Pedro Juárez espera en la puerta de la Facultad de Ciencias de la Educación con una botella de agua y un bolígrafo. «Los apuntes los he dejado en casa, ya no sirven para nada». Parece tranquilo, «pero los nervios van por dentro». «Nos jugamos tres ... años de estudio y de trabajo a una sola carta. Esto nos puede cambiar la vida», dice minutos antes de que abran las puertas del aula. A su alrededor, decenas de personas comparten la misma sensación en una calma tensa, con una extraña mezcla de preocupación e ilusión en sus caras. «Hoy es uno de los días más importantes de nuestra carrera», asegura Ana Ferreiro. «De nuestra vida, diría yo», puntualiza Celia Escobar. Pedro, Ana y Celia son tres de los 5.810 opositores que este sábado optan solo en Málaga a una de las 2.538 plazas convocadas para toda Andalucía. Por ellas compiten hasta 36.643 personas en toda la comunidad.
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«Pocas plazas, muchos interinos y gente con mucho tiempo de servicio», explica Paola Dotes en un rápido análisis de la situación y tras solo cinco horas de sueño. Aprobó sin plaza en 2019 y, aunque ya está en un cole, vuelve a intentarlo. Para Maite Moreno este será su quinto examen: al cuarto ya logró entrar en bolsa y empezar a dar clases, pero quiere un destino fijo. «Solo conseguiré descansar mentalmente si por fin tuviera mi plaza. Esto es duro», reconoce junto a ella Anna Giralt, interina de 34 años. Se presentan por infantil, pero en las más de 170 aulas de escuelas y facultades del campus de Teatinos hay aspirantes a maestros de inglés, francés, educación física, música, pedagogía terapéutica, audición y lenguaje y primaria. Es sábado a las 7.30 horas de la mañana (la cita se adelantó un día para no coincidir con las urnas), pero los aparcamientos del Bulevar Louis Pasteur están tan llenos como un martes a las diez.
La enseñanza pública es la meta de la inmensa mayoría de los que eligen ponerse delante de una pizarra. «Porque está la cosa muy mala de trabajo. He estado en guarderías, pero las condiciones no son las adecuadas. Hoy todo el mundo quiere ser funcionario», admite Marta Plaza. «¡Es que tu apellido ya lo dice!», bromea una amiga para relajar las tensiones. Una aspiración histórica que en esta convocatoria ha contado además con el acicate de la pandemia. «Si viene otra, ¿quién te garantiza el trabajo? La pública», se responde a sí misma Marina Linares.
La inestabilidad provocada por la crisis sanitaria ha sido clave para que muchos se decidan a dar el paso. «Este es el momento, pensé», cuenta Ana Sánchez, de 39 años. Con dos hijos y empleada de unos grandes almacenes, el COVID le volvió a conectar con su vocación de juventud. Se ha preparado en las pocas horas que le dejaban libres la familia y el empleo, y ha gastado sus vacaciones para el tirón final de los estudios: «Ahora cuando vuelva me esperan las rebajas», añade entre risas. Con suerte, las últimas para ella al otro lado del mostrador.
Conciliar es lo que busca Mari Carmen Castillo, de 38 años. Ejerce por las tardes su especialidad de Audición y Lenguaje en un hospital privado: «Pero tengo dos hijos. Prefiero un cole por las mañanas». Junto a ella asiente Gema Castillo, que ha dejado en casa al pequeño Mateo de cuatro meses: en el bolso guarda el sacaleches para sobrellevar las cuatro horas de examen. «Me han dado permiso para salir si lo necesito», declara aliviada. Y en cuanto termine, Rocío Villanueva preparará la fiesta para su hijo. «Es su cumpleaños. Hace justo dos años estaba mucho más nerviosa que hoy», recuerda con una gran sonrisa. «Esta vez se hará lo que se pueda», añade con cierta resignación.
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Y mientras ellas se enfrentan ya al folio en blanco para la primera prueba de esta «carrera de fondo», fuera esperan quienes opositan sin examen, las parejas y los padres que les han acompañado en todo este proceso. Y hasta la misma puerta de la facultad. «Yo estoy peor que ella. He visto todo lo que ha hecho, todo lo que se ha esforzado. Anoche a las doce y media me seguía diciendo los temas como un papagayo», dice Juana Royán con «los vellos de punta». Porque, como señala la joven Laura Romero, esto «es duro a nivel psicológico». «Dedicas muchas horas para prepararte las oposiciones y formarte sabiendo que tienes pocas posibilidades, o ninguna», resume. Y, pese a todo, lo tiene claro: «Si no sale bien, volveré a intentarlo».
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