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La secuencia se ha visto mil veces en el telediario: el coche de alta gama gira por la esquina para entrar en escena, cristales tintados de negro y antenas inhibidoras en el capó del maletero. Las cámaras de televisión apuntan con precisión de mira telescópica y varios hombres con pinganillos en la oreja y trajes hechos a medida lucen cara de pocos amigos. La puerta trasera del vehículo se abre y sale el político de turno que en estos momentos escribe la Historia contemporánea. Victoriano Pelayo ha sido parte de ella, aunque en realidad casi nadie lo sabe.
Si hubo algo así como una aspiración máxima en su trabajo, esa siempre fue la de ser invisible. Durante más de 40 años ha sido uno de los conductores adscritos al parque móvil del Estado. Un mosaico de recuerdos que se compone por ministros, secretarios de alto rango y fiscales generales. Tiempos de espera, horas al volante y algún que otro dolor de espalda a causa de millones de kilómetros acumulados en la espina dorsal.
También hubo situaciones que ahora pueden parecer inverosímiles, pero que logra documentar con memoria fotográfica. Como cuando fue testigo en primera persona de la llegada del expresidente de la URSS, Mijail Gorbachov, a la Expo del 92 en Sevilla, donde el líder ruso fue aclamado por las masas al grito de «torero, torero». Victoriano estuvo ahí, formando parte de la comitiva de coches oficiales que trasladaron a Gorbachov y a su esposa Raísa del aeropuerto de San Pablo a la Isla de la Cartuja.
Del mismo modo presenció la visita que hizo Fidel Castro al pabellón cubano. Aún le llama la atención el traje militar del líder de la revolución, su enorme envergadura de ala pivot y un séquito de guardaespaldas que repartía 'mandobles diplomáticos' a varios opositores del régimen que se acercaron demasiado.
Para Victoriano, la palabra cercanía siempre se ha resumido por mirar a través del espejo retrovisor. Con eso le bastaba para saber si Magdalena Álvarez tenía un buen día o no, o si Jorge Hernández Mollar seguía mosqueado porque Messi le había vuelto a mojar la oreja al Real Madrid.
Con el tiempo también aprendió que hay pocos objetos que sintetizan tan bien al poder en su concepción abstracta como lo hace un coche oficial.
Victoriano conoce algunas de las historias que hay detrás de los ascensos fulgurantes y de las posteriores caídas en desgracia. A veces se han cocinado mientras él conducía. También sabe que es posible cruzar Málaga entera en menos de 15 minutos, en plena hora punta si te escoltan las motos de la Policía Nacional y hacen de rompehielos.
Victoriano es de otra época y al mismo tiempo es presente. No le gusta cuando se le señala con la palabra de chófer. «Conductor», puntualiza enseguida.
Su historia es uno de tantos ascensos que comienzan en blanco y negro. Nació un 2 de enero de 1951 en Loja. Su primera experiencia como conductor profesional fue repartiendo bebidas para una bodega, con un camión de la marca Barreiros: «Me levantaba a las tres de la mañana y me hacía toda la zona de Torre del Mar».
Por un conocido se enteró que el Estado andaba buscando a conductores para su parque móvil. Hizo un examen teórico y demostró su destreza en pista. A los pocos meses le reclamaron a través de una carta certificada. Tenía una semana para presentarse en su destino: Barcelona.
«Mi primer servicio consistió en recoger al director de RTVE en El Prat y llevarlo hasta los estudios centrales que tenían en Cataluña. Mi primera nómina fue de 13.000 pesetas», rebobina. En 1976 logró el traslado a Málaga y ya se quedó para siempre. El piso que tenía en Fuente Olletas lo vendió para disfrutar de su jubilación en Torre de Benagalbón, donde vive ahora con su mujer.
Victoriano tiene el pelo canoso y a duras penas llega al metro setenta de altura, pero tampoco necesita más. Con llegar a los pedales le bastaba. No utiliza la palabra «kilómetros» sino la expresión de «a diez minutos de distancia en coche».
La cita es para hablar de su oficio en general y para hurgar en sus recuerdos con la intención de destapar algunas anécdotas silenciadas por la 'omerta' de los conductores, ese régimen de silencio inquebrantable por el que Victoriano se ha regido durante toda su vida profesional. «Ver, oír y callar» , resume su libro de estilo particular. Luego apunta a otra regla de oro: sólo hablas si te preguntan.
«No voy a revelar secretos», deja claro desde el principio y explica que en su trabajo la discreción era tan importante como evitar frenadas bruscas y acelerones. Pero hablar sólo de la conducción y obviar a las personas que ha llevado hubiera quedado artificial, puesto que los políticos han formado gran parte de su vida. Al final, se abre a algunas confesiones.
A la pregunta de cómo eran ministros como José Montilla, Ana Pastor o Magdalena Álvarez cuando estaban en confianza, responde de manera lacónica: «Son personas normales como tú y yo».
De Montilla, al que trató mucho cuando este era ministro de Industria, recuerda que fue alguien que siempre estaba presto a una conversación. Varias veces le recogió del aeropuerto para conducir luego hasta La Herradura. «Le gustaba veranear por ahí. Me imagino que tendría un apartamento o algo. Cuando iba, siempre era para hacer noche».
Victoriano es una persona decente. Podría haber llevado un diario y sacar un libro lleno de revelaciones que trascienden lo anecdótico. Muchos se lo habrían pedido, aunque su respuesta siempre ha sido la misma: no.
Magdalena Álvarez, señala, destacaba por su amabilidad y por su animadversión a los aires acondicionados. «A la cabeza se me viene un viaje a Sevilla en agosto. En cuanto ponía un poco el aire, me decía que se estaba quedando congelada. Imagina como íbamos su escolta y yo, con nuestras camisas de manga larga y los trajes».
Especial cariño le guarda a Bernardino León Gross, cuando este fue secretario de Estado de Asuntos Exteriores. «Su agenda era trepidante. Recuerdo que una vez lo solté en el aeropuerto a las nueve de la mañana y lo recogí el mismo día, ya de madrugada. Sabe de dónde vengo, me preguntó él. Resulta que había estado en Sierra Leona». Hubo más viajes de ida y vuelta de este tipo.
De los subdelegados de Gobierno en Málaga que a él le han tocado, destaca la seriedad de Hilario López Luna: «Era una buena persona, pero hablaba menos». Hernández Mollar, añade, «siempre decía de mí que tenía al mejor conductor, pero que mi único fallo era ser culé». «A Messi también le guardaba cierta antipatía. Es la persona más madridista que he conocido», añade.
¿Miguel Briones? «También era muy buena gente, muy aficionado a los toros… Bueno, realmente, a todos los subdelegados le gustaban los toros». En el apartado de pequeños caprichos, confiesa que cada vez que Eduardo Torres Dulce llegaba a Málaga, se le tenía preparada una bolsa de roscos de Loja. «Él entonces era fiscal general del Estado. A su mujer le gustaban mucho».
El trabajo de Victoriano siempre ha sido más bien práctico. El primer coche oficial que llevó fue un Seat 1500: «Lo mejor que había entonces». «En esos tiempos, nos exigían ser conductores y mecánicos al mismo tiempo», rememora. Era muy escrupuloso y maniático para la limpieza. «Mis coches siempre estaban impolutos», asegura. En sus últimos años, se acostumbró a añadir un ambientador de pino. La radio siempre permanecía apagada.
La única burocracia que conoció Victoriano consistió en rellenar informes para justificar que estaba de servicio y le pudieran quitar la última multa de tráfico que había llegado a la Subdelegación del Gobierno. Reconoce que había ocasiones en las que era difícil no hacer saltar los controles de velocidad si se quería llegar a tiempo. «Si no se cargaran tanto sus agendas...», desvía la culpa a la clase política.
En varios cursos de conducción evasiva le enseñaron como mantener la calma y el control cuando se conduce al límite.
El último servicio que hizo Victoriano le sirvió para jubilarse por todo lo alto, al formar parte de la comitiva de coches oficiales en la última visita de Felipe VI a Málaga.
Reconoce que le hubiera gustado tener una foto de recuerdo con el monarca, pero la rigidez del protocolo se lo impidió. Antes de dar por concluido el encuentro, lanza una petición: «Me gustaría que esto sirviera como pequeño homenaje a todos los que han sido mis compañeros».
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