de meditadores que, con independencia de su credo religioso, o sin credo de ninguna clase. Que nos uniéramos para hacer silencio. Desde la paz interior que el silenciamiento proporciona, cualquier amenaza externa se ve de otra manera. Se comprende entonces que las verdaderas amenazas son las que nacen del corazón de los hombres.
–¿Hay cosas útiles que podemos extraer de ese silencio?
–Nada hay hermoso que no haya nacido del silencio.
–Pues parece que esta pandemia no ha hecho más que elevar el ruido. En el debate público y en el Congreso se grita ahora más que nunca.
–Cuando la noche es más oscura, es cuando está a punto de romper el día. Cuando el grito es más desaforado, es que está a punto de nacer el silencio.
–¿Qué significa tanto ruido para el debate de la moral y la moralidad? ¿Cómo influye?
–El ruido es el verdadero terrorismo. Con ruido es imposible cualquier clase de vida interior, es decir, de vida verdadera. La ética, sin metafísica, es sólo un acuerdo provisional. Es difícil pensar en cualquier clase de valor social cuando el foco está permanentemente puesto en el bienestar individual.
–¿Qué opina sobre las redes sociales? En ellas, generar atención y hacer ruido cotiza alto.
–Casi nadie las usa bien, tampoco yo, y me avergüenzo. Es muy difícil sustraerse a su poder hipnótico y los precios ya se están haciendo sentir. Yo no digo que haya que demonizarlas, pero sí acotarlas. Y poner un correctivo: a mayor uso de las redes sociales, por ejemplo, más necesidad de conexiones personales.
–¿Las redes sociales pueden socavar a nuestras democracias liberales? ¿Cree que ese peligro existe?
–Lo creo firmemente. Ya las están socavando. ¿No ha visto el documental 'El dilema social'?
–¿Qué lugar ocupa en todo esto la fe?
–Para mí, como para millones de creyentes, ocupa, junto al amor, el lugar fundamental. Todos tenemos fe, la cuestión es sólo en qué.
–¿La figura de Dios no se puede convertir en un obstáculo para alcanzar esos valores universales de los que hemos hablado antes? Le pongo un ejemplo: la igualdad entre el hombre y la mujer.
–Decir que Dios es un obstáculo me parece una broma. Lo que es un obstáculo son los diosecillos, es decir, las idolatrías: el dinero, el poder, la fama…, todo eso sí que es un fraude. Por lo que se refiere al hombre y a la mujer, el credo católico dice que Dios los creó para que fueran uno, no un uno uniforme y monolítico, sino plural. Sólo donde hay pluralidad puede haber verdadera unidad.
–¿Cómo se puede experimentar la fe si no tengo a nadie a quien puedo señalar con el dedo?
–Los insensatos siempre señalan a los demás, lanzando balones fuera. Los sabios se apuntan a sí mismos. Saben que en ellos mismos está siempre la salida del problema.
–Un Dios que existe, no existe. ¿Podría vivir con esta afirmación?
–Dios no existe, sino que insiste. ¿Podría usted convivir con esta?
–¿Qué le puedo entonces aportar la biblia a un ateo?
–Una puerta de salida de su ateísmo.
–¿Usted lee mucho en ella?
–Todos los días, en particular el evangelio. Lo que Jesús de Nazaret nos dejó como legado es un faro para toda la humanidad, con independencia de su credo.
–¿A Dios habría que hablare de tú o de usted?
–Jesús le llamaba papaíto, no le digo más.
–Hablar de fe también es hablar de consuelo. ¿Eso significa que usted no tiene miedo a morir?
–La perspectiva de la muerte no me asusta, lo digo sinceramente. Pienso en la muerte todos los días. No en vano trabajé como capellán hospitalario atendiendo a enfermos y a moribundos durante una década. Más de un centenar de personas han expirado en mis brazos, eso ya lo dice casi todo. Pero la perspectiva de una larga enfermedad con el sufrimiento que comporta no me hace, lo reconozco, muy feliz.
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