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Si en enero de 2001, cuando aceptó trabajar en Málaga como programador, a Magnus le hubieran dicho que en dos décadas esa ciudad sería un ... referente mundial de las empresas tecnológicas, no se lo habría creído. De hecho, por aquel entonces ese joven ingeniero informático noruego no sabía ni siquiera dónde se encontraba Málaga. Era tan sólo un veinteañero cuando decidió aceptar una exótica oferta para trabajar en la ciudad que vio nacer a Picasso. En Noruega, terminaba su carrera y lo compaginaba con trabajos bien remunerados dentro del marco de la propia universidad, la de Trondheim.
«Era un momento de bonanza en el sector de la informática en Noruega», señala Magnus Akselvoll. A pesar de ello, con 23 años decidió aceptar el reto que le propuso un jefe de proyecto, que también estudiaba en su mismo centro. Con esa edad, Magnus hizo las maletas para trabajar como programador para una empresa noruega desde Málaga. «No había mucho que perder», pensó. La idea de este informático era la de estar dos o tres años con esta experiencia profesional y vital, para después volver a su país o incluso a otro de Europa.
«Cuando vine no sabía nada de Málaga y estaba convencido de que me iría después de un tiempo», recuerda Magnus, quien por aquella fecha no sabía nada de español.
Pero, el tiempo en la Costa del Sol pasa volando. Al cabo de tres años, la vida de Magnus empezó a cambiar. No era el trabajo de su vida, pero tenía «compañeros fantásticos». Aunque hizo un curso de español, realmente se comenzó a desenvolver con sus colegas fuera del horario de oficina. «Me prohibían hablar en inglés cuando salíamos para que me esforzara con el español», rememora este noruego, al que hoy le delata lógicamente su acento, pero del que sorprende su repertorio léxico.
Pero, aquella primera empresa para la que trabajó comenzó a titubear e incluso a hacer recortes en los salarios. Magnus pasó de cobrar como un informático noruego para hacerlo casi como un español. Además, despidieron a dos compañeros universitarios que Magnus se trajo para aquel reto desde la universidad de Trondheim.
Después de tres años en Málaga, este informático se había divorciado de su primera esposa, que era noruega. Poco después, llegó un punto de inflexión en su biografía: Seguir con el estilo de vida malagueña, donde el trabajo no era lo más importante, o volver a Noruega, para, seguramente, afrontar retos profesionales mucho mejor remunerados.
En su decisión final, tuvo mucho que ver su actual esposa, una malagueña de raíces yunqueranas a la que conoció en 2004. Ellos son los cimientos de una familia hispano-noruega, con dos hijas y una residencia en Teatinos, que compaginan con escapadas al pueblo de Yunquera.
Los amigos y la calidad de vida de Málaga también influyeron a la hora de que este noruego optara por echar raíces en Málaga. «Fue una decisión en la que tuvieron mucho que ver las personas y no sólo el trabajo», apunta.
En lo laboral, Magnus también vio recompensada su apuesta de quedarse en Málaga con un cambio y una responsabilidad mayor en Ibistic, una compañía de capital danés y noruego que en 2007 también decidió instalarse en la ciudad de Málaga, en una época en la que casi nadie intuía que la capital de la Costa del Sol podría ser tan atractiva para las empresas tecnológicas. Hasta la primavera del año pasado este noruego ha sido 'country manager', con la responsabilidad de dirigir a un equipo en Málaga de doce personas, la mayoría españolas.
En abril Ibistic fue comprada por una gran empresa del sector, también noruega, Mercell. Ahí, Magnus es 'tech manager' de un equipo que desarrolla el software necesario para contrataciones tanto públicas como privadas.
A diferencia de muchas empresas del sector tecnológico, las oficinas de Mercell enMálaga no están en el Parque Tecnológico de Andalucía sino en la plaza de la Solidaridad. A Magnus le queda aún en su retina muchos de los problemas que sufrió en su primera experiencia laboral en Málaga en el PTA: Desde interminables atascos para llegar hasta la irregular conexión a Internet en esos años.
Gracias a ello, hoy Magnus se desplaza desde su casa hasta su lugar de trabajo cómodamente en bicicleta, aunque también puede hacerlo en autobús o en metro. Él prefiere sobre todo pedalear. De hecho, desde el confinamiento no sólo usa la bici como medio de transporte sino también para hacer deporte. Eso sí, en lugar del asfalto de la ciudad, se ha aficionado a hacerlo por carriles de tierra con duras cuestas.
Desde Sykkylven, la pequeña villa natal de Magnus, hasta Málaga, hay casi cuatro mil kilómetros, una distancia física que sólo es superada por la cultural, entre el sur de Noruega y Andalucía, con climas y sabores dispares.
Como muchos foráneos, también se ha dejado cautivar por la gastronomía española. «Me encanta el sabor que tiene en general, con recetas simples y una materia prima de gran calidad», resalta. Además de gustarle mucho el 'pescaíto' frito, asegura que, en su día, le sorprendió mucho la preparación de distintos tipos de carnes.
A pesar de la amplia oferta de cocina internacional que hay en la Costa del Sol, Magnus no ha encontrado aún un restaurante de gastronomía noruega, de la que confiesa que no echa mucho de menos, salvo algún plato puntual, como unas bolas de patatas cocidas que, en alguna ocasión, se ha atrevido a replicar en casa. Sí tiene en Navidad «algo más de morriña», porque en su país hay platos especiales en un ambiente muy familiar.
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