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Con mis abuelos Antonio y Elena, en una partida de chinchón. Lourdes Bracho
La mejor hora para estar en la playa
Diario de verano

La mejor hora para estar en la playa

Los abuelos, el momento del picoteo, unas cartas, el dominó y un carrito plegable que deja huella en la arena hasta llegar lo más cerca posible de la orilla

Domingo, 4 de agosto 2024, 00:08

Un carrito plegable dejaba huella desde el paseo marítimo hasta el hueco que hubiese más cerquita de la orilla. En él, una nevera con vino, cervezas, zumos, refrescos, agua congelada, hielo y el kit de vasos de plástico duro; otra cargada de bocadillos de atún, salchichón y chorizo, además de la tortilla de la abuela Elena, aceitunas, gambas, mejillones, dulces y todo lo que se pudiese servir ese día como un buen manjar para degustar en primera línea de playa. Y, por supuesto, el complemento indispensable: las sillas y mesas. Delante de ese carrito y marcando el camino siempre estaba él, el abuelo Antonio. Sus ojos azules, la mejor sonrisa y la gorra nos guiaban a la ubicación perfecta. Hacía el camino desde Antequera a La Cala del Moral y no estaba dispuesto a que nadie le quitase su sitio favorito para pasar un buen día en familia.

Pero la mejor hora para estar en la playa siempre se hacía esperar. Primero tocaba darse el chapuzón de llegada con las titas y los primos mientras el abuelo Antonio se quedaba sentado en su trono vigilando y haciendo fotos con el móvil, su hobby favorito que ahora agradecemos por dejarnos tantos recuerdos en forma de imágenes. La abuela Elena apenas se atrevía a meterse hasta la rodilla y siempre agarradita de la mano. Al poco rato, él ya estaba mirando el reloj: «Ya es la hora de sacar el 'picoteillo', ¿no?». Y se ponía en marcha para ir al chiringuito, pedir los espetos para llevar y empezar a sacar el vino tinto y las cervezas a cada uno. No faltaba detalle en este banquete de los abuelos.

La siesta no la perdonaba. Se quitaba los audífonos y no había nadie que impidiese que se tirase, como mínimo, su media horita dormido a la sombra. Los demás charlábamos y tomábamos el sol vuelta y vuelta hasta que el abuelo volvía a estar activo. Varios baños más, paseos por la orilla y el cuerpo pedía un café acompañado siempre de las galletas de barquillo, sus favoritas. Aprovechaba que ya estábamos cansados de sol y nos reunía a todos alrededor de la mesa. Sacaba las cartas, el dominó y empezaba la mejor hora para estar en la playa. Esa en la que el sol empieza a caer, la gente va de vuelta a sus casas y las olas rompiendo son la mejor banda sonora posible.

El chinchón era el juego estrella que todos sabíamos. La libreta en la mesa y su bolígrafo apuntando tras cada partida que, aunque estaban muy reñidas, solía ganar la abuela Elena. Siempre una mujer afortunada en el juego y en el amor, será por eso que cuando perdía se picaba más que ninguno. La mejor hora para estar en la playa se alargaba hasta que el cuerpo pedía un poco de ropa por el fresco que traía la brisa del mar. Y no acababa hasta que los abuelos repartían bocadillos para todos porque, claro, luego había que volver a Antequera y ya había que llegar cenados para darse una duchita e irse a dormir.

El abuelo Antonio nos dejó este 29 de mayo y ahora la mejor hora de la playa es uno de los miles de recuerdos preciosos que nos ha dejado. Porque él es como ese carrito que deja huella en la arena hasta llegar a la orilla y, por más que se borre, su recuerdo siempre nos llevará a nuestro lugar favorito.

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