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Es media mañana y Migue juega en casa con sus hijas. Martina, de siete años, y Valentina, de cuatro, buscan las diferencias entre dos caricaturas junto a su padre cuando suena el teléfono. Él descuelga y le pide a las niñas, que se revolucionan con la llamada, que hablen «flojito». «Perdona, es que mi mujer está dormida porque anoche tuvo turno en el hospital», se excusa el agente, policía local de Málaga, con la persona que aguarda al otro lado de la línea. «Tiene que descansar porque últimamente no para», apunta antes de seguir con la conversación.
Pero lo cierto es que él tampoco tiene mucho tiempo para ello. Ambos están inmersos en la lucha contra el coronavirus, son la primera línea de una de las batallas más duras que ha librado nuestra sociedad en los últimos tiempos. Prefieren no dar sus apellidos ni mostrar su cara en este reportaje, porque –insisten– no son más que unos soldados de esa legión que trabaja contra el virus.
Crisitna, su esposa, es enfermera en el Hospital Costa del Sol y tiene una gran vocación de servicio público. «Los dos la tenemos. Ahora es un momento en el que hay que ayudar y estamos aquí para eso. Estamos muy motivados, tenemos que ir todos a una», dice Migue.
Muchas horas de servicio en la calle para él y en el hospital para ella, algo que deben compaginar con su vida personal, en la que Martina y Valentina permanecen en casa después del cierre de los colegios por el coronavirus. El agente cuenta que son «niñas muy buenas, que juegan entre ellas y que disfrutan cuando están en casa con sus padres. «Por eso aprovechamos al máximo los momentos que pasamos todos juntos», añade.
Las pequeñas son conscientes de lo que ocurre: «Se lo hemos explicado, en casa llamamos al COVID-19 el nuevo virus. Ellas saben que, cuando mamá y papá salen de casa, es para luchar contra él». Después, cuando vuelven, todas las medidas de seguridad son pocas.
Ella trabaja en urgencias y él está en contacto permanente con los ciudadanos durante su servicio, por lo que ambos están en riesgo de contagio. De hecho, antes de que el Gobierno decretase la limitación del movimiento de los ciudadanos el pasado fin de semana, ya habían estado en cuarentena.
Cristina atendió en urgencias a uno de los primeros pacientes contagiados: «Acudió con fiebre y, entre una compañera y yo le tomamos muestras por sospecha de Gripe A. Se actuó con mascarilla, pero entonces las medidas de prevención no eran como las que se han implantado ahora por el coronavirus».
Por ello, varios días después, cuando se descartó la Gripe A y se confirmó que era COVID-19, les pusieron en cuarentena. Migue estaba patrullando cuando recibió una llamada de su mujer. El médico preventivista le había dicho que debían permanecer en la casa, por lo que pasaron unos días confinados en ella.
Fue su primera experiencia con una cuarentena, que superaron sin ningún síntoma. Desde entonces ha pasado un mes y ahora vuelven a tener a las pequeñas en casa con la orden del Gobierno de no salir de ella si no es por una urgencia o por trabajo. Ellas pintan y juegan para pasar las horas, además, desde el lunes han empezado con las tareas que les ha puesto el colegio, cuenta Cristina antes de volver a marcharse al hospital.
Allí el trabajo es infinito. La enfermera explica que hay muchos pacientes, pero que también ha calado el mensaje de que se debe permanecer en casa: «Solo llegan a urgencias los casos graves de verdad, no solo de coronavirus, sino de otras patologías y eso ayuda a que se trabaje mejor y se haga una mejor gestión de los recursos».
Atiende a los pacientes equipada con bata, gorro para el pelo, doble guante, mascarilla y una pantalla de cristal trasparente en la cara. «Es complicado que te puedas contagiar con ese equipamiento», afirma.
Aun así, tanto Cristina como Migue están en riesgo, por lo que cada vez que llegan a casa siguen un protocolo estricto. El agente cuenta que son muy minuciosos con el lavado de manos y que, al poner un pie en la vivienda, lo primero que hacen es ducharse y lavar los uniformes.
Después llega «la mejor parte del día», la de estar con sus hijas. Insisten en que su trabajo, y más ahora con el «nuevo virus», les roba mucho tiempo para estar en familia, por lo que exprimen al máximo cada minuto que tienen junto a ellas en el confinamiento. Las pequeñas admiran la labor de sus padres. Son sus héroes. También los de todos los españoles, ellos son el ejemplo, en este reportaje, de todos esos valientes que libran en primera línea la batalla contra el coronavirus.
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