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Lo dice Wassyla Tamzali, jurista y escritora argelina: en el feminismo conviven diferentes miradas. Y varias de ellas se han juntado hace unos días en Málaga para analizar cómo los últimos acontecimientos vividos en el norte de África y Oriente Medio han atravesado las vidas ... de las mujeres. La primavera árabe, por ejemplo, de la que ha transcurrido ya más de una década. Esa efervescencia trajo cambios, avances, para las mujeres protagonistas, pero ya se ven amenazados los derechos conquistados.
Ahora cuajan las revueltas contra el régimen iraní. La mecha que prendió la última llama reivindicativa fue el asesinato de una mujer por llevar, a ojos de la policía de la moral, mal puesto el velo. Pero, dice la cineasta Bani Khoshnoudi, asentada en Estados Unidos, que las protestas son de hombres y mujeres, globales, contra un régimen que tiene como columna vertebral la opresión de las mujeres, y del que no esperan ya reformas de calado, sino sólo su derrumbe.
Afganistán ha sido el último ejemplo de cómo la vida de las mujeres puede cambiar de un día para otro con un cambio de régimen. La llegada de los talibanes a Kabul en agosto de 2021 y la salida de las tropas de Estados Unidos provocaron que las afganas perdieran su derecho a trabajar y que las niñas tuvieran que dejar de ir a la escuela. Khadija Amin tuvo que marcharse de su país: trabajaba allí como periodista, no se arredró y quiso seguir dando testimonio y denunció la situación ante los medios de comunicación internacionales. Eso la convirtió en víctima de amenazas y por eso recaló en España como refugiada.
Tampoco Khoshnoudi podría volver a Irán –o, como precisa, sí podría entrar en el país, pero una vez dentro, no le dejarían salir– después de la censura que sufrió una de sus producciones audiovisuales, en la que narraba la historia de revueltas previas.
Khadija Amin, periodista afgana
Khadija Amin es periodista, trabajaba en la televisión estatal afgana presentando las noticias. Cuando los talibanes llegaron a Kabul, el 15 de agosto de 2021, su vida cambió: las mujeres ya no podían trabajar. Amin denunció la situación en los medios internacionales. «Para mí es importante hablar de eso. Somos periodistas y queremos publicar la realidad del país», defiende. Entonces, empezó a recibir amenazas. Una periodista española la ayudó a salir de Afganistán y ahora vive en España desde donde ayuda a otras mujeres de su país y trata de reanudar su carrera. Dejó atrás a su marido, del que está divorciada, y a sus tres hijos: «Intenté traerme a mis hijos con su padre. Preparamos todos los documentos. Pero él me dijo que no quiere venir a España sólo para hacerme daño».
–¿La comunidad internacional ha abandonado a las afganas?
–Sí. Después de la guerra de Ucrania la situación ha cambiado. Ahora yo trabajo como voluntaria ayudando a mujeres afganas que han huido a Pakistán. Están esperando el visado para otros países. Pero es muy lento. No pueden volver a Afganistán y en Pakistán no tienen qué comer.
–¿Cómo han cambiado las expectativas de las niñas afganas?
–Hace un año que a las niñas no les dejan ir a la escuela. Tampoco las jóvenes tienen permiso para ir a la universidad. Están encerradas en su casa.
–¿Es la religión, el machismo, la lucha por el poder?
–Con nuestra religión no tenemos problemas. Lo que pasa es que los talibanes quieren tener el poder sobre las mujeres. Saben que cuando una mujer tiene estudios puede tener libertad y decidir sobre su vida. Ahora además nos preocupa que se quieren casar con chicas jóvenes, con niñas de doce años. Yo me casé a los 19 años. Mi matrimonio también fue forzado.
–Una paradoja: la guerra pudo ser esperanza para las mujeres.
–Durante veinte años estuvimos luchando para conseguir derechos. Ahora otra vez las mujeres luchamos por la libertad. Y los hombres no nos apoyan: tienen miedo de los talibanes pero también los aceptan y están de acuerdo con que las mujeres debemos quedarnos en casa. Cuando me casé hace diez años había democracia en Afganistán, pero mi marido no me dejaba estudiar o trabajar. Después del 15 de agosto las mujeres salen a protestar. Los talibanes han arrestado a muchas y hay algunas que no sabemos dónde están.
–Los derechos de las afganas están al albur de la geopolítica.
–En cada cambio de régimen las mujeres sufrimos. Mi madre era profesora y cuando los talibanes tomaron el poder por primera vez se tuvo que quedar en casa. Yo estudiaba con mi hermana en clases clandestinas, pero mi hermano sí podía ir a la escuela. El nivel de violencia en Afganistán es muy alto ahora. No hay nadie para escuchar a las mujeres afganas. Hemos tenido un ministerio de mujeres, pero los talibanes lo han cerrado. Ahora no hay juezas, no hay nadie para ayudar a las mujeres.
–Lleva el velo.
–En las fotos siempre lo llevo. Es un símbolo para que las mujeres que están en Afganistán sepan que estoy fuera, pero que estoy luchando por ellas.
–¿Volverá a Afganistán?
–Si un día hay libertad en Afganistán y las mujeres tienen derechos, sí, me gustaría volver y trabajar en mi país. Pero ahora, no.
Wassyla Tamzali, jurista y escritora argelina
Amplísima es la trayectoria de Wassyla Tamzali y su compromiso con los derechos y la lucha por la libertad de las mujeres en plataformas como la UNESCO. Desdramatiza los debates feministas contemporáneos afirmando que en el movimiento siempre ha habido diferentes corrientes. Pero también certifica que no todo vale en el feminismo: hay reglas en las que todas las visiones tienen que estar de acuerdo. También certifica que, como sucede con los grandes amores que terminan, no se puede hablar de fracaso de las revoluciones árabes.
–¿Cómo valora el momento que vive el feminismo? Por un lado, ha resurgido, pero por otro parecen haber aflorado divisiones.
–En el feminismo siempre ha habido tendencias diferentes, porque tiene una historia muy densa, muy espesa, y viene de muy lejos. Es normal que haya diferentes opiniones y tendencias dentro del movimiento. Primero, por ejemplo, estaban las corrientes igualitarias y el feminismo de la diferencia, con el debate centrado entre esas dos tendencias. Y ahora el debate es otro: se centra en el tema de la universalidad y la cuestión de la descolonización. Es un debate que no pone en riesgo el feminismo, sino que habla de la liberación de las mujeres desde diferentes puntos de vista. Más que un caso, este feminismo es un corazón en que las africanas tienen su punto de vista, las árabes, el suyo, y las occidentales, también. No es división. Son diferentes miradas. Pero no cualquier cosa es feminista. No vale todo. No se trata de decir que somos feministas y ya lo somos. Dentro de la pluralidad del feminismo hay unas reglas en las que todas las corrientes feministas tienen que estar de acuerdo. Por ejemplo, el feminismo islámico no es feminismo. ¿Por qué? Porque esta corriente defiende el Islam y que la religión proporciona ciertos derechos. Y es verdad. Pero hay muchos que no: ellas están a favor de la poligamia o de las leyes de la herencia que benefician al varón. Eso es una defensa del Islam bajo la supuesta máscara del feminismo. El Islam, aunque garantiza unos derechos, impide que las mujeres entren en otros ámbitos. Y esto no es feminista, claro. El feminismo islámico está manipulado por hombres, clérigos, para crear un enfrentamiento con el feminismo laico –que sí sería feminismo porque lucha por todos los derechos de las mujeres–. Acusan a las feministas laicas de importar identidades, cosas extranjeras, que se supone que no corresponden con su propia cultura. Asi se crea un enfrentamiento entre dos pueblos para reclamar el nacional.
–¿Cuáles serían las reglas que ha de cumplir el feminismo?
–Hemos hecho un trabajo muy importante sobre la conciencia de la libertad. Nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas sólo al final de su vida se dieron cuenta de que no habían tenido libertades porque habían asumido que se tenían que casar con determinados hombres, que tenían que cumplir las expectativas de su familia o que tenían que adecuarse a los moldes del patriarcado, porque eran buenos para su familia. Las mujeres viven hoy en un conflicto permanente, en un combate interno sobre qué hacer, si trabajar u ocuparse de la familia. Ese conflicto es fruto de la libertad, de que podemos alcanzarla. Si estuviéramos en un mundo en que no tuviéramos otra opción que nuestro rol tradicional no se daría ese conflicto. Decía Hannah Arendt que la libertad no es elegir entre dos cosas, sino encontrar una tercera. Esa tercera vía es en la que trabajamos las feministas. La libertad de las mujeres parte de un principio: la igualdad de hombres y mujeres. A partir de ahí tenemos derecho a disponer de nuestra vida, de nuestro cuerpo, orientación sexual y a desarrollar nuestra profesión. Pero ello viene con una carga porque tenemos la conciencia de que no podemos estar en todas partes.
–Ha hablado de cambio de paradigma en el feminismo.
–El #MeToo fue revolucionario. Un cambio de paradigma. El problema se mueve ya en el ámbito legal. Al productor Weinsten su abogado le dijo que no se declarara culpable porque sus relaciones habían sido con adultas que habían ido libremente a su despacho. ¿Qué pasa? Que ésa es una lectura patriarcal de la ley y del consentimiento y ahora lo entendemos bajo un prisma feminista: ellas iban voluntarias, entre comillas, al despacho, nadie les ataba de pies y manos; pero había una relación de poder del productor respecto a ellas. El consentimiento ahora se interpreta desde la óptica feminista y éste es un punto de inflexión.
–¿Qué balance hace de las revoluciones árabes, de la primavera árabe?
–Ninguna revolución va a ser un fracaso absoluto. Pero lamentablemente, en la historia, ya lo decía Gramsci, a un movimiento revolucionario siempre sigue una contrarrevolución. En Túnez, por ejemplo, están ahora en una crisis, aunque vivió una de las revoluciones que mejor fraguaron. Y en Argelia, donde nunca se llegó a quitar el poder del todo a las jerarquías, las capas dominantes se vengan porque sienten miedo y protagonizan un movimiento conservador, una glaciación completa. Las primeras que pagan el precio de cualquier contrarrevolución son las mujeres.
–¿El feminismo debe ser abolicionista con la prostitución?
–Yo soy abolicionista. Como esto no es un régimen policial que diga que estás dentro del feminismo, o no, hay feministas que están a favor de la prostitución. Yo estoy en contra porque pienso que es la forma más despreciable de la dominación patriarcal.
Bani Khoshnoudi, cineasta y artista visual iraní
Nació en Teherán, pero con la revolución islámica comandada por Jomeini huyó con su familia y creció fuera de su país. Después regresó para trabajar como cineasta y artista durante varios años. Pero ahora Bani Khoshnoudi reside en Estados Unidos y teme que si vuelve a Irán, no le dejen salir. La causa es una película, 'The silent majority speaks' ('La mayoría silenciosa habla'), sobre las revueltas de 2009, que fue censurada en el país.
–¿Cómo está viviendo el despertar de las mujeres iraníes?
–Es un momento muy emocionante. Es el resultado de años de lucha, años de resistencia. No es algo que ha surgido ahora, sino que se ha 'retraducido' por las generaciones más jóvenes que no tienen memoria de lo que hicimos nosotros en las protestas precedentes, pero que saben de todo eso y que no toleran ningún tipo de imposición. Convergen muchas luchas. Parece que la fruta ya ha madurado para que la podamos coger. Es una lucha sin precedentes que está en todos los niveles de la sociedad y se está manifestando sin parar en todo tipo de acciones.
–¿Serán las mujeres las protagonistas del derribo del régimen?
–La represión de las mujeres es la columna vertebral del régimen. Ahora se ha manifestado un rechazo a esa represión a partir de una mujer asesinada y por el universo simbólico de 'mujer, vida y libertad'. Todo eso lo lideran las mujeres. Pero no sólo ellas. También toda la sociedad, que sabe que un punto vital del régimen es la opresión de las mujeres. Si la sociedad no se une para liberar a las mujeres, no habrá libertad para nadie.
–Sí hay solidaridad masculina.
–La mayoría de la gente ha estado contra el régimen desde el principio. Porque el régimen nunca ha existido con paz: desde el primer día ejecutaron a personas. Hay muchísimos hombres que están contra contra la opresión de las mujeres. Ahora hay una ruptura de la cultura de la autoridad patriarcal. Yo diría que no es sólo solidaridad masculina, sino que es una revuelta, una revolución, que hacen juntos hombres y mujeres.
–El régimen responde con violencia, pero también anuncia el fin de la policía de la moral.
–Fue algo que todos los medios extranjeros difundieron. Pero es falso. Hay tanta resistencia en la calle con mujeres sin velo que ya es desbornante: no pueden matar o detener a todas. Siempre ha sido así: esa violencia de la policía de la moral que desaparecía y regresaba, desde el principio, en los últimos 45 años. El régimen nunca va a cambiar y eso es lo que ya sabe la gente después de décadas. La gente no espera nada de este gobierno. Pero... ¿cuándo o cómo va a caer? Eso no lo sabemos.
–¿Hay alternativa?
–Hay muchos grupos. Lo que pasa es que no veremos un partido, un grupo o una figura que toma el poder, sino consejos horizontales. ñEsta no es una idea utópica. Ya existen esos grupos de intelectuales, abogados, asociaciones, a veces ilegales. Muchísimos están en las cárceles. También hay gente fuera del país. Pero hay coordinación entre los de fuera y los de dentro. Es algo también que tomará su tiempo.
–¿Requiere ayuda internacional?
–Lo que se reclama es que los gobiernos europeos y el de EE UU no se sienten con el iraní, porque eso lo legitimiza y lo normaliza. También se pide que al menos la comunidad internacional escuche y apoye a la oposición, pero eso es muy ingenuo por nuestra parte.
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