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La llamada de un vecino de la urbanización donde pasa las vacaciones le alertó.
–He visto que ya estáis por aquí.
–No, no ... estamos.
–Pues hay movimiento, creo que hay una familia viviendo en vuestro apartamento.
Así comienza el relato de Ana, que prefiere ocultar su identidad, pero que accede a contar su experiencia con los okupas de su piso de vacaciones en Mijas Costa. Este periódico ha tenido la oportunidad de recabar los testimonios de numerosos afectados en Málaga. Tras escucharlos, la principal conclusión a la que se llega es que, aunque es cierto que hay familias que recurren a esto porque se han quedado en la calle durante la crisis del coronavirus, en mayor medida la okupación es un negocio en manos de mafias organizadas.
Estos grupos son los que pegan la patada en la puerta y 'maquillan la vivienda' (con destrozos en el mobiliario, puertas y paredes) para darle aspecto de abandono. Finalmente, 'venden' a los ocupantes finales los pisos con llave (cambiada) en mano y con el enganche de luz y de agua incluido. El precio, a partir de 1.000 a 1.500 euros, aunque depende del tipo de casa y de la zona.
Los principales objetivos son los bancos y los fondos con propiedades inmobiliarias, que tienen decenas de viviendas en esta situación, y que habitualmente tienen que recurrir a la instalación de puertas antiokupas e incluso a seguridad privada. Pero los particulares tampoco escapan, especialmente en segundas residencias o en pisos temporalmente vacíos.
De vuelta a Mijas Costa. Ana, que vive en Madrid, compró un apartamento en la Costa del Sol para los veranos y para alquilarlo por temporadas. «Cuando me dijeron que había una familia viviendo allí me asusté y fui a Mijas a intentar hablar con ellos, por las buenas. Les dije que aquella casa era mía y que no podían estar allí». La respuesta fue reclamar una especie de rescate a cambio de marcharse: «Me dijeron que les diera 5.000 euros y se iban».
«Sentí mucha rabia y una impotencia total, te roban tu privacidad, sabes que eso es tuyo y otros lo disfrutan y no puedes hacer absolutamente nada». Encima, le costó el dinero de la luz y el agua durante los seis meses que duró la pesadilla. La buena noticia es que en aquel encuentro también se percató de que no había niños. «Ya sabía que con menores dentro no podría hacer nada».
Llegó a contactar con abogados para ver sus opciones, pero enseguida se percató de que el proceso iba a ser demasiado lento. «Me cansé de esperar, se acercaba el verano y yo seguía sin mi casa, era desesperante». Un amigo le recomendó contactar con la empresa malagueña Evictions Staff. «Me transmitieron mucha confianza y en sólo dos días ya estaban fuera, ¡después de seis meses esperando!».
Algunos casos tienen un trasfondo humano que va más allá del suceso en sí. Manuel Jiménez Caro, reconocido administrador de fincas de Málaga, accede a contar su caso en primera persona. Ocurrió en pleno confinamiento. «Mi madre me llamó llorando, una vecina del bloque le avisó de que había entrado gente en su casa». La familia mantiene la que fue su primera vivienda en La Palma, que utilizan familiares por temporadas, y el matrimonio se mudó a Ciudad Jardín. Tras comprobar que efectivamente había gente dentro, se puso en contacto con la Policía Nacional.
Al llegar, descubrieron a una pareja joven con un niño pequeño, quienes relataron que el piso realmente lo había okupado un grupo que se dedica a dar patadas en la puerta, y al que pagaron 1.500 euros por las llaves. Les aseguraron que era propiedad de un banco y que les harían un alquiler social. Al principio, todo parecía abocado a un largo proceso judicial: había un niño pequeño por medio, la cerradura estaba cambiada y las llaves las tenían ellos. Pero los agentes no se dieron por vencidos. «Me quedé sorprendido de la actuación de la policía», reconoce. Finalmente, la pareja pidió un día para sacar sus cosas y en el momento acordado le entregaron las llaves de buena fe. No llegó a presentar denuncia. El piso tenía múltiples destrozos, aunque estos aseguraron que los habían provocado los que les vendieron las llaves.
La historia no se quedó ahí. La pareja con el bebé se mudó a casa de los padres de uno de ellos, que vivían muy cerca, y Manuel entabló cierta relación con el chico. «Me dijo que nunca se habrían metido allí de saber que era de un particular, que estaba parado y con el finiquito del despido había pagado por las llaves». El propietario se conmovió y ahora le está ayudando a encontrar un trabajo. «Me mandó el currículum y lo estoy moviendo. Son personas honradas, unos chavales a los que habían engañado y quiero ayudarles».
Pedro sufrió hace escasos días un intento de okupación que finalmente se quedó en un susto. Vive en Madrid pero su familia tiene un piso en Huelin desde hace más de cuarenta años, donde pasan temporadas. «Un vecino nos avisó de que varias personas habían intentado entrar dos veces en nuestra casa. Salí disparado con el coche a Málaga», relata. Al llegar de madrugada se encontró la cerradura forzada pero no había nadie dentro. Por el camino, encargó una puerta acorazada, que le pusieron al día siguiente, y también ha instalado una alarma.
«En más de cuarenta años no habíamos tenido ningún problema, pero ya sospechaba que iba a pasar algo, con esto del coronavirus la cosa está muy mal y mucha gente se ha quedado sin trabajo; me temía encontrarme la casa okupada cuando llegáramos cualquier día a Málaga».
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