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Isabel Lozano ya se ha hecho a la idea de que este fin de semana será muy diferente a cualquier otro. Lo pasará sola. No sentirá los abrazos de sus hijos ni el alboroto de alguno de sus once nietos y cuatro biznietas mientras corretean por la casa. Son quienes le dan la vida, su energía para tirar el resto de la semana, pero a sus 86 años es muy consciente de cuáles son las prioridades ahora. «Los echo mucho de menos, pero les he dicho que no se preocupen por mí, que lo primero es evitar contagiarnos», expone esta vecina de Cuevas del Becerro. No pasa un día sin que sus hijos la llamen. «Están muy pendientes de mí y ahora hacemos videoconferencias. ¿Quién me lo iba a decir a mí? Yo no entiendo el móvil, solo lo quiero para hablar y para que me hablen, pero cuando me llaman mis hijos, me van diciendo a qué botón tengo que darle y al final nos vemos las caras. ¡Me encanta!», confiesa Lozano que, aunque vive sola, nunca se ha sentido sola.
Lo hace por convicción personal, porque, aunque sus seis hijos le insisten para que pase tiempo con ellos en Málaga (allí residen), «cuando llevo diez o quince días en sus casas necesito volver a la mía», relata Lozano. Allí emplea su tiempo ahora haciendo punto y figuritas de croché.
Isabel lozano
Está resignada a permanecer en casa, «porque con lo bien que estoy, no quiero morirme todavía», y a que las lecciones de manualidades a las vecinas tengan que aplazarse hasta superar esta situación. Aún así admite que no le viene grande este encierro. Las piernas me fallan y salgo poco, pero la cabeza la tengo estupendamente», presume esta vecina, que cuenta con la ayuda de una mujer para las labores domésticas.
El confinamiento domiciliario impuesto por el Gobierno para evitar la propagación del coronavirus ha puesto en jaque a más de 48.000 mayores en la provincia de Málaga. Quienes viven solos asumen doble riesgo, el de contraer la enfermedad con graves consecuencias, al ser uno de los colectivos sociales más vulnerables y, por otro, el de la soledad, al tener que permanecer aislados sin recibir más visitas que las estrictamente indispensables.
Por eso, desde la Diputación Provincial de Málaga están llamando uno a uno a los más de 10.000 mayores que tienen localizados en la provincia para comprobar que están bien, darles ánimos, consejos de salud, higiene y prevención ante esta crisis. «Sobre todo, escucharlos», precisa Natacha Rivas, responsable de Ciudadanía y Atención al Despoblamiento. Explica que este plan de lucha contra la soledad de los mayores no es nuevo, pero ante esta situación de confinamiento, se ha reforzado con 55 trabajadores (monitoras de los talleres de Mayores y funcionarios de su área), que desde sus domicilios están llamando y atendiendo las llamadas que estas personas realizan a través del teléfono gratuito 900923092, entre las 10.00 y las 21.00 horas.
Como tantas otras personas de su edad, Julia Fernández no esconde que está preocupada. A sus 89 años, le asusta una posible infección. Esta crisis le ha recordado a su niñez, cuando los mayores comentaban los estragos que causaba el tifus. En su Almargen natal, echa en falta su ratito de paseo por la mañana y por la tarde, siempre apoyada en su bastón, «que es más elegante», recalca con desparpajo. «Me gusta ir todos los días a misa y ahora no lo podré hacer, pero todo sea por que esto acabe pronto», expresa conforme Fernández, quien lamenta, sobre todo, no poder ver a los hijos de un primo suyo que, al salir del colegio, siempre se paraban a saludarla.
Soltera y sin hijos, esta vecina de Almargen se apoya, en estos días tan difíciles, en una señora que la acompaña por las noches. «Con ella no me siento sola», afirma Fernández, a la que le faltan horas para entretenerse en casa. Sus pequeños achaques no le impiden cocinar, hacer punto o cuidar con mimo el centenar de macetas que tiene en el patio de su casa, ahora su lugar de esparcimiento durante estas semanas sin poder salir a la calle. Desde allí puede hablar con las vecinas, sentirlas cerca y comprobar que estar encerrada no es igual a soledad.
Y es que en los pueblos se vive este estado de alarma de otra forma. Se respeta el aislamiento impuesto por el Gobierno, pero, a diferencia de las grandes ciudades, la red vecinal funciona como una gran familia. Nadie queda abandonado. «Lisi, ¿cómo estás?». Una voz lejana se cuela en la conversación que este periódico mantiene por teléfono con esta vecina de Atajate. Alguien le habla desde la puerta, manteniendo la distancia de seguridad, pero sin perder el contacto con quien desde hace más de 12 años vive sola en este pueblo de la Serranía de Ronda. Divorciada, su hija vive en Inglaterra, donde ella pasó 37 años de su vida tras casarse con un gibraltareño. El contacto ahora es casi diario. «Nos hablamos por messenger o por teléfono; está preocupada con todo lo que está pasando en España». Lisi Cortés tiene 70 años y este encierro lo lleva «bien». Está acostumbrada a vivir sola y a valerse por sí misma para todo. «Yo soy muy casera y estoy aprovechando para ordenar armarios y tirar cosas inservibles; me encantan las manualidades, leer, pintar, escuchar música de todo tipo y tener mi casa muy limpia. No podemos estar todo el día sentados frente a la tele», zanja Cortés, que ha seguido con atención esta crisis desde que empezó. Lo hace por redes sociales y medios de comunicación. Su familiaridad con la tecnología, anima a este periódico a pedirle una foto para el reportaje. Tras unos segundos en silencio, admite que no sabe cómo hacerlo por whatsapp, pero se muestra dispuesta a aprender. Un rato más tarde, cae en nuestro teléfono una imagen junto a su hija que guardaba en su archivo de fotos.
Precisamente, el teléfono móvil es el hilo conductor de la iniciativa emprendida por la dinamizadora cultural de Atajate, Lorena Peña, para evitar el aislamiento de estos mayores. «A diario, les hacemos llegar un vídeo con ejercicios de yoga, recetas de pastelería o charlas sobre viticultura».
A Lisi Cortés mantenerse informada le permitió adelantarse a los acontecimientos y al estado de alarma declarado el pasado sábado. «El mismo viernes, aprovechando que fui a Ronda, hice una compra grande y tengo reservas para un mes, sobre todo, pan, huevos, arroz, legumbres, papel higiénico y fruta en conserva», detalla Cortés. Su buena salud le permite ir al supermercado. «Me voy en el autobús de línea y luego me la traigo en un taxi», puntualiza.
Sin embargo, en otras ocasiones, salir a por sustento es complicado para algunas personas mayores, bien por su estado de salud o por el riesgo de contagio que supone. Por eso, hay municipios donde han buscado soluciones para evitarlo. En Almáchar, once jóvenes, en coordinación con el Ayuntamiento, se encargan de hacerle la compra a los ancianos que lo solicitan y se la dejan en sus casas. «Nos reunimos con el médico para ver cómo debíamos hacerlo para no comprometer su salud», indica Rocío Reyes, edil delegada de los Mayores en este municipio de la Axarquía. En Nerja, han ido más allá y desde el Consistorio han llegado a un acuerdo con una empresa de catering para que elabore comidas calientes y puedan repartirlas a los mayores más delicados. «Del reparto se encarga Protección Civil para seguir a rajatabla los protocolos», aclara Daniel Rivas, edil de Servicios Sociales de Nerja.
Quien a sus 82 años se vale por sí mismo para todo es Juan Ortigosa. Va a la compra, cocina y si tiene que ir a la farmacia a por su medicación para el colesterol, azúcar o tensión se alarga sin reparos. «El pueblo está vacío, puedes recorrerlo de principio a fin y no te cruzas con nadie», indica este vecino de Alfarnate.
Con el confinamiento, ha tenido que dejar de andar los más de cuatro kilómetros que se hacía a diario. Perdió 16 kilos y, desde entonces, asegura que está «hecho un chaval». «Andar es mi mejor medicina; solo comer y beber no es vida». Lo echa de menos, tanto como las partidas al 'chinchón' (juego de cartas) que echa cada tres o cuatro días cuando se junta con un primo y un amigo.
Pero desde el sábado, la recomendación de quedarse en casa la lleva a rajatabla. «Cruzo a la tienda que está a cien metros solo cuando necesito comida, pero espero a que salga la gente para evitar el contacto». Reconoce que tiene miedo al contagio, pero también a que pueda denunciarlo la Guardia Civil si lo pilla dando un paseo sin rumbo fijo. «¿Qué necesidad tengo yo de salir…?», desliza Ortigosa, a quien todo el mundo conoce como Juanito de la Venta, ya que su familia fue propietaria de la Venta Alfarnate. Pues eso, como dice este vecino, mejor quedarse en casa.
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Encarni Hinojosa | Málaga
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