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Hacía muchos años que anhelaba irse a vivir a un país de habla inglesa para mejorar ese idioma, pero el momento nunca parecía llegar. Con ... trabajo en Málaga, no era fácil salir de esa zona de confort. Pero un buen día María José hizo las maletas y se marchó a Dublín a vivir su particular aventura.
Dejar a su familia y a sus amigos atrás para casi empezar de cero en un país extranjero nunca es fácil. Y menos si se tienen treinta y tantos años. Pero, esta malagueña, que es cocinera y está finalizando hoy sus estudios de turismo en Irlanda, se armó de coraje para cambiar de vida radicalmente.
Sus amigas íntimas malagueñas hace tiempo que la llamaban cariñosamente Mery o Mery Jo. Mucho antes de que ella pusiera rumbo a Irlanda. Algo de premonitorio tenía ese apodo.
«En principio, yo me quería ir a vivir a Londres, pero por una razón o por otra, he terminado en Dublín», explica esta joven malagueña, que planea para septiembre un viaje fugaz a su tierra para ver a familiares y amigos.
AMery no se le iban a caer los anillos en la capital irlandesa. Tenía claro que por el manejo que tenía del idioma tendría que empezar por abajo. De hecho, llegó a estar de 'au pair' una temporada, aunque, afortunadamente, encontró trabajo como ayudante de cocina en un hotel de cuatro estrellas de Dublín, donde estuvo casi un año.
«Fue un trabajo muy estresante, la verdad, y me terminó cansando mucho porque no se aprendía nada nuevo», comenta María José.
Para una cocinera tan mediterránea como María José era frustrante estar como pinche cuando tiene una faceta más creativa.
También estaba ávida de nuevos conocimientos sobre su otra gran pasión, el turismo. Por eso, decidió seguir formándose.Mientras continúa mejorando su inglés, Mery también estudia un grado de turismo en su idioma de acogida. El objetivo es conseguir una titulación académica, que llevará implícita unas prácticas. «Me gustaría hacerlas en un punto de información turística del aeropuerto o de una estación de tren», afirma.
La idea que maneja esta malagueña es continuar en Dublín uno o dos años más para mejorar su inglés y volver a casa con una formación que le permita encontrar un trabajo acorde a todo el tiempo y el tesón que ha dedicado a su particular periplo por Irlanda.
Más allá de lo académico, Mery es consciente de que se lleva un aprendizaje vital, que resume bien el refranero español: nunca es tarde si la dicha es buena. Además, ha podido conocer un país apasionante, donde disfruta de esos enclaves naturales que tanto le gustan, desde abruptos acantilados a frondosos bosques.
Le gusta más el resto de la isla que la capital. Dublín no es una ciudad que le apasione. Tampoco es un sitio fácil para vivir. Lo sabe ella que sufrió bastante para encontrar un alquiler decente donde vivir. En principio, llegó a residir en un piso con ocho personas, pero, después de mucho tiempo buscando, logró encontrar un inmueble para ella sola.
«Estoy en una casa pequeña que está dentro de la propiedad de una familia, pero tengo total independencia», explica Mery. Esa soledad buscada no ha sido la más idónea para vivir una pandemia, en la que confiesa que no lo ha pasado precisamente bien. Incluso en algunos momentos pensó en tirar la toalla. Pero la misma vitalidad que le hizo hacer las maletas a la ciudad de James Joyce hace unos años le ha servido de sostén.
Y no es que Mery no tenga motivos para volver. Además de su familia y de sus amigas, le tira su tierra, en la que espera en su regreso definitivo poder trabajar en el sector turístico en el que está terminando de aprender en Irlanda. «Me gustaría poder ejercer como guía, aunque sé que para ello tendría que formarme más, pero sobre todo querría hacer algo orientado a la cocina, como talleres para turistas», adelanta esta malagueña.
La gastronomía sigue siendo una de sus grandes pasiones. No en vano, es de lo que casi más echa de menos en su casa dublinesa. Una buena fritura malagueña, ajoblanco, gazpacho, porra o una ensaladilla de pimientos asados son algunos de los placeres que más añora en un país que le ha acogido muy bien, pero donde cree que falta alma para cocinar. «Aquí se cocina mucho con patatas y se tienen muchas influencias de la cocina hindú», señala.
Eso sí, se ha sorprendido con la calidad del pescado que llega hasta allí o de la cerveza y la sidra que se elaboran en el país. Algo más que echará a su mochila de aprendizaje en Irlanda.
En casa de Mery no falta nunca el aceite de oliva virgen extra que se trae de Pizarra, elaborado con aceitunas de una finca que su familia tiene a los pies de la sierra de Gibralmora. Sin el 'oro líquido' le resulta imposible plantearse muchas comidas, a pesar de que en su país de acogida se vea casi como un ingrediente hostil.
Es un ejemplo más de que ella ni quiere ni puede olvidar sus raíces. No en vano, incluso en su retorno a Málaga ya se plantea vivir en el campo, aunque con pocas comodidades.
«Me gustaría vivir allí para estar en contacto con el mundo rural, porque me gusta la tranquilidad y vivir en el campo», comenta esta cocinera malagueña. Y para cumplir su objetivo esa propiedad familiar en la sierra de Pizarra es idónea, porque está cerca del casco urbano y, por tanto, bien comunicada con la ciudad de Málaga.
«Mi padre me dice que yo no aguantaría viviendo allí, pero lo quiero intentar», asegura. Otro reto vital para una malagueña que ya está curtida en salir de la zona de confort.
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